TONIA ETXARRI-El Correo

Al final todo llega. Mañana martes, en el último minuto del partido, cuando ya ha hablado la Unión Europea y todos los países de nuestro entorno han pasado sus deberes a limpio, Pedro Sánchez dará a conocer su plan de choque frente a la crisis en una situación de economía de guerra. Antes, esta misma mañana, se dará un baño de apoyo selecto en un foro en el que comparecerá acompañado por representantes del Ibex 35. Dadas las circunstancias, una imagen, aunque valga más que mil palabras, ya no es suficiente. Los paros, su giro unilateral con el Sáhara Occidental y la guerra genocida de Putin han desbordado a este Gobierno que tiene que hacer equilibrios entre sus aliados y el descontento de la calle.

Ha sido un mes enloquecido. En menos de treinta días, la remisión de la pandemia, la esperanza de la llegada de los fondos europeos, la aprobación ‘in extremis’ de la reforma laboral y el ‘noqueo’ de un PP cegado por una lucha de poder interna ha pasado ya a otra dimensión. De la invasión de Ucrania a la crisis de los carburantes pasando por la insolvencia de la ministra Raquel Sánchez, que tuvo que corregir el traspié inicial de infravalorar el impacto de la huelga de transportes y encasillar ideológicamente a los transportistas, queda el poso de la decepción y el descontento. El malestar social ha salido a la calle. Estamos viviendo una primavera oscura con brochazos amarillos en forma de chalecos que pintan el cuadro del Estado de la nación en tonos grises sin matices.

El acuerdo con los transportistas ha sido sólo parcial, los paros siguen y el miedo al desabastecimiento impide la conciliación del sueño de los contribuyentes y no, precisamente, por el cambio horario. No está el ambiente para épicas. El acuerdo alcanzado en el Consejo Europeo para abaratar la energía es positivo porque concede a España y Portugal un «trato especial». A pesar de las reservas de quienes insisten en que nuestra única excepción es la tarifa de la luz regulada de 108 euros megavatio/hora mientras la de Portugal es de 44 euros.

Pero tardaremos por lo menos un mes en ver el cambio. La Unión Europea nos ha permitido la excepción precisamente por el debilitamiento de nuestra economía. Vamos a ser el conejillo de Indias y, de entrada, al canciller alemán Scholz le parece erróneo el plan de intervención de los precios.

Veremos cómo salimos de ésta. Vamos más lentos que los demás en la recuperación económica de la pandemia. Deberían ser tiempos de reformas y ajustes. Pero el Gobierno sigue sin querer bajar impuestos y los sindicatos oficiales subvencionados no le ponen en ningún aprieto. Después del fracaso de su única manifestación, tan testimonial que no llegaron ni a un millar de congregados en comparación con las protestas de los transportistas, productores, gente del campo y la mar y autónomos que no controlan, su papel ha quedado en entredicho.

El deterioro económico y social es palmario. Con un Gobierno de centro derecha, estros sindicatos estarían incendiando las calles. Con un Gobierno socialcomunista no lo hacen aunque no pueden garantizar la paz social. El Gobierno, que se quedó solo la semana pasada en el Congreso porque todos los grupos le afearon su inacción ante la crisis y su giro unilateral con Marruecos, está perdiendo la calle a pesar de la docilidad de los sindicatos. La historia nos recuerda que muchos presidentes perdieron el poder cuando les abandonó la calle. Queda un año y medio de legislatura en el que el Gobierno de La Moncloa va a tener que sortear no pocos obstáculos para los que no está preparado.