Bernard-Henri Lévy-El Español

Por supuesto, aún no hay nada escrito en piedra.

Esa soldadesca está dispuesta a cualquier cosa para aplastar la revuelta de las melenas.

Esos enclenques mulás capaces de matar a golpes a una mujer que lleve el velo mal puesto. Esos policías con turbante cuya mezquindad solo tiene parangón con el terror que les inspira la visión del rostro de una mujer. Esos asesinos en serie que no dejan pasar ni un solo un día sin que su lista de feminicidios aumente, esta vez llegarán hasta el final.

Irán se encuentra al borde del precipicio.

Su régimen está en las últimas, es despiadado y está dispuesto a derramar ríos de sangre por la sensación de impunidad que tiene. Escribo estas líneas con temor y temblor, con los ojos clavados en la última foto de Jina Mahsa Amini, la estudiante kurda por la que empezó toda esta revuelta y cuya melena sigue reluciendo, siempre libre, pero en una cama de hospital, junto a un respirador que no consigue salvarla.

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Y al mismo tiempo, el campo, al igual que las ciudades, se levanta.

Las universidades de Teherán, igual que la lejana región del Baluchistán, están en llamas tras la violación de una manifestante por parte de un policía.

En 27 provincias de las 31 que componen este legendario país se alza el viento de la sedición en solidaridad con Amini y las casi cien víctimas mortales que han venido después.

En Ardabil, las banderas verdes de los antidisturbios retroceden en este juego del escondite entre la libertad y la muerte que les infligen los insurgentes.

Y la fuerza de un movimiento en el que la gente asume todos los riesgos para obtener no como en 2009, la transparencia de unas elecciones; no como en 2019, una bajada del precio de la gasolina; sino la caída de un régimen del que, de repente, no hay nada que salvar.

[Jamenei detiene cantantes mientras las estudiantes de Irán se quitan el velo y claman contra la dictadura]

«Barayé», corean los manifestantes.

«Barayé» y nada más, es decir, «por» (la vida, la libertad, las mujeres).

Es 1979, pero al revés.

Es el verdadero levantamiento del espíritu. Michel Foucault se equivocó al anunciarlo entonces: llega ahora.

Y en estos aciagos días en los que el mundo juega a la ruleta rusa, asistimos al momento ucraniano de Irán.

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La singularidad del momento viene del lugar que ocupan las mujeres.

De los velos que se queman como si fueran cadenas que se rompen. De esas escenas en las que, desafiando las porras y las balas, renacen las melenas, los rostros y la belleza.

O, entre las más tímidas, ese fino cuadrado de tela que se deja caer sobre las sienes, que vuela con el viento otoñal o que es tan ligero que, en el caso de Amini, el día que la policía de la moral la detuvo, casi confundieron con su pelo. ¡Qué lejos hemos llegado desde el velo negro, tan riguroso, de otra mujer, Sakineh, a la que la opinión mundial salvó de morir lapidada!

Irán está renaciendo gracias a sus mujeres.

Son ellas las que, como los «santos del cielo» de Una temporada en el infierno, tienen el honor de «cuidar a los fieros lisiados».

Y esta «pirámide de mártires», de la que otro poeta dijo que «obsesiona a la tierra», no sólo es una tumba. Es un monumento a la gloria de un pueblo tomado como rehén y que, con una sola voz, ahora está exultante de libertad.

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A muchos les sorprende el gesto de estas mujeres iraníes, que no sólo dejan a la vista su pelo, sino que deciden cortárselo. Hay gente que ve en ese gesto algo cruel, sacrificado, como si fuera un acto de violencia ejercida sobre su propia belleza.

Y también lo es, por supuesto.

Y también es el recuerdo de los disturbios de 2014 cuando, en solidaridad con las mujeres rapadas de la prisión de Evin, cientos de hermanas emularon ese acto sublime y fatal.

[Parinoush Saniee: «Si los hombres de Irán no pueden seguir luchando, las mujeres toman las armas»]

Pero por lo poco que sé de la literatura persa, la de Hafez, la de Rumi o la del Shâhnâmeh, el Libro de los Reyes, esta nos cuenta otra historia, una historia de mujeres luchadoras cuyo acto de cortarse el pelo era señal de gran luto, de ira inextinguible o de batalla cuerpo a cuerpo que se avistaba en el horizonte, como la de Gordafarid contra Sohrab.

Todo un acervo poético maravilloso que apuntala un panorama político.

El heroísmo alimentado por un pasado prodigioso.

Es eso o los mulás con cabeza de col de Sadeq Hedayat, que, si se deja que actúen a su antojo, serían capaces de reducir a cenizas una de las grandes civilizaciones del mundo.

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La otra cuestión es si el mundo (más o menos) libre será capaz de estar a la altura de las circunstancias, como en Ucrania, frente a un enemigo (JameneiPutin) que no deja de ser común.

Será menester una movilización de almas.

El aumento de las sanciones que exigen los revolucionarios de Teherán, no sin razón.

Expulsiones y retiradas de embajadores, resoluciones efectivas en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Las pseudofeministas tendrán que apoyar a estas mujeres de forma tajante y tendrán que dejar de aceptar aquí formas de sumisión que dicen condenar allá.

Y todos los países implicados tendrán que salirse de una «negociación nuclear» que será una farsa mientras reinen en Qom esos obscenos policías con un pudor tal que están dispuestos a derramar sangre por un trazo de lápiz de labios.

Nada es más frágil que una tormenta de liberación.

Si faltamos a esta cita (por hablar de nuevo como un poeta), la esperanza derrotada plantará su negra bandera en todas partes.