Nacho Cardero-El Confidencial
Lo de Sánchez con Junqueras es como la fábula de la rana y el escorpión, siendo la rana de carné socialista, patas cortas y lengua protráctil, con la que igual dice hoy una cosa y mañana la contraria
En algo hay que darle la razón a Puigdemont en el análisis que hace de la realidad catalana: Junqueras no es de fiar. Pese a sus trazas de fraile franciscano y su voz templada, arrastrando las palabras, con la que se dirigió a los espectadores en su francachela con Évole en Lledoners, a uno le cuesta creer que en La Moncloa puedan confiar en el líder republicano y mucho menos pasearse de la mano con él por La Rambla sin miedo a que les roben el reloj y la cartera. El diablo siempre se disfraza de ángel de luz, advierte San Pablo a los corintios.
“Es más fácil entenderse con JxCAT que con el PSOE”, “quien metió inocentes en la cárcel no fuimos nosotros”, “no renunciaré a sumar las mayorías necesarias para conseguir mi objetivo [referéndum de autodeterminación], “no tengo privilegios en Lledoners; recibo el mismo trato que todo el mundo”, “estoy seguro de que nunca hemos mentido”, “el junquerismo es amor”, “soy cariñoso con Torra… con todo el mundo”, “echo de menos los árboles, gozar de la sombra de un árbol”. Fray Junqueras al periodista de La Sexta.
Lo de Pedro Sánchez con Oriol Junqueras es como la fábula de la rana y el escorpión, siendo la rana de carné socialista, patas cortas y lengua protráctil, con la que igual dice hoy una cosa y mañana la contraria, para asegurarse la gobernabilidad del país, y perteneciendo el escorpión a una de las especies más peligrosas, la del alacrán que parece inofensivo en los medios de comunicación –especialmente en los de Madrid, del todo abducidos por las salmodias del republicano–, pero cuyo aguijón guarda veneno a mansalva y está presto y dispuesto a usarse en el momento más conveniente. Porque Junqueras no es Gandhi. Tampoco Rosa Parks.
Sánchez no termina de fiarse de ERC. Tampoco Meritxel Batet ni Salvador Illa. El tripartito de izquierdas en Cataluña está todavía lejos
Por eso, y pese a que se afana en aparentar lo contrario, Sánchez no termina de fiarse del de Esquerra. Eso es, al menos, lo que aseguran en círculos socialistas. Según estos, el acuerdo firmado con los republicanos, que contiene puntos de lo más peliagudos como mesas de negociación entre iguales, así como consultas sobre los acuerdos alcanzados entre Generalitat y Estado, nunca habría sido del gusto del presidente del Gobierno. Simplemente, reconocen, es el trágala que hay que deglutir para mantenerse en el poder.
Tampoco se fían de Junqueras la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, y el ministro de Sanidad, Salvador Illa, ambos procedentes del PSC, próximos a Sánchez y bien conocedores de la fontanería de la política catalana. Saben que lo del líder republicano no es la vía pragmática, como tratan de vender los enviados republicanos a la capital, sino la vía gradualista, consistente en exhibir un halo de santidad sobre la coronilla para arrancar concesiones al Estado y, piano, piano, ganar en apoyo social hasta conseguir el 60% de votos independentistas y posibilitar el referéndum de autodeterminación.
Porque los de ERC, no nos olvidemos, son tan independentistas como Guardiola o Karmele Marchante y cuando llegue el momento de la verdad y tengan que elegir, elegirán independentismo, y si es necesario volverán con Puigdemont a pesar de la animadversión mutua que se profesan. Y lo harán con la misma facilidad con la que los niños cambian de equipo fútbol en el colegio. Todo ello lo resume bien la frase de Montserrat Bassa en el Congreso: “Me importa un comino la gobernabilidad de España”.
Esto explicaría por qué el tripartito de izquierdas (ERC-PSC-Comunes) con el que se especula para después de las elecciones catalanas, réplica del que llevó a Sánchez a la presidencia del Gobierno, está más lejos de lo que creen los analistas. La estrategia de tierra quemada que va a poner en marcha Puigdemont para tensionar y recuperar pulso electoral, empezando con el macro-acto en Perpiñán este 29 de febrero, en el que espera reunir a cerca de 100.000 personas, arrastrará a ERC a posiciones maximalistas y dinamitará el frágil pacto PSOE-ERC.
