Las fosas comunes del IS

EL MUNDO 24/10/16

· La ofensiva contra el califato en Irak destapa sus asesinatos en masa Tras la liberación de Sinyar se hallaron 30 enterramientos con restos de 1.500 personas cuya identificación llevará años

A unos metros del frente, agazapados entre la maleza seca, yacen los restos del crimen. Sobre la tierra mustia descasan las osamentas deslavazadas por el tiempo. Junto a los huesos es posible hallar las ropas e incluso las hebras de cabello de las víctimas. «Aquella tela de allí es la venda que les colocaron antes de ejecutarlos. El Daesh [acrónimo en árabe del autodenominado Estado Islámico] mató aquí a mujeres, hombres y niños. Hasta 150 personas murieron en este terreno. No puedo expresar lo que siento cuando veo este horror», murmura el combatiente Naser Basha, líder local del Partido Democrático del Kurdistán mientras, kalashnikov al hombro, recorre las fosas comunes cercanas a Sinyar, al norte de Mosul.

En agosto de 2014 los yihadistas avanzaron por su abrupta geografía, hogar de la minoría yazidí, sembrando el terror entre sus habitantes, seguidores de una fe vinculada al zoroastrismo que las huestes del IS (Estado Islámico, por sus siglas en inglés) creen «una adoración del diablo». Su sino fue atroz. Cientos de mujeres fueron secuestradas y vendidas como esclavas sexuales en Mosul mientras otros tantos vecinos eran fusilados a sangre fría.

«El Daesh firmó ejecuciones a tanta velocidad que en muchos casos abandonó los cuerpos sobre la tierra sin preocuparse por enterrarlos», relata Husein Hasun, asesor del primer ministro del Kurdistán iraquí en la azarosa búsqueda de las fosas comunes que las conquistas yihadistas desperdigaron por el norte de Irak. «Es una labor muy compleja. La lluvia ha esparcido los restos y hemos perdido parte de los cadáveres a causa de los animales que habitan las montañas cercanas. Hace poco recibí la llamada de un vecino de un pueblo árabe cercano informándome de que las tormentas habían arrastrado hasta su aldea esqueletos de yazidíes».

Según datos de las autoridades locales proporcionados a este diario, desde la liberación de Sinyar a finales del pasado año una treintena de enterramientos colectivos han sido localizados. «Calculamos que unas 1.500 personas permanecen enterradas en las fosas», estima Hasun.

Una cifra sin rostros en la que Shandim Qasem sospecha que figuran algunos seres queridos a los que perdió la pista hace dos años. «Tenemos a siete familiares desaparecidos. Unos cuantos llamaron hace meses asegurando que se hallaban en Mosul pero del resto no hemos vuelto a saber nada», balbucea el patriarca del clan desde el campo de desplazados al que escaparon.

«Los soldados del Daesh nos arrestaron, pero logramos huir en dirección a las montañas. Salimos corriendo sin volver la vista atrás. Sólo recuerdo que nos disparaban», evoca Qasem lamentándose por su destino. La familia ha desembolsado una fortuna para rescatar a su hija y nietos, confinados en una vivienda de la ciudad siria de Raqqa, la capital de facto del califato. «No hemos perdido la esperanza de volver a ver a los desaparecidos», confiesa. En mitad del fragor de la incierta batalla por Mosul, que ayer consumió su séptima jornada con las tropas kurdas a menos de nueve kilómetros del bastión yihadista, la misión de horadar las fosas e identificar a sus moradores se antoja larga y costosa.

«Los enterramientos están muy cerca del frente. En las visitas que hemos realizado nos han atacado hasta en cuatro ocasiones con mortero y francotiradores. No podemos exhumarlos», lamenta Hasun, consciente de que existen aún muchos emplazamientos por descubrir. «Se van a hallar muchas más en territorios que están aún bajo control del Daesh», recalca el investigador. Un lúgubre pronóstico que comparte Fawaz Abdel Abbas, subdirector en Irak de la Comisión Internacional de Personas Desaparecidas. «En Kocho, una aldea también de población yazidí y cercana a Sinyar, hay cientos de personas desaparecidas y aún no hemos podido acceder porque continúa en manos yihadistas», advierte el representante de una organización nacida en 1996 para tratar de localizar a los 40.000 desaparecidos en la extinta Yugoslavia.

