Armando Zerolo-El Español

  • La burocratizada Europa es la que no ha dudado en mostrar su firmeza en la defensa de los valores de la vida, la dignidad, el derecho y la libertad.
Las banderas en alto, las ideas fuerza y los grandes gestos tienen un impacto directo en la comunicación política, pero no siempre acusan bien el dato. La guerra, acontecimiento desgraciado donde los haya, ha lavado, sin embargo, como la lluvia de estos días, parte del polvo mortecino que nos cubría el horizonte.

Los hechos crudos son difíciles de digerir para las ideologías. Hay algo en la opinión acerca de la guerra de Ucrania que recuerda la vileza de las peores épocas del terrorismo. Había entonces un pero que se colaba en las columnas, en los cafés y en los discursos, que provocaba una náusea moral.

ETA está mal, pero es que hay que entender que con Franco…

El terrorismo es condenable, pero también lo es el centralismo del Estado.

Las víctimas, sí, pero es que los presos…

Y hoy, como entonces, nos encontramos ante la misma vileza moral. La vileza que pone la bandera antes que el dato, el color antes que el sufrimiento personal, la historia antes que el derecho y los afectos y preferencias subjetivas antes que la injusticia. Es la vileza que no permite que un hecho concreto e innegable manche una bandera. Es una forma de entender la política, de ir por la vida, que no es exclusiva de un solo partido o bando, porque es un error moral que nos puede afectar a todos por igual.

«La izquierda populista, que también lleva en su ADN la defensa de los débiles, se ha visto defendiendo uno de los poderes más tiranos»

El intelectualismo en la práctica lleva siempre al peor de los errores, a afirmar las ideas en perjuicio de los hechos. Las contradicciones argumentales en una época sentimental no anulan por sí mismas ningún discurso, pero no por ello debemos dejar de señalarlas.

Lo hemos visto en parte de la izquierda española que, cegada por un antiimperialismo yanqui sesentero, o un feminismo radicalizado, no ha sido capaz de ver que la población civil de un país vecino estaba siendo laminada por el poder del que se supone que abominan.

La izquierda populista, que también lleva en su ADN la lucha contra el poder y la defensa de los débiles, se ha visto defendiendo uno de los poderes más tiranos de nuestro mundo actual contra el propio pueblo ruso y, desde luego, contra el pueblo ucraniano. Han dado prioridad a sus banderas y, con ellas, al opresor, a la casta y a los poderosos. Sólo nos faltaba por ver a “la izquierda de la casta” defendiendo a los oligarcas.

Y lo hemos visto también en algunos sectores de la derecha que, preocupados por el “valor de la vida”, se han olvidado de las vidas de los vecinos. Se ha reproducido el argumento formal de la época de ETA que tanto criticaban algunos en sus propias filas.

La guerra está mal, pero es que los americanos…

Putin se ha pasado, pero es que mira que la OTAN atreverse a…

Rusia no ha actuado bien, pero es que los valores de occidente…

«No se puede aprovechar un acto de agresión como oportunidad para colocar en el debate público nuestra mercancía ideológica»

La defensa de los valores morales de occidente, la Tercera Roma, la crítica feroz contra la decadencia de la cultura o la batalla cultural en bruto ha llevado a algunos al colmo de las abstracciones, a pensar que en realidad la invasión de Rusia era un choque civilizatorio.

No: ni se trata de la defensa de los valores cristianos, ni éstos deberían defenderse con bombas de racimo.

Pero la contradicción más sangrante es la que critica al supremacismo occidental desde un supremacismo aún más grave. Se alega que desde occidente no podemos juzgar a Putin porque ellos son diferentes, porque a los rusos, por su tradición orientalista, les gusta la tiranía. Como si los rusos fuesen esclavos por tradición y naturaleza.

Esto, además de un desprecio supremacista hacia un pueblo que sufre la tiranía, es un desprecio histórico. Es el desprecio a la resistencia silenciosa contra el totalitarismo soviético que tan gran lección de libertad nos dio. ¿O es que es acaso sólo a nosotros, los occidentales, nos gusta la libertad, mientras que ellos, los pobres, están encantados con la tiranía porque es su “tradición”?

Hay que hacer muchas piruetas mentales para acabar negando que, por la razón que sea, el Kremlin ha invadido una nación soberana y que ha provocado miles de víctimas inocentes (tan inocentes como las víctimas de ETA), una crisis internacional y un riesgo universal. No se puede aprovechar un acto de agresión como este como oportunidad para colocar en el debate público nuestra mercancía ideológica, ya sea el viejo antiimperialismo comunista o las nuevas teologías políticas de la decadencia. Sus razones tendrán, pero tienen poco que ver con lo que está pasando.

«En el fondo de muchos, reside la nobleza y la honestidad intelectual de rendir algunas banderas ante la contundencia de los hechos»

Mientras tanto, los liberales, los que se habían “vaciado de valores”, los “burócratas”, los que parecía que sólo se movían para ir a buenos restaurantes, se han levantado con la contundencia que pedían los hechos. La “anticuada” OTAN, que se había quedado estancada en la Guerra Fría, ha sido la que ha activado sus fuerzas para defender a los agredidos, mientras los anti-OTAN desplegaban su “diplomacia de precisión”, o los nuevos euroescépticos se ponían de lado para no irritar a sus ambiguos socios europeos.

La “soberanista y burocratizada” Europa, la de los hombres de gris, la abortista, la que no tiene valores, la liberal y socialdemócrata, es la que no ha dudado desde el primer momento en condenar los hechos y mostrar su firmeza en la defensa de los valores de la vida, la dignidad, el derecho y la libertad. Otros, a cambio de sus banderas, han decidido pagar con la vida ajena y la libertad.

La guerra de Ucrania ha sido un ariete que ha tumbado algunas puertas. Nada, ni la causa más noble, justifica un acto injusto. Estamos viendo que, en el fondo de muchos españoles, reside la nobleza y la honestidad intelectual de rendir algunas banderas ante la contundencia de los hechos. Si hay realismo, hay esperanza.

*** Armando Zerolo es profesor de Filosofía Política y del Derecho en la USP-CEU.