Es público y notorio que el autoritario Chávez es amigo de las FARC y del fundamentalismo islámico, cuyos idearios deberían ser opuestos. En todos ellos predomina el desprecio a la democracia y sus instituciones. Pero no lo dicen. O dicen que ellos son quienes establecerán la «verdadera» democracia, libertad y justicia…
No es novedad que en política se mienta. Pero existen grados, circunstancias y motivos. Por diversas razones se tolera más a ciertos individuos y facciones. En general gozan de esta prerrogativa quienes han conseguido victimizarse. Entonces se les perdona, porque su presunta condición les autoriza a cometer infracciones que no se critican y ni siquiera se ven: forman parte de una ilusión justiciera. Para dar un ejemplo límite, baste recordar la flexibilidad con que la mayor parte del mundo aceptó el crecimiento y la agresividad del nazismo, porque «provenía» de las crueles humillaciones que se habían impuesto a Alemania en el Diktat de Versalles. Hitler tenía derecho a armarse y provocar.
A partir de la segunda mitad del siglo XX surgió otra tendencia importante, paraestatal esta vez. Inspirada en ejemplos anteriores, adoptó el heroico nombre de «fuerzas revolucionarias», luego se llamaron «guerrilleros». Diferentes denominaciones identificaban a grupos que eran también distintos, pero coincidían en el común odio a las instituciones de Occidente, por sus fallas, corrupción y deterioro. Esta tendencia se alimentaba con el fuego de la utopía. Engendró idealistas, luego asesinos y dictadores, tanto en América latina como Africa y Asia. Más otras consecuencias que terminaron por destrozar la utopía, porque en esos países aumentó la pobreza y el atraso. Ni asomo del paraíso.
Una compleja red anuda ahora a grupos marxistas, narcos, populistas y teocráticos, que no han aprendido la lección. Es público y notorio que el autoritario Chávez es amigo de las FARC y del fundamentalismo islámico, cuyos idearios deberían ser opuestos. En todos ellos predomina el desprecio a la democracia y sus instituciones. Pero no lo dicen. O dicen que ellos son quienes establecerán la «verdadera» democracia, libertad y justicia.
Hace poco dos terroristas de la ETA fueron detenidos en el País Vasco. Produjeron un escándalo mayúsculo al informar que habían sido entrenados en Venezuela por militares que gozan de la confianza de Hugo Chávez y por guerrilleros de las FARC. Que las FARC encuentran refugio en Venezuela y Ecuador ya dejó de ser un secreto. Arturo Cubillas es el jefe de Seguridad del Instituto Nacional de Tierras de Venezuela. Este hombre había sido expulsado de Argelia por pertenecer a la ETA y colaborar en tres asesinatos. Según la confesión de los dos detenidos, Cubillas fue quien los «recogió y dio cobijo» al llegar a Venezuela y luego los introdujo en su escuela de entrenamiento para matar. Cubillas ya había aparecido en los archivos de Raúl Reyes, el número dos de las FARC abatido en Ecuador. Pese a tantas pruebas, Caracas se ha negado a los pedidos de España para efectuar su extradición. El embajador chavista en Madrid mintió enseguida al inventar que esa confesión fue obtenida mediante torturas. Pero debió retractarse.
Como es lógico, la noticia hizo arder a los informativos españoles. El gobierno de Rodríguez Zapatero, por razones ideológicas arcaicas, no se atreve a un enfrentamiento claro con Chávez e intenta poner paños fríos. Chávez, por su lado, sigue mintiendo -como es habitual- y asegura que no tiene vínculos con la ETA y las FARC. Y que investigará las tareas de Cubillas.
Los impúdicos embustes de los terroristas conformarían un catálogo enorme. Asombran las que acaba de denunciar un periodista árabe sobre las de Yaseer Arafat. En efecto, Khaled Abu Toameh, conocido por su valentía e independencia, acaba de escribir que el ex presidente palestino y premio Nobel de la Paz «engañó a todo el mundo, todo el tiempo». Cita a Mahmoud Zahar, prominente líder de Hamas, quien viene de revelar que Arafat, cuando no podía conseguir lo que deseaba en la mesa de negociaciones, instruía a su organización para que lanzase ataques contra Israel. Su facción no hesitaba en satisfacer esas órdenes y llevó a cabo decenas de atentados que quitaron la vida a cientos de civiles judíos y árabes, porque no podían hacer la diferencia al estallar una bomba o cometer un ataque suicida. Mientras esto ocurría -continúa Toameh- la Autoridad Palestina seguía integrando la comunidad internacional como una instancia seria y pacífica. «Arafat fingía hacer lo posible para detener las acciones terroristas de Hamas. Su descaro era tan grande que instruía asimismo a Fatah, su propia tendencia, para que no fuese menos activa que Hamas». Como deja ver Zahar, el presidente palestino «estaba mintiendo rotundamente a Israel y a los generosos donantes occidentales». Con parte de esas donaciones labró una gran fortuna, que ahora gozan en París su viuda y su hija.
