LIBERTAD DIGITAL – 31/03/15 – MIKEL BUESA
· Concluidos los comicios andaluces, los cocineros de encuestas electorales se han mostrado alborozados por el acierto de sus predicciones, pues, en efecto, habían pronosticado que el PSOE iba a ser el más votado, el PP e Izquierda Unida experimentarían un retroceso y se consolidarían Podemos y Ciudadanos como fuerzas emergentes. O sea, más o menos, lo que ha pasado.
Tal vez la función de los gurúes de la sociología electoral sea esa, la de acertar más o menos en las predicciones que se expresan a través de sus sondeos. De hecho, cuando se les pregunta al respecto, suelen curarse en salud señalando que las encuesta reflejan el estado de la opinión pública en el momento en el que se realizan ‒lo que es una obviedad‒ y que sólo sirven para conocer las tendencias del electorado ‒lo que les hace inmunes a la crítica cuando lo que de verdad dicen los votantes en las urnas no coincide con sus cálculos‒.
Sin embargo, en la práctica, las encuestas electorales son mucho más que eso, tanto porque orientan la actuación de los partidos como porque influyen sobre la opinión pública con la intermediación de los analistas políticos y los medios de comunicación. De ambas funciones hemos tenido sobradas pruebas en estas elecciones andaluzas, por lo que conviene ir un poco más allá y preguntarse, de verdad, hasta qué punto han estado acertadas las encuestas. Además, estando como estamos en un período de convulsión política, ello nos permitirá conocer cuál es el verdadero alcance de los partidos emergentes.
Digamos, de entrada, que aunque las grandes tendencias señaladas por las encuestas se hayan verificado en la realidad, cuando se entra en el detalle los errores son muy notorios. Esos errores se complementan unos a otros ‒pues estamos ante un juego de suma cero, en el que lo que pierden unas opciones lo ganan sus competidoras‒ y se orientan hacia una minusvaloración del voto a los grandes partidos en favor de una sobrevaloración de los pequeños. De esta manera, tomando en consideración los sondeos del CIS, El Mundo, ABC y El País publicados una semana antes de las elecciones andaluzas, y comparándolos con los resultados de éstas, nos encontramos con lo siguiente:
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En el caso de la primera fuerza política, el PSOE, los errores en la estimación del voto tienen un recorrido que va desde un +3,6% (El País) a un -8,6% (ABC). En promedio, las encuestas han pronosticado un resultado inferior al real en un 3,4%.
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En el del principal partido opositor, el PP, el recorrido de los errores vas desde un +6,9% (ABC) a un -6,2% (El País), siendo el promedio del -1%.
Observe el lector que los errores extremos con respecto a los dos grandes partidos corresponden a los mismos medios de comunicación y son casi complementarios. Parecería como si en cada uno de esos periódicos se tratara de orientar el voto hacia una sola de las opciones mayoritarias, destacando sus posibilidades ganadoras frente al retroceso de la otra. Pero tal vez esta sea una interpretación malévola que cuestiona la neutralidad de los medios en la confrontación electoral. Vayamos, por ello, con el voto a los partidos minoritarios:
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Podemos, el tercer partido en los resultados, ha visto cómo su voto era hipervalorado por el CIS con un error del +29,4%, mientras que resultaba casi correctamente estimado por El País, con un error de sólo el -0,9%. En promedio, el error se sitúa en un +8,8%, pues casi todas las encuestas han pronosticado un voto superior al real.
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Y lo mismo se puede decir con respecto a Ciudadanos, partido para el que el recorrido de los errores vas desde un +22,8% (El Mundo) hasta un -31% (CIS), quedando el promedio en el +7%.
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Finalmente, el caso de Izquierda Unida refleja algo parecido, pues el recorrido de los errores en los sondeos se extiende desde un +23,4% (El País) hasta un -4,2% (CIS), con una media del +5,2%.
Pero no se trata sólo de que los errores en la estimación del voto hayan sido notorios y, según mi maligna interpretación, eventualmente sesgados por intereses de carácter partidista en los medios que los han publicado ‒y el propio Gobierno a través del CIS‒. Esos errores han sido incluso mayores cuando lo que se estimaba era el número de escaños que podían corresponder a cada uno de los partidos, siendo la orientación de los sesgos correspondientes muy similar a la del porcentaje de los votos. En definitiva, se han concedido menos puestos al PSOE y al PP, a la vez que se daban más diputados a Podemos o a Ciudadanos.
El origen de todos estos sesgos en los resultados de los sondeos hay que buscarlo tanto en el diseño de las muestras que son entrevistadas, incluyendo su distribución por circunscripciones, como en los algoritmos que se utilizan para, a partir de las respuestas obtenidas, estimar el voto a cada partido. Es evidente que esos algoritmos han fallado, especialmente en el caso de los partidos emergentes, al habérseles atribuido unas expectativas sobredimensionadas. Por ello, no estaría de más que, a la luz de la experiencia, se produjera una corrección de tales fórmulas en la cocina de las encuestas, sobre todo si lo que se pretende es informar con veracidad a los electores y no manipular su voluntad política. Sólo así podrá evitarse que, como escribió Italo Calvino en La giornata d’un scrutatore, pueda evitarse esa «distante amargura y estupor de socialdemócrata escandinavo» que produce observar las prácticas que empañan nuestro sistema electoral.