IÑAKI EZKERRA-EL CORREO

Hay algo que se nos escapa en este nuevo fenómeno de compra compulsiva

Está demostrado científicamente: el español, cuando se siente amenazado, compra papel higiénico de modo compulsivo. Pasó en las primeras semanas de la pandemia y ha vuelto a pasar ahora con la guerra de Ucrania. Da igual que la amenaza consista en un virus o en un ataque nuclear. Da igual que se anuncie la escasez de leche, de huevos o de aceite de girasol, como ocurre en estos días. El papel higiénico sigue siendo el rey de los productos de primera necesidad y del acopio en los supermercados. Uno trata de hallar una explicación al fenómeno en el probado hecho de que el váter ha sido y es aún para los españoles el gran signo del desarrollo económico y del prestigio social. Lo atestiguan hitos nacionales como Villa Meona, la casa que se hicieron construir Miguel Boyer e Isabel Preysler a finales de los años 80 y que despertó en el gremio prostático una envidia que podríamos llamar ‘cochina’ en el sentido literal del término.

A esa oscura modalidad de la memoria histórica que debemos de guardar los españoles de los tiempos del zurullo en el pajar, se suma otra razón que explica el frenesí consumista del papel de váter: el de su sobrevenido carácter multiuso. Antes de llegar al trasero del consumidor, hay gente que lo usa como kleenex, como servilleta y hasta como papel de cocina, de tal guisa que el ciclo vital medio de un rollo normal se alarga hasta el infinito, como antaño sucedía con el papel de periódico, que pasaba de ser leído a envolver bocadillos de sardinas y, finalmente, a colgar troceado de un menesteroso gancho junto a la taza del retrete. Todavía la generación de españoles que precedió a las del desarrollismo se limpió las nalgas con las caras de los ministros de Franco (ésa fue la gran oposición al régimen) y en algunos domicilios de arraigada religiosidad había quien tenía la secreta misión de recortar las esquelas para evitarles a los muertos un trabajillo tan sucio.

Otra vez el papel higiénico, sí. Es el gran enigma de nuestro tiempo. Hay en este fenómeno algo que se nos escapa. Porque frente a esa papiromanía, han surgido también sus detractores. En Internet hay páginas enteras que advierten de los peligros que esconde contra la salud. En una de ellas, la Universidad de New Brunswick alarma sobre el uso en su fabricación de ingredientes ocultos, como el aceite mineral a base de petróleo y parafina, que pueden provocar infertilidad e infecciones vaginales. En otra, un estudio de la revista Environmental Science and Technology detalla que la presencia de Bisfenol A y Formaldehído tiene efectos adversos sobre las hormonas, los riñones, el hígado, las glándulas mamarias… Yo creo que con el papel higiénico estamos perdiendo los papeles.