Algunos palestinos que han participado en las recientes conversaciones directas de paz seguramente sabían sobre el doble discurso de su fallecido jefe, porque formaban parte de su íntimo entorno. Ellos son Nabil Sha´ath, Saeb Erekat y Yasser Abed Rabbo. Con este último he dialogado en Ramallah y en Madrid, en un encuentro organizado por Vargas Llosa.
Las declaraciones de Mahmoud Zahar fueron hechas en la Universidad Islámica de Gaza, para conmemorar el 10º aniversario de la segunda intifada, que estalló en septiembre del año 2000. Recordemos que la misma se produjo al regresar israelíes y palestinos de una larga conferencia en Camp David, coordinada por Clinton. En esa oportunidad, el premier israelí Ehud Barak concedió casi todo lo pedido por Arafat. Pero éste siguió negándose a firmar la paz. Entonces el presidente Clinton, fastidiado, inútilmente le exigió que hiciera sus propuestas finales. No hubo propuestas. Arafat dio por terminadas las negociaciones y regresó haciendo el símbolo de la victoria. ¿Cuál era la victoria? No haber firmado la paz. A los pocos días ordenó la segunda intifada con la débil excusa de un breve y programado paseo que hizo Sharon por la Explanada del Templo. Barak, en cambio, volvió entristecido por la derrota: todas sus concesiones no alcanzaron. La otra parte se la pasó mintiendo. En definitiva, deseaba algo imposible: el suicidio de Israel.
Estos dos ejemplos son apenas una muestra. La mentira, obviamente, no es patrimonio exclusivo de malhechores y terroristas, pero en éstos adquiere horrible trascendencia, porque inmoviliza a quienes deberían desenmascararlos y ponerles un límite.
Esta es la primera vez que un líder de Hamas admite abiertamente que su movimiento llevó a cabo ataques terroristas contra Israel, por instrucciones del líder de la Autoridad Palestina.
Lamentablemente, algunos israelíes, estadounidenses y europeos se negaron, entonces, a abrir sus ojos a la realidad -que Arafat los estaba engañando-. Incluso hicieron la vista gorda cuando se reveló, en aquel entonces, que Arafat estaba financiando al brazo armado de Al Fatah, las Brigadas de los Mártires de al Aqsa, cuyos miembros llevaron a cabo decenas de ataques terroristas en los últimos 10 años.
Arafat fue un líder que condujo a su pueblo de un desastre a otro. Gracias a él, miles de palestinos fueron masacrados por los jordanos en la década de 1970. También jugó un papel en la Guerra Civil de Líbano que costó la vida de decenas de miles de personas.
Al ordenar a Hamas que llevara a cabo «operaciones militares» contra Israel, tras el fracaso de la cumbre de Camp David, Arafat llevó desastre, no sólo a Israel, sino a su propio pueblo. Más de 5.500 palestinos y 1.000 israelíes murieron en los ataques que, Zahar dice, fueron ordenados por Arafat.
Por último, queda por ver lo que el Comité del Premio Nobel tiene que decir acerca de la confesión del líder de Hamas. Además, los que, en aquel entonces, defendían incondicionalmente a Arafat como un «socio para la paz», le deben una disculpa a las víctimas de los ataques terroristas y a sus familias.
* Marcos Aguinis es escritor con una amplia formación internacional en literatura, medicina, psicoanálisis, arte e historia. En 1963 apareció su primer libro y, desde entonces, ha publicado nueve novelas, once libros de ensayos, cuatro libros de cuentos y dos biografías que generan entusiasmo y polémica. En los últimos años todos sus títulos se convirtieron en best-sellers. Ha sido galardonado con, entre otros, el Premio Planeta (España), la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, el Premio Reforma Universitaria (Universidad de La Plata), el Premio Fernando Jeno (México), Premio Benemérito de la Cultura de la Academia de Artes y Ciencias de la Comunicación, Premio Nacional de Sociología, Premio Lobo de Mar, Premio Swami Pranavananda, la Plaqueta de Plata Anual de la Agencia EFE por su contribución al fortalecimiento de la lengua y la cultura iberoamericanas y fue designado por Francia Caballero de las Letras y las Artes. Es Doctor Honoris Causa por las universidades de Tel Aviv (2002) y San Luis (2000. En 1995 la Sociedad Argentina de Escritores le confirió el Gran Premio de Honor por la totalidad de su obra.
Marcos Aguinis, La Nación (Argentina), 20/10/2010