Las maniobras del nacionalismo escocés

EL CORREO 04/02/15
ALFREDO CRESPO ALCÁZAR

Amenos de tres meses para las elecciones generales británicas, las incertidumbres predominan sobre las certezas. Desde 1992 (John Major vs Neil Kinnock) nunca las incógnitas sobre el resultado final fueron tan grandes. En 2015, además, debemos añadir que los interrogantes afectan a la diferencia que habrá entre primer y segundo partido.

Parece evidente que ni laboristas ni conservadores se hallan actualmente en condiciones de alcanzar la mayoría absoluta, lo que abre el abanico a posibles pactos o, incluso, coaliciones. Particularizando aún más, los resultados que en Escocia se produzcan pueden condicionar no sólo el signo del Gobierno resultante, sino también las decisiones que éste adopte durante la legislatura.

En función de esta última premisa, el Partido Nacional Escocés (SNP) ha empezado a diseñar su estrategia pre y poselectoral. Nicola Sturgeon maneja el corto, medio y largo plazo. Dentro del primero destaca su deseo de influir en la gobernabilidad británica apoyando a un hipotético Gobierno laborista aunque sin integrarse en él.

Este modus operandi viene avalado por las encuestas (algunas de las cuales otorgan al SNP 35 escaños de los 59 que se disputarán en Escocia). Además, un buen número de otrora votantes laboristas se decantan por el nacionalismo, sintonizando con su ideario económico socialdemócrata (y no tanto con sus aspiraciones soberanistas) por lo que verían en la entente Laborismo/SNP el freno a las políticas de austeridad que asocian a los ‘tories’.

Ante el plan de Sturgeon, la reacción de Ed Miliband, el líder laborista, ha sido dubitativa. No lo ha rechazado de forma tajante, sino que se ha escudado en que su objetivo es lograr la mayoría absoluta. Esto último se augura complejo y no juega a su favor la creciente deriva izquierdista apreciable en su discurso, abusando del concepto ‘clase trabajadora’ y reiterando que los conservadores gobiernan sólo para unos pocos. Con esta forma de argumentar hace caso omiso a los consejos de Tony Blair. En efecto, el ex primer ministro le recordó que el laborismo solo ha tenido opciones tangibles de ganar elecciones cuando se ha posicionado en el centro político. Sin embargo, Miliband se siente más cómodo manejando las soflamas de la lucha de clases que los postulados de la tercera vía.

En lo que respecta al medio y largo plazo, Sturgeon ha rechazado con más contundencia que Ed Miliband la propuesta de David Cameron de ‘votos ingleses para leyes inglesas’. Para la escocesa, algunas de las materias que teóricamente solo afectan a Inglaterra sí que repercuten a posteriori en Escocia, como la sanidad. Como esta ‘obser vación’ conlleva dosis de egoísmo, la ha envuelto dentro de una defensa a ultranza del Estado de bienestar, acusando a los ‘tories’ de su desmantelación a través de privatizaciones sistemáticas.

Con todo ello, aunque el 7 de mayo le puede deparar al SNP un éxito sin precedentes, esto no le ha hecho apartarse ni un ápice de su objetivo principal: la independencia. Sturgeon se ha desmarcado ahora de una hipotética declaración unilateral, manejando como única alternativa viable la celebración de un (nuevo) referendo. ¿Una muestra de ‘fair play’ y de respeto escrupuloso por la legalidad? Todo lo contrario. Al respecto, recordemos que Salmond (y la propia Sturgeon) durante el pasado año prometieron que no llevarían a cabo una nueva consulta si perdían la del 18 de septiembre.

El poso que deja este ‘ nuevo’ punto de vista alude al habitual estado de insatisfacción que caracteriza al nacionalismo periférico. De hecho, cuando David Cameron el pasado 22 de enero presentó las conclusiones de la Comisión Smith para la mejora del autogobierno escocés, Sturgeon calificó las propuestas de insuficientes.

En consecuencia, mientras el unionismo cumplió su promesa de estudiar y ampliar el horizonte competencial de Escocia, el SNP sigue instalado en el regateo permanente. La siguiente fase se vislumbra en el horizonte: una presencia significativa en Westminster le capacitará para obtener nuevas concesiones que beneficiarán a una parte, nunca al todo. Para ello, nada más eficaz que un Gobierno débil en Londres.

Junto a ello, el nacionalismo escocés ha sabido extender su reivindicación a otras partes del Reino Unido. Esto le ha capacitado para tejer una ‘alianza de progreso’ con formaciones como los nacionalistas galeses (‘Plaid Cymru’/El Partido de Gales) y el Partido Verde, en la que el SNP ostenta el rol de actor principal. Una suerte de ‘Yes Scotland’ pero con bases territoriales más amplias.

Por tanto, conviene no perder de vista cómo interactúan y como se relacionan ambos nacionalismos periféricos, escocés y galés. Durante la campaña del pasado referendo, El Partido de Gales apoyó la meta del SNP, cuando en el argumentario histórico del Plaid Cymru había primado el autogobierno frente al secesionismo.

Sin embargo, la llegada al liderazgo de Leanne Wood (2012) generó un viraje ideológico. Así, dosis de radicalismo han irrumpido en el programa, como la acentuación del socialismo y del republicanismo. Además, ha anunciado en cuantos foros ha participado que País de Gales será independiente dentro de una generación. Por último, cobra relevancia el factor mimético, esto es, la exigencia de Wood de que el estatus constitucional que logre Escocia deberá extenderse también a su nación.