IGNACIO CAMACHO-ABC

  • De repente, Podemos aparte, parece que la ley del ‘sí es sí’ no es de nadie. Ni de Yolanda Díaz ni de Pedro Sánchez

En los partidos comunistas y afines subyace aún la vieja pasión –la enfermedad infantil, decía Lenin– por la querella interna y su secuela en forma de purga, ahora más civilizadamente llamada veto. El proceso se rige por una especie de ley de hierro: mientras más pequeña sea la formación, más camarillas, corrientes o facciones surgen y más intenso es el enfrentamiento. De esta deriva inmune a los cambios de circunstancias y de tiempos no iba a librarse Podemos, donde Pablo Iglesias ejecutó desde el principio depuraciones sumarísimas contra disidentes y desafectos y ahora le ha tocado sufrirlas en su círculo de confianza más estrecho. Con el añadido de que no tiene otro remedio que aguantarse para salvar los muebles de una fuerza en desplome manifiesto. Cuando alzó a Yolanda Díaz olvidó que el poder siempre acaba generando un movimiento sinérgico de cohesión alrededor de los liderazgos nuevos. Es tarde para darse cuenta de que gestionó mal el relevo.

Lo que la candidata de Sumar no ha explicado, aunque sea cosa sabida, es la razón por la que ha excluido a Irene Montero de sus listas (y a Echenique de propina). Su melifluo discurso de diálogo y transparencia no parece valer para sí misma. Se supone que el fracaso de la ley del ‘sí es sí’ ha achicharrado a la ministra pero reconocerlo supondría cuestionarse a sí misma en la medida en que apoyó sin fisuras esa calamidad legislativa. Y hasta el final, cuando ya existía público conocimiento de sus consecuencias desastrosas, la vicepresidenta mantuvo el voto en contra de la improvisada reforma con que el sanchismo trató de enmendar a última hora una metedura de pata histórica. Entonces ya era consciente de que Montero y Belarra, sus orgullosas «leonas» (sic), se habían convertido en una rémora para su flamante plataforma, y sin embargo optó por la lógica tribal y decidió solidarizarse con su derrota. Asumió el despropósito con igual terquedad que sus autoras.

De repente, al sonar los tambores electorales, parece que, Podemos aparte, la norma que benefició a cientos de agresores sexuales no tiene padre ni madre. No es de nadie. Tampoco de Sánchez, el verdadero y último responsable, capaz de declararse compungido porque sus amigotes y colegas generacionales se sienten agredidos por el furor identitario de tanto feminismo rampante. Quién pudiese ver las caritas en el Consejo de Ministros de los martes, donde a todo esto y hasta que el mandato acabe las leonas siguen sentadas en teórico ejercicio pleno de sus responsabilidades. Errejón, la primera víctima de Iglesias y quizás el menos comunista de la pandilla fundacional, debe de estar paladeando el sabor de la revancha y cantando por lo bajinis aquello de Pablo Milanés: eternamente Yolanda. Al fin y al cabo, antes de que lo purgaran, compartió con sus rivales recién descarrilados muchas veladas universitarias de vino y guitarras.