Kepa Aulestia-El Correo
La puesta en escena de la candidatura de Yolanda Díaz a la presidencia del Gobierno, mañana en Madrid, puede acabar destacando la ausencia de la oficialidad de Podemos por encima de la significación de los presentes. Han trascurrido ya dos años desde que Pablo Iglesias designó públicamente a Díaz como su sucesora. El modo en que fue nominada la ahora vicepresidenta segunda y el tiempo que se ha dado para aceptar el liderazgo del espacio a la izquierda del PSOE no son ajenos al paulatino distanciamiento entre la cúpula de la formación morada y Yolanda Díaz. Dos años de ‘escucha’ parecen excesivos para escenificar un proceso que tampoco podía añadir apoyos a los que cabía esperar en marzo de 2021. La insistencia en el uso de la primera persona del singular y la sublimación de su figura por parte de quienes la secundan resulta chocante en un entorno que se jacta de nuevas formas de política. Del mismo modo que su designación por Iglesias es causa del despecho mostrado por éste que, tras renunciar formalmente a la dirección de Unidas Podemos trata de tutelar su futuro.
Uno de los motivos por los que Yolanda Díaz ha dilatado tanto su decisión es su propósito de sortear las elecciones locales y autonómicas sin verse comprometida por los resultados del 28 de mayo. Si hubiese aceptado el envite de Iglesias hace dos años, se habría visto obligada a conformar candidaturas para ayuntamientos y comunidades a la cabeza de una alternativa plural. Al no hacerlo, puede mantenerse como la gran esperanza de la izquierda de la izquierda para el caso de que las siglas que la apoyan se desinflen en mayo. De ahí también que prefiera posponer el acuerdo definitivo con esas siglas y, especialmente, con Podemos. Tras una negociación multilateral entre ella y todos los demás. Lo que no deja de ser ventajista, además de arriesgado por su exceso de cautela. Es probable que las candidaturas locales y autonómicas de Podemos vayan a la baja. Pero también es probable que Más Madrid, En Comú y Compromís no obtengan los resultados de 2019. La lógica según la cual ese declive general permitiría a Yolanda Díaz elaborar sus propias listas provinciales para el Congreso y el Senado daría lugar a una alternativa demasiado gaseosa como para afrontar los siguientes comicios. Entre otras razones porque Díaz no supone ya ninguna novedad, y será muy difícil que se vuelva ilusionante mientras sus socios con partido se achican.
Las izquierdas están experimentando algo sin precedentes en la política española. Desde el restablecimiento de la democracia, la pugna electoral entre la socialdemocracia del PSOE frente primero el PCE, luego Izquierda Unida, y las formaciones territorialmente periféricas siempre ha sido una constante durante cuarenta y seis años. Esta será la primera vez en la que el PSOE renuncie a batallar contra las opciones a su izquierda para asegurar la continuidad de la coalición de gobierno e incluso de los demás partícipes en el bloque de investidura. Que el socialismo de Pedro Sánchez auxilie manifiestamente a la alternativa de Yolanda Díaz, y que ésta no solo se deje auxiliar sino que busque esa ayuda abre un enorme interrogante sobre los efectos electorales de tan inédita estrategia. Además, la ausencia de Ione Belarra e Irene Montero mañana en Magariños podría acabar situando a Podemos fuera de la coalición de Sánchez y Díaz antes de las generales.