EL MUNDO 12/05/14
FRANCISCO SOSA WAGNER
· Ante el dilema ‘más o menos Europa’, el autor propone el lema ‘mejor Europa’ que se base en la solidaridad.
· Ve necesario fortalecer las instituciones como el Parlamento y la Comisión frente al Consejo Europeo o el Ecofin.
En estos días es frecuente enarbolar la bandera de Más Europa o de Menos Europa: la primera por los convencidos europeístas, la segunda por los nacionalistas y euroescépticos. Como se ha convertido en un tópico y de los tópicos hay que huir porque emperezan las entendederas, prefiero hablar de una Mejor Europa: más eficaz, más sólida y más democrática. Y en la que ha de brillar la idea de la solidaridad, versión moderna de esa fraternidad que se halla en el frontispicio de la Revolución francesa. Se trata de la seña de identidad que ilumina sus políticas más comprometidas: las representadas por los fondos estructurales y regionales, por los fondos de desarrollo rural, los de cohesión, el marítimo y pesquero, etc. que han supuesto un río de dinero que ha ido desde los estados ricos a los pobres. Hoy día superar la brecha entre países acreedores y deudores es una tarea imprescindible si queremos curar las heridas producidas por la crisis. Porque una Europa unida es una europa de vecinos, no una Europa en la que unos pasan la factura a pagar a los otros.
Hay una realidad terca que no debe olvidarse: en todo territorio donde se arría la bandera de la solidaridad, se iza la del nacionalismo.
Esta visión de Europa exige una política económica cada vez más integrada que incluya inversiones comunes, la asunción de una deuda común gestionada por un Tesoro común, y un control de los presupuestos nacionales a cargo de las autoridades europeas.
Sectores donde las inversiones comunes pueden convertirse en graneros fecundos de empleo y de bienestar ciudadano son las telecomunicaciones, los transportes, la energía, la protección del patrimonio cultural europeo, el desarrollo rural y ganadero, los planes forestales y la investigación.
La solidaridad exige asimismo adoptar medidas para impedir la regresión en la prestación de los servicios esenciales, entre ellos la energía y el suministro de agua que han de ser configurados como servicios universales lo que permitiría garantizar una mínima prestación e impedir los cortes a las familias que sufran riesgo de exclusión social. El mismo principio de no regresión hay que aplicarlo a los servicios de dependencia pues las discapacidades, de un lado, y el envejecimiento de la población, de otro, obligan a aumentar las profesiones que se ocupan de la asistencia y cuidados a personas con dificultades. Se trata éste además de un importante ámbito de creación de empleo que puede servir para fomentar, con un programa ambicioso, las titulaciones de ciclo corto. En tal sentido, los ejemplos españoles de la formación de fisioterapeutas, enfermeros o nutricionistas pueden ser buenas inspiraciones.
Quiero enfatizar lo siguiente: el desempleo y el envejecimiento de la población son las dos grandes bombas que están colocadas en el corazón de Europa. No sabemos cuándo van a estallar pero sí sabemos que, si no rectificamos, a no dudar estallarán.
Pues bien, la creación de puestos de trabajo está obviamente ligada a la política de inversiones citadas a las que deben añadirse las ligadas a la economía verde y, dentro de ella, a las grandes apuestas por el ahorro y la eficiencia energética.
Es justamente la crisis demográfica europea la que nos obliga a admitir con toda naturalidad a trabajadores de otros continentes. A tal respecto resumo las tres palabras claves de una política de inmigración: a) ordenar por medio de leyes europeas la gestión de los controles fronterizos, la vigilancia de los flujos de personas y la política común de visados; b) organizar la emigración/inmigración mediante acuerdos de las mismas instituciones europeas con los estados cuyos ciudadanos se ven obligados a emigrar; c) integrar a los nuevos conciudadanos: se trata de que respeten nuestras leyes, entre ellas la Carta de derechos fundamentales, y aprendan el idioma para evitar la marginación que supone la formación de guetos donde se amontonan personas ajenas al país en el que habitan.
Una idea debemos tener muy clara: todo lo que los demócratas no hagamos para alcanzar esa integración de los inmigrantes lo harán los xenófobos por expulsarlos.
