José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Siempre que la derecha ha gobernado en el conjunto de España, sus expectativas electorales mejoran también en las autonómicas catalanas y vascas
El Partido Popular parece estar saliendo de su postración electoral tanto en Cataluña como en el País Vasco. La última encuesta del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat catalana del mes pasado atribuía a los conservadores hasta 14 escaños. Ahora disponen de tres en el Parlamento de Cataluña. A eso habría que añadir que Vox se situaría en ocho y Ciudadanos se mantendría en seis. El PP regresaría a un nivel de representación que ya registró en 2006, aunque lejos de los 19 asientos que logró en las autonómicas de 2012, sobre una Cámara con 135 miembros.
Este repunte de los populares se corresponde con el nuevo ciclo electoral que se ha abierto claramente en el conjunto de España y que en Cataluña —también en el País Vasco— se percibe, si bien con menor intensidad, como ha ocurrido desde el inicio de nuestra época democrática. Para ganar las elecciones generales, el PP requiere de una presencia en Cataluña que tenga alguna relevancia porque aquella comunidad aporta 47 diputados al Congreso. Cuando los populares han gobernado, se han entonado en las circunscripciones catalanas en comicios autonómicos. El año anterior al triunfo de Aznar en las elecciones de 1996, el PP logró 17 asientos en el Parlamento catalán, y en las autonómicas precedentes a las que dieron mayoría absoluta a Mariano Rajoy en 2011 (186 diputados), su partido llegó hasta los 18 escaños en Cataluña.
Hay que tener en cuenta que Cataluña dispone, como Navarra, Euskadi y Galicia, de un universo político propio y que en la oferta electoral existe una propuesta de derecha nacionalista que ha venido representando Convergència i Unió y que ahora está desaparecida, pero que continúa larvada y en las catacumbas mediáticas y sociales.
Una parte de la población catalana, además, ha tenido un comportamiento selectivo según la naturaleza de las confrontaciones electorales: en las autonómicas existía la llamada ‘abstención diferencial’, inexistente en las generales, que han dado reiteradamente la victoria al PSC y resultados presentables al PP. Las incursiones de Feijóo en Cataluña han sido básicamente acertadas. Allí ha tenido la perspicacia de utilizar el lenguaje adecuado y enfatizar la necesidad de gestión económica y concordia en su sociedad. Se ha dicho que el presidente del PP ha ensayado el galleguismo que le sirvió para obtener hasta cuatro mayorías consecutivas en Galicia pese a la emergencia poderosa del Bloque Nacionalista Gallego (BNG), que es ahora la segunda fuerza política en aquella comunidad, por delante de los socialistas.
Aunque el Sociómetro del Gobierno Vasco de junio pasado no recoge estimación de voto (analiza la valoración de la situación interna y las actitudes políticas, según las cuales el 41% se siente tan vasco como español), otros sondeos, como el de IMOP para El Confidencial, adelantan que el PP está también avanzando discretamente en Euskadi y ya sería la primera fuerza política en Álava.
Ocurre allí lo que en Cataluña: en menor medida, pero los vascos también acompañan el cambio de ciclo. A los dos años de ganar las elecciones el PP de Aznar, los populares registraron su segunda mejor marca en 1998: 16 escaños en Vitoria, y la incrementaron cuando los conservadores obtuvieron en 2000 mayoría absoluta, alcanzando al año siguiente 19 asientos en el Parlamento autonómico sobre un total de 75. En las elecciones de 2020, las últimas celebradas, se quedaron solo en seis diputados, dos de ellos de Ciudadanos, aunque comparecieron en lista conjunta. De los peores resultados de la historia de la derecha española en Euskadi. Habría que remontarse a 1990 para apuntar igual número de representantes.
El País Vasco aporta al Congreso 18 diputados y el PP para ganar en el conjunto de España tiene que obtener allí tres o cuatro. Esa es la tarea también de Feijóo que, efectivamente, mantiene unas correctas relaciones con el PNV, que es el representante más genuino de la derecha vasca nacionalista. Los populares podrían obtener votos de varios filones: pocos de Ciudadanos; algunos más de Vox; otros del ala más moderada del PSE —de los históricos, que no se reconocen en el actual PSOE—, y, en comicios generales, incluso de segmentos pragmáticos del nacionalismo. Feijóo tendrá que reclutar a más efectivos para la dirección y emplearse a fondo en las elecciones locales y forales de mayo, que allí son especialmente importantes.
La derecha española, si mejora sus expectativas en el País Vasco y Cataluña —como ahora parece—, estaría iniciando sin duda la remontada que reflejan las encuestas. Hace falta que los vascos y catalanes de derechas —inclinados por la opción del nacionalismo conseguidor— observen en el PP de Feijóo una inteligencia táctica y estratégica que no sería nueva en el PP, pero que ha quedado muy desdibujada con el transcurso del tiempo. En este propósito, las políticas fiscales e industriales son de gran impacto en Euskadi.
Se trata de que la peculiar relación de los conservadores nacionalistas —que no siempre imponen la identidad al realismo— se normalice con la derecha española en la línea de lo que la nueva dirección nacional del PP desea y que tanto preocupa en la Moncloa, que trata por todos los medios de hacer equivalente a Feijóo con Casado. Y de negarle al presidente del PP su natural moderado. Si Feijóo remonta en mayo próximo en Cataluña (locales) y en el País Vasco (locales y forales), tendrá la Moncloa más a mano aún de lo que ahora parece, porque el independentismo desciende: sobre el 40% de partidarios en Cataluña y sobre el 20% en el País Vasco. Y el Gobierno de coalición está hartando, por su prepotencia, en el Palau de Sant Jaume y en Ajuria Enea.