RICARDO ARANA-El Correo

  • Para cumplir su función, la escuela no debe reducirse a un único modelo, sino favorecer estrategias flexibles, eficaces y plurilingües

En el País Vasco una cuarta parte de la población tiene al euskara como primera lengua, es decir, contacta con la lengua vasca por primera vez en el hogar, bien en solitario o junto con el castellano. Para estas personas, el euskara es su lengua materna. El resto lo conocerá especialmente gracias al sistema educativo.

Es este el que persigue, con su estudio sistemático, que todos podamos entender y expresarnos en ambas lenguas oficiales en el mayor número posible de contextos y de la mejor manera. Sin pretender un mismo nivel, porque las situaciones de partida y acompañamiento son diferentes, la institución escolar intenta que sus estudiantes obtengan conocimiento práctico suficiente en una y otra, como reclamaba en estas mismas páginas el actual consejero de Cultura y Política Lingüística.

Muchos sistemas, conocedores del papel vital de la lengua materna en la adquisición de competencias educativas, potencian que buena parte de los aprendizajes se efectúen en dicha lengua. En nuestro caso lo hacíamos con todas las de la ley, es decir, de forma normativizada, tras la promulgación de la Constitución e incluso antes de la aprobación del Estatuto de Autonomía. Y es que en aquellos momentos entendíamos mayoritariamente (y lo seguimos entendiendo a juzgar por el último Deustobarómetro) consustancial a la democracia la posibilidad de la enseñanza en lengua materna.

Con todo, fueron sin duda la Ley de Normalización del Euskara y su desarrollo los que sistematizaron en Euskadi la enseñanza de ambos idiomas, regulando que tanto vascohablantes como castellanohablantes pudieran estudiar básicamente en su primera lengua o más equilibradamente en ambas, estableciendo los conocidos modelos lingüísticos A, B y D, retocados luego en la Ley de la Escuela Pública Vasca, y que ahora el consejero de Educación plantea limitar a uno.

La práctica ha caminado en esa dirección. Hoy, la enseñanza en lengua materna ha quedado reducida en la enseñanza pública al alumnado euskaldun y es marginal la realizada básicamente en castellano, mientras que la enseñanza bilingüe se ha restringido a menos de un tercio de los estudiantes, casi todos escolarizados en centros educativos concertados.

Esta situación es producto de la decisión de las familias, de criterios de planificación administrativa y también de campañas publicitarias que extienden un conjunto de creencias, algunas ciertas, otras erróneas y, sobre todo, contradictorias. Por eso es necesario repasar lo que tenemos como conocimiento correcto y contrastado.

La investigación constata que el mayor dominio de la lengua materna influye de forma positiva en todos los aprendizajes, lingüísticos y no lingüísticos. Igualmente ha confirmado la capacidad de la educación bilingüe o plurilingüe, esto es, de la formación utilizando otras lenguas. Asimismo hemos comprobado que una buena forma de aprender otra lengua en la infancia, además de su estudio sistemático, es que vehicule otros aprendizajes, haciendo ese estudio más efectivo y completo. Y también hemos verificado que el uso de una lengua de instrucción distinta de la materna mantiene una relación directa con los rendimientos obtenidos, que puede ser más o menos problemática en la medida en que se proceda de entornos con mayor o menor nivel socioeconómico y cultural.

Hasta ahí lo que sabemos de forma segura y que una política educativa sensata debe encajar. Lo que se promueve que creamos, pese a ser totalmente erróneo, es que todo ese conocimiento indudable no sirve para nuestro caso, y que utilizar la lengua materna como palanca de aprendizaje solo resulta beneficioso con el alumnado vascohablante, pero no con el castellanohablante. Apuntan, sin fundamento, que un modelo lingüístico concreto borra totalmente la situación de partida. Especulan con que cualquier estudiante, proceda de donde proceda, puede obtener buenos rendimientos escolares en todas las áreas con una estrategia en la que la única lengua de instrucción es el euskara. Y acaban pretendiendo que todo el alumnado, vascohablante y castellanohablante, prescinda de estudiar otras lenguas (especialmente la primera lengua de la mayoría) de una manera práctica, esto es, vehiculando aprendizajes a través de ellas, descartando así su presencia efectiva.

No es aceptable callar ante tal desinformación, ni útil, y menos aún justo, ocultar los problemas, aislar las lenguas o separar a sus hablantes, medidas todas que se plantean en la actualidad desde instancias sociales y políticas poderosas. Nuestros dos idiomas requieren distinta protección, obviamente, pero progresan, comparten y compiten en contacto. Por eso, para cumplir su función, la escuela no debe reducirse a un único modelo, sino articular un marco que permita estrategias flexibles, eficaces y plurilingües, sin marginar la primera lengua de sus estudiantes, más aún cuando esta es oficial. Hoy se celebra el Día de la Lengua Materna. Una jornada para reflexionar, a invitación de la Unesco, sobre una importancia a menudo desapercibida.