Respecto del acceso al crédito de las pequeñas y medianas empresas avanzo una medida nueva que no ha sido considerada. Si se invocó hasta el hartazgo el símil del sistema circulatorio para subrayar la necesidad de ayudar con fondos públicos al sistema financiero, no deberíamos abandonar esa analogía una vez que se consiguieron los euros de los planes de rescate. Las entidades financieras satisfacen unos fines relevantes en las sociedades modernas, del mismo modo que otras muchas empresas privadas prestan servicios económicos de interés general. Hay a estos efectos un sinfín de técnicas que pueden utilizarse conscientes de que imponer estas obligaciones de servicio a las entidades financieras que han recibido cuantiosas ayudas públicas, además de un beneficio económico, ayudaría a mejorar la imagen de la Unión Europea.
Por su parte, la solidez a la que aludo está emparentada con el refuerzo de las instituciones comunes (Parlamento, Consejo de Ministros, Comisión y Tribunal de Justicia) y con la huida del pensamiento fragmentado y retrógado de los nacionalismos. A este respecto, si se abriera un proceso constituyente, sería necesario introducir cambios –medidos– en estos órganos básicos. De forma más radical es preciso comportarse con el Consejo Europeo, reunión de los jefes de Estado y de Gobierno: suprimirlo sería volver al origen institucional diseñado por los padres fundadores. Se trata de la mayor rémora que existe en la Unión y causa de sus desprestigios como lugar privilegiado que es del intercambio de favores entre los estados. Preciso es recordar que el protagonismo del Consejo Europeo en la gestión de la crisis económica se ha debido a que, en el proceso de integración económica que viene de la instauración del euro, las instituciones europeas no han dispuesto de unas adecuadas competencias económicas. Pues bien, lo procedente es corregir esta situación en beneficio –una vez más– de las citadas instituciones europeas comunes sabiendo que los estados se hallan adecuadamente representados en el Consejo de Ministros.
La democracia exige corregir las desviaciones que en el gobierno de Europa ha producido la crisis. Ésta ha creado enfermedades como: a) el fortalecimiento desmesurado del Consejo Europeo, del Consejo de Asuntos Económicos y Financieros (Ecofin) y del Banco Central Europeo, por no contar con instituciones extrañas a Europa como el Fondo Monetario Internacional; b) un parcial abandono de los instrumentos comunitarios europeos y su sustitución por acuerdos entre los gobiernos; c) un oscurecimiento parcial de las funciones del Parlamento europeo como institución plenamente democrática.
Volver al método comunitario y fortificar al Parlamento son labores inmediatas.
He hablado de una Europa eficaz. La eficacia remite a la percepción por la ciudadania en su vida cotidiana de su pertenencia a la Europa unida, la aventura social más importante que puede vivir el ser humano en este siglo XXI. Sólo a fondos de cohesión social se destina el 35,7% del Presupuesto total de la Unión Europea. Un dato que no se debe olvidar en esta hora electoral.
TERMINO. La niebla de la economía y de las deudas no debe hacernos olvidar la dimensión cultural de Europa en cuya rica tradición deben anclarse las mejores de nuestras iniciativas porque, desde que Europa emerge en la Edad Media como civilización consciente, es la cultura su fundamento básico. Sería bueno que esta perspectiva, la de una historia de su cultura sin mixtificaciones, asumiendo sus glorias y sus miserias, se enseñara desde la escuela a los niños pues, al mismo tiempo, proporcionaría el hilo de Ariadna que significa el respeto a un patrimonio histórico lujurioso, a sus grandes nombres, a sus símbolos, a sus deslumbrantes inventos y a esa luminaria de nuestra civilización que es su Carta de derechos fundamentales.
Europa es el resultado de cultivar esta identidad cultural común y al mismo tiempo de tejer y aderezar los intereses también comunes, aquellos que nos obligan a permanecer unidos (la calidad de vida y de protección al consumidor, el mercado interior, la política económica y tributaria europeizadas, la disciplina segura de los bancos, de los seguros, de nuestras inversiones, etc.).
Sabiendo por supuesto que, pese a tales identidades e intereses, Europa no es una nación ni falta que hace pues para nada necesitamos esa pasión colectiva subrayada por los exclusivismos que es propia de los nacionalismos. Felizmente Europa no necesita héroes ni sangre ni batallas: la épica grandiosa ha sido sustituida por una lírica suave, aunque no por ella exenta de la emoción que cada uno, según su particular temple, quiera aportar.
A los miembros de la candidatura que presido en las elecciones europeas nos gustaría que las estrellas de la bandera europea fueran como los puntos suspensivos del relato siempre vívido de una Europa sólida, eficaz y democrática.
Francisco Sosa Wagner es catedrático y primer candidato en la lista de UPyD al Parlamento europeo. Su último libro (con Mercedes Fuertes) se titula Cartas a un euroescéptico (Marcial Pons, 2013).