CÉSAR ANTONIO MOLINA-EL MUNDO
El autor realiza un exhaustivo repaso a los escritos sobre las guerras civiles –desde la Grecia clásica– para concluir, a tenor de lo expuesto, que son un error irreparable cuyo arrepentimiento es casi inútil.
Bellum civile, guerra de ciudadanos o entre conciudadanos en el interior de las propias ciudades (antigua Grecia) o la propia Roma.
En latín hostis era el enemigo extraño a Roma, mientras civis era el conciudadano. La guerra civil se la inventó Roma en su teoría inicial aunque siempre las hubo. Cicerón fue el primero en emplear la expresión guerra civil.
Para Cicerón si se derrotaba a los enemigos externos y a la vez se derrotaba a los intrigantes interiores, eso se podría calificar como una guerra civil. Pestifera bella civilia, pestíferas guerras civiles.
El autor de Sobre los deberes mencionando a Sócrates en La República de Platón, insiste en la necesidad del bien común y lo aplica a Roma para evitar facciones contrapuestas. Valerio Máximo cuenta que después de una guerra civil no se otorgaba el título de imperator, ni se decretaba agradecimiento, ni se le rendía homenaje, pues a pesar de que esas guerras fueran necesarias también eran terriblemente dolorosas. Sin embargo hubo excepciones en el caso de Pompeyo y César. Recibieron homenajes por sus triunfos contra sus propios conciudadanos romanos de fuera de la geografía italiana. Y lo mismo se repitió con Octavio después de su victoria en la batalla naval de Accio, en el año 31 antes de Cristo. Los griegos resaltaban la paz y la armonía de las ciudades frente a la división, el mayor mal. Stasis, división, partidismo, una grave enfermedad de los ciudadanos. Platón en La República escribió que el mayor mal para la polis es aquello que la distrae y hace de ella muchos en lugar de uno.
La marcha de Sila sobre Roma, en el año 88 antes de Cristo, para combatir a Publio Sulpicio Rufo y a Cayo Mario por querer ambos extender el derecho de voto, acabó mal. Sila fue nombrado dictador. Craso y Pompeyo se unieron contra él. En La guerra civil, Julio César narra su lucha contra Pompeyo y evita utilizar mucho esta expresión, tan solo dos veces. Tras la muerte de César, su asesinato, la guerra civil continúa cruenta y prolongadamente. «… las armas tintas en no expiada sangre» escribe Horacio en las Odas (2.1). Lo peor de una guerra civil, mantener viva la llama de la memoria y caminar sobre fuego. Durante la época de Nerón, Lucano escribió La guerra civil (60-65, a.C.). Se refería a las luchas entre Pompeyo y César. En la Farsalia, también de Lucano, el autor, rememora que cada vez que alguien recuerda un pasaje de una guerra civil se la vuelve a sufrir toda entera. Una guerra civil, a la vista de lo aquí comentado, es un error irreparable cuyo arrepentimiento es casi inútil.
Desde antiguo han sido muchos los autores que se han ocupado de este asunto. Apiano en Las guerras civiles (145-165), Tácito en su Historia, San Agustín en La ciudad de Dios… donde se han abolido las guerras entre sus ciudadanos y así se evitan las heridas incurables, los herederos vengativos, las divisiones del país y su desmembramiento.
A lo largo de los siglos nunca hubo una comunidad inmune. Además de las guerras civiles clásicas ya citadas hubo otras no menos terribles y profundas como las inglesas, norteamericana (Lincoln luchó por la unidad de la nación, la inviolabilidad de la Constitución y la ilegitimidad de la secesión unilateral), la Revolución francesa también considerada por algunos historiadores como civil, el caso de la misma Revolución rusa, y la española del siglo XX, culmen de todas las anteriores que hubo a lo largo de los siglos, por ejemplo, entre españoles en la conquista de América. Los franceses se enfrentaron sobre todo por cuestiones religiosas. Montaigne dijo que sufrir una guerra civil era estar en vilo en propia casa.
Tácito, Plutarco, Apiano, Floro y tantos otros historiadores de todas las épocas coinciden en que en las pequeñas disputas y discordias internas se ensayan las guerras civiles. No surgen inesperadamente sino que se preparan durante tiempo. Hugo Grocio, en el siglo XVII, calificó a las guerras en públicas y privadas. Las primeras sí eran financiadas por el Estado; las segundas no lo eran. Él insiste en guerras justas e injustas. Podría ser civil cuando se libraba contra una parte del mismo Estado y externa contra otros estados. Grocio es el autor del libro Sobre el derecho de guerra y de paz (1625). El español del siglo XVI, Vázquez Menchaca, no creía que fuera legítimo cobrar un precio en las guerras civiles. E insistía en que había que evitar las guerras entre cristianos. Grocio, basándose en Plutarco y Cicerón, afirmó que una guerra civil era peor que un gobierno ilegítimo y que cualquier paz es mejor que una guerra civil. Hobbes pedía a los gobiernos que la evitaran, había que asegurar la paz. Estos conflictos se producían por falta de comprensión y diálogo y también por falta de educación moral. Para Locke la guerra civil implicaba el abandono de la propia civilidad.
¿ES LA GUERRA CIVIL SEMEJANTE a una revolución? Estoy de acuerdo con Hanna Arendt en que sí, aunque la revolución sea un fenómeno de la era moderna. Durante el siglo XVIII las guerras se clasificaron en Sucesionistas (monarquía), Supersecionistas (lucha por la autoridad en un mismo territorio) y Secesionistas (independentistas, algo nuevo a finales del siglo XVIII). Todo esto lo estudia Vattel en El derecho de gentes: gobiernos injustos, sedición, insurrección. Vattel está contra las guerras civiles y la división de naciones. Kant habló de la larga paz y la paz duradera o la paz perpetua. Clausewitz en De la guerra no habla de las guerras civiles porque quizás, como escribió Voltaire y luego Victor Hugo, todas las guerras son guerras civiles. Y esto me lo repetía muchas veces Salvador de Madariaga. David Armitage, uno de los grandes estudiosos de estos temas, se refiere a la legislación internacional que proviene de la Haya o de Ginebra. Aquí y ahora sí que hay que recordar con apremio nuestros conflictos catastróficos antes de que, de nuevo, vuelvan a repetirse.
César Antonio Molina es escritor, ex director del Instituto Cervantes y ex ministro de Cultura