Manuel Montero-El Correo

  • El extremismo religioso ha causado más víctimas que cualquier etapa anterior. La superioridad moral que se adjudica justifica cualquier inhumanidad

Hubo actos parecidos antes, pero en el concepto actual el terrorismo nació hacia 1880, cuando los nuevos medios de información empezaron a difundir los atentados y estos eran más fáciles de realizar mediante explosivos y armas de fuego. Desde hace siglo y medio el terrorismo ha buscado condicionar la política y la evolución social. Sus técnicas e impacto han variado con el tiempo, como lo han hecho la política, la economía y los medios de comunicación. Cabe distinguir cuatro etapas diferentes por su carácter y autoría.

El anarquismo, los nacionalismos anticoloniales, la revolución social y las motivaciones religiosas han inspirado sucesivamente el terror, sin que sean nítidas las separaciones cronológicas y las especializaciones ideológicas. Ha habido también terrorismo de Estado -empezó con la Revolución Francesa y alcanzaría sus máximos en los regímenes totalitarios del XX, nazis o comunistas-, pero al hablar de olas terroristas suele designarse a los movimientos que buscan transformar el Estado y/o la sociedad desde fuera del poder.

De 1880 a 1920, aproximadamente, fue el periodo del terrorismo anarquista. Sobre todo, promovía atentados individuales contra personalidades señeras. Buscaba «la propaganda por el hecho», para difundir la teoría anarquista y para desgastar al capitalismo. Fue la época de los magnicidios, cuando fueron asesinados por anarquistas, entre otros, el rey de Italia, los presidentes de Francia y de Estados Unidos y dos presidentes del Gobierno español. Promovían a veces acciones indiscriminadas contra lo que consideraban representación de la burguesía y el capitalismo, como el atentado de Wall Street. Fue la época de la dinamita y la pistola como formas de actuación política. La técnica fue similar, pero el atentado más importante de esta época, el de Sarajevo, no fue anarquista, sino que lo cometieron nacionalistas serbios.

Este atentado anticipaba la segunda ola terrorista, básicamente entre los años veinte y 1960. Arrancó tras el final de la Primera Guerra Mundial, cuando fueron desmantelados los grandes imperios (los imperios austro-húngaro, otomano, alemán y la Rusia de los zares) y se reconoció el principio de la libre autodeterminación, que solo se aplicó en los espacios europeos de los antiguos imperios y no en todos los territorios colonizados; además, en los restos europeos de la disolución imperial cabían distintas soluciones, que generaron diversas violencias políticas. Surgieron grupos terroristas que reivindicaban la descolonización y atentaban contra las fuerzas de las potencias imperiales. En lo fundamental, esta ola nacionalista terminó cuando hacia 1960 se desmantelaron los imperios europeos de Asia y África.

Subsistieron algunos terrorismos nacionalistas, pero fueron muy influidos por la tercera ola, que estalló en los años sesenta y que fue impulsada por una nueva izquierda de carácter revolucionario, cuyo impulso lo recibió de la Guerra de Vietnam y del triunfo de la Revolución cubana en 1959. El radicalismo revolucionario se asoció a veces al nacionalismo -es el caso de ETA y del IRA- y desarrollaba una ideología marxista, a veces teñida de maoísmo. Fue la época de las Brigadas Rojas en Italia y de la Fracción del Ejército Rojo en Alemania (banda Baader-Meinhof), con colaboraciones internacionales de grupos terroristas que compartían el propósito de desestabilizar el sistema. Participó en este terrorismo la OLP y se habló de «terrorismo internacional». Las organizaciones estrictamente marxistas o maoístas duraron poco, si bien Sendero Luminoso actuó en Perú durante décadas. Y tuvieron mayor resistencia las que se asociaron a reivindicaciones nacionalistas.

La cuarta ola, al principio superpuesta a la anterior, comenzó en los años setenta. Se caracteriza por su carácter religioso. La motivación de los grupos terroristas tiene que ver con las creencias de este tipo, que se entremezclan con objetivos políticos. La invocación religiosa le da una fuerza especial a esta ola, asociada sobre todo al islam -pero en Uganda el mortífero Ejército de Resistencia del Señor es una organización terrorista y extremista cristiana, que pretende un gobierno teocrático-. Estuvo azuzada por el triunfo islamista en Irán y la alientan nuevas organizaciones institucionales (Al-Qaida, Estado Islámico, Boko Haram, Hamás, entre otros), promoviendo ataques internacionales, reclutamientos multinacionales, atentados suicidas y diversidad de grupos.

El extremismo religioso ha provocado más víctimas que cualquier periodo terrorista anterior. Está teniendo mayor duración que las otras olas. La aviva la convicción de que la acción terrorista se inserta en una lucha trascendental entre el bien y el mal, adjudicándose una superioridad moral que considera incuestionable y justificativa de cualquier inhumanidad.