Miquel Giménez-Vozpópuli

  • Cargos de todos los partidos se han apresurado a colarse en la cola de las vacunas. A eso se le llama transversalidad

Cuando el crucero Costa Concordia naufragó, todo el mundo se quedó atónito al enterarse que en la primera lancha que abandonó el barco iba el capitán del buque. Ese héroe, de nombre Francesco Schettino, adujo en el juicio que le formaron por tamaño abandono de sus deberes que creía “poder dominar la situación mejor desde la costa”. El jurado, ajeno a tal consideración filosófica, lo sentenció a dieciséis veraces años de trullo.

Me ha venido a la memoria el capitán al saber la cantidad de cargos públicos de casi todos los partidos que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, ya se han vacunado contra el virus maldito. Sus razones no tienen menos enjundia que las de Schettino. Que si sobraban vacunas, que si ellos tenían contacto con contagiados, que si frecuentaban residencias de ancianos, en fin, razones más que humanas que encubren lo que une a todos esos personajes: yo soy una autoridad y me vacuno y se vacuna mi señora y mi cuñado si se tercia porque a ver quién me dice a mí lo que tengo que hacer, y el que venga detrás, que arree.

Ah, pero no sean ustedes demasiado duros con esos abusones de libro. Si aquellos que elegimos para que rijan nuestras pobres haciendas son así es porque, en el fondo, muchos de quienes los votan también comparten esa picaresca, ese “si yo estuviera en el sitio de fulano o de mengano iba a robar más que él”. Es esa España que no conoce más que el enchufe, la adulación al mandamás a ver qué cae y la justificación del oprobio o la injusticia porque, en el fondo, su miserabilismo ético iguala a quien comete la tropelía.

Claro que muchos, si pudieran, se vacunarían antes que nadie. Claro que muchos escurren el bulto con Hacienda pensando que pague el otro. Claro que muchos aceptan facturas en negro o recomendaciones de tal o cual amigote con cargo para conseguir un puesto de trabajo que no merecen. Claro que hay quien a diario miente en nombre de su señorito para cobrar jugosas subvenciones. Aquí no hay derechas ni izquierdas. PSOE, PP, JxCat, PNV, todos han ido a vacunarse de tapadillo. Son como el capitán del Costa Concordia. Se apean del buque hundido sin pensar ni en el pasaje ni en la tripulación. Lo primero y principal es salvar su glorioso culo y después ya veremos de qué se discute.

Una cuestión de ejemplaridad

Tampoco es que el número de personas que han cometido ese delito, porque para mí lo es diga lo que diga el Código Penal, que no moral aunque sería deseable, desequilibre el número total de los vacunados a día de hoy, novecientos sesenta mil y pico, dicen. Pero no es una cuestión de estadística, sino de ejemplaridad. Que se hubiera vacunado el presidente del gobierno o incluso el Rey podría tener sentido para convencer a los anti vacunas de que es aconsejable ponérsela, no les digo que no. Pero cuando son cargos, carguillos o carguetes de segunda los que emplean malas artes de truchimán, la cosa cambia. Ellos no lo hacen para dar ejemplo. Ellos se cuelan porque se creen con todo el derecho a hacerlo.

El paradigma, por lo general, del cargo público en España suele ir asociado, lamento tener que decirlo, a una concepción patrimonial del escaño o despacho oficial. De ahí que cuando un político se rebela contra su partido sean muy pocos los que entregan su acta de diputado. Todos mantienen el puesto porque, amigo, hay ahí un modus vivendi estupendo, unos sueldos astronómicos y unas gabelas que son imposibles en el mercado libre. Controlamos poco a nuestros elegidos, les exigimos casi nada y, por descontado, les pagamos unos emolumentos que no se merecen. Siempre he defendido que si cobrasen el salario mínimo interprofesional, o nadie querría dedicarse a la política o ya verían como lo aumentarían astronómicamente.

No hay que buscar más en la deplorable actitud de quienes obran de manera tan caciquil, la de atribuirse poderes taumatúrgicos que los sitúan por encima de sus demás conciudadanos. Yo me imagino a alguien en Alemania o Francia haciendo lo mismo. Sería cesado fulminantemente, dado de baja del partido y llevado ante los tribunales por abuso de cargo. Aquí, contemporizamos.

Es una tristeza comprobar que siempre acabamos por disculpar al ladrón, a condición de que sea de los nuestros, mientras que al honrado se le toma por tonto. Así que ya lo saben, las mujeres y los cargos primero, y entonemos un viva en honor del capitán Schettino.