Cs y PP lanzan ‘Cataluña Suma’ para activar un desmovilizado voto constitucionalista. Martín Blanco se perfila como cabeza de lista
Porque la batalla de las catalanas de 2020 no será entre bloques de izquierdas y derechas, como algunos desean, sino de nuevo entre independentistas y no independentistas, como dejó entrever Junqueras en su conversación con Évole. Con la peculiaridad, esta vez, de que el independentista está inmerso en una lucha fratricida que debería imposibilitar cualquier posibilidad de reconciliación dentro del bloque si no fuera porque, al fin y a la postre, no hay mejor pegamento sentimental que el hecho de tener a los ‘exconsellers’ en prisión para unir lo que parece imposible: JxCAT y ERC.
Mientras, el bloque no independentista no solo se encuentra tan dividido como su parte antagónica sino que adolece de una preocupante desmovilización. Este desinterés, rayano en la indolencia, está directamente relacionado con una profunda desafección respecto a la clase política y con el hundimiento de Ciudadanos, una debacle que se vive con evidente frustración debido a las otrora altas expectativas depositadas en este partido tanto en Barcelona como en Madrid.
Tan complicada tesitura hace que los peores presagios de los constitucionalistas, esto es, que los secesionistas saquen mayoría de diputados y más de la mitad de los votos en las próximas elecciones catalanas, estén cada vez más cerca de cumplirse.
Estas alarmas son las que han llevado a Partido Popular y Ciudadanos a unir sus fuerzas en ‘Cataluña Suma’ para soslayar la evidente división existente en el bloque y revitalizar unas pobres expectativas. Aunque desde el PPC aseguran que la coalición está todavía “muy verde”, fuentes próximas a la formación naranja señalan a Nacho Martín Blanco (Cs) como cabeza de lista por Barcelona, con Lorena Roldán (Cs) de número dos, mientras Alejandro Fernández (PP) lideraría Tarragona.
A nadie se le escapa, sin embargo, que esta coalición resulta insuficiente para frenar el rodillo secesionista. Se requeriría también de la complicidad del PSC. No solo que aborte sus devaneos con Junqueras sino que lidere la ofensiva.
El PSC de Iceta estudia una alianza con sectores catalanistas no independentistas (la Lliga) para ampliar su base de electores
Lejos de una gran alianza entre los no independentistas –’raca-raca’ recurrente que conduce irremediablemente a la melancolía por la incapacidad de llevarla a cabo–, lo que se está pergeñando es un experimento tan inédito como arriesgado, que pasaría por ampliar la base electoral del bloque no independentista y recuperar al votante catalanista hoy huérfano de partido. Se trataría de un pacto de los socialistas con los sectores del catalanismo no independentista, ese sector que Pujol y Mas se encargaron de enterrar dos metros bajo tierra. En resumidas cuentas, un pacto del PSC con la Lliga Democràtica.
La Lliga, que tiene como presidenta a Astrid Barrio y como secretario general a Josep Ramón Bosch, pero al que todavía le falta lista de cartel para las catalanas, está aglutinando a las pequeñas formaciones de corte catalanista (desde Lliures a Convergents, pasando por Units per Avançar), con el objeto de movilizar este electorado y sumarle a Miquel Iceta. En la Lliga calculan que el catalanismo no independentista, situado en el centro en la escala ideológica, representa el 5% de los votantes, en torno a 220.000 personas, lo que supondría cinco escaños, cuatro por Barcelona y uno por Tarragona.
En definitiva, se trataría de empoderar a un líder de izquierdas como Miquel Iceta para concentrar el voto no independentista, procedente de dos alianzas, la de PP y Ciudadanos, por un lado, y la del PSC y la Lliga, por el otro, más luego los Comunes. Uno de los pocos escenarios que quedan para que el porcentaje secesionista no sobrepase el 50% en estos comicios.