La cifra de ejecutados por los acólitos de Abu Bakr al Bagdadi y arrojados a fosas comunes se disparará tras la liberación de la segunda ciudad de Irak. «Quién sabe lo que nos encontraremos en Mosul. Hemos recibido informaciones de que miles de personas han sido asesinadas, pero sólo lo sabremos cuando podamos trabajar sobre el terreno», reconoce Abdel Abbas. Desde febrero su grupo ha adiestrado a unos 30 funcionarios kurdos para detectar las sepulturas del IS. «Es un proceso laborioso –apostilla– que hay que hacer cumpliendo con rigor un protocolo. El lugar nos cuenta la historia y nos proporciona pistas para localizar a sus parientes vivos».

Un trabajo detectivesco que el peshmerga Basha se ha acostumbrado a desarrollar en cuanto sus uniformados se topan con otra oquedad. «A veces encontramos junto a los cadáveres su carnet de identidad, pero en la mayoría de los casos no hay nada», precisa el oficial. La contienda que despunta por el horizonte ha impedido, de momento, que se efectúen las primeras muestras de ADN.

«Tardaremos entre 10 y 15 años en documentar e identificar a los muertos, dependiendo de lo que se prolongue la guerra contra los terroristas», calcula Hasun, curtido en los tribunales holandeses y volcado en reunir las pesquisas y llevar el genocidio yazidí ante la Corte Penal Internacional. «Me siento frustrado. La comunidad internacional no está haciendo nada en la batalla legal», denuncia el letrado. «Los principales parlamentos del mundo –arguye– han reconocido como genocidio la matanza de los yazidíes, pero eso representa sólo la vertiente política. Necesitamos un veredicto judicial del genocidio», arguye.

Hace un año el tribunal con sede en La Haya rechazó investigar los crímenes alegando que carece de jurisdicción en Siria e Irak. «El Consejo de Seguridad de la ONU puede presentar un caso ante la corte incluso si el país no es firmante del tribunal. El plan B es forzar a la comunidad internacional a establecer una corte especial como en Ruanda o la antigua Yugoslavia. Esta carnicería no sólo incumbe a Irak. Es responsabilidad del planeta».


UNA HISTORIA paralela a la deL RÉGIMEN DE SADAM HUSEIN
El tajo que abre en el alma remover el barro y hallar las huellas de una masacre es un ‘déjà vu’ a orillas del Tigris y el Éufrates. «Hay más de 300 fosas comunes del régimen de Sadam Husein en todo el país», relata Paruin Nuri, jefa del departamento de fosas del Ministerio de Mártires del Kurdistán iraquí. «Sólo hemos podido excavar una porción muy pequeña por la falta de seguridad. Hasta la fecha, hemos desenterrado a unas 2.600 personas, árabes y kurdas y de diferentes religiones», maldice la funcionaria, segura de que nuevas y viejas fosas están unidas por «un mismo patrón». «Y tal vez por la misma gente», desliza desempolvando los lazos de baazistas y la organización yihadista que hace dos años deshizo las fronteras entre Siria e Irak. «Representan la misma ideología y atacan a los mismos objetivos», confirma el subdirector en Irak de la Comisión Internacional de Personas Desaparecidas, recién llegado de inspeccionar las fosas comunes que el IS dejó en Tikrit, la ciudad natal de Sadam Husein. «Es una situación muy complicada y un fenómeno muy extendido. La pasada semana hallamos nuevos enterramientos donde fueron arrojados los soldados ejecutados en el palacio presidencial de Tikrit», subraya Abdel Abbas. En agosto, Bagdad ahorcó a 36 presuntos yihadistas por liquidar a 1.700 militares, en su mayoría cadetes que habían sido abandonados por sus superiores. El IS ha añadido nuevos lugares al mapa de las hasta 300.000 almas – principalmente kurdas y chiíes – que el dictador sepultó bajo tierra entre 1983 y 1991. Según una investigación reciente, las matanzas yihadistas se han cobrado hasta la fecha 15.000 vidas, alojadas en hasta 72 fosas en los confines de Siria e Irak bajo su yugo. Además de Sinyar y Tikrit, el IS exterminó en el verano de 2014 a 700 miembros de la tribu Shaitat en el este de Siria y a 600 presos chiíes de la cárcel de Badush, a las afueras de Mosul. «La identificación será más fácil que en tiempos de Sadam. La gente fue muriendo y se perdió información vital. En cambio, ahora contamos con familiares y testigos vivos. El proceso llevará años pero podremos cerrar este caso», vaticina Abdel Abbas. / F. C.