Sentó mal, muy mal, en la oposición que las primeras cajas de vacunas que llegaron a nuestro país vinieran envueltas en una gran pegatina del Gobierno que quiso convertir el acontecimiento en un gran acto de propaganda. El embalaje de la compra negociada y gestionada por la Unión Europea llegó enrollado con el logo institucional del Gobierno. Era finales de diciembre. «Esta campaña va a ser un conmovedor momento de unidad», clamaba la presidenta de la Comisión europea, Ursula Von der Leyen, mientras que aquí el Gobierno se colgaba la medalla como gesto de compensación de nuestra penosa ubicación en el top de la gestión sanitaria y económica.
Por eso ayer, en la comparecencia autocomplaciente de Pedro Sánchez en el Congreso en la que nos contó que España, como EE UU, «va a ser la economía que más va a crecer en 2021», le estaba aguardando la oposición. Pablo Casado se empleó en contrastar el autobombo. El plan de recuperación del que habla el presidente no ha dependido de él. Si la Unión Europea nos da 140.000 millones, con condiciones, para el «Plan Marshall» (qué pretenciosa comparación) es porque necesitamos más dinero que otros países de nuestro entorno. Ese es nuestro mérito. Haber sido «la peor gran economía avanzada», según los informes del FMI. Un plan que le permite arrogarse la potestad de distribuir las ayudas según su capricho, sin haberlo consultado antes con los partidos. Tan solo un tuit de la vicepresidenta Calviño unas horas antes del pleno.
Tanta propaganda empacha a los parlamentarios y tanta opacidad molesta a la oposición, que ayer fue dejando a Sánchez un poco más solo. Sus socios, muy críticos con la decisión de dejar a las comunidades autónomas sin estado de alarma y sin herramientas jurídicas. A expensas de la autorización de los jueces. Al PNV le parece una «temeridad» que nos quedemos sin ‘plan B’ en pleno estado de contagios. Sus socios abundaban en la crítica. A Sánchez, con la única compañía de Podemos, se le vio con los nervios electorales que él achacaba a la oposición. «¡Señor Casado, no grite tanto!», le decía al líder del PP. Enfundado en su mono de campaña madrileña del que ya no se desprende en ningún momento, no repara en que está dinamitando la estrategia de su candidato Gabilondo que al prometer que no va a subir impuestos, en franca contradicción con la política de Moncloa, resulta difícil de creer.
Las críticas son ruido para Sánchez. Le molesta que agredidos como Vox se presenten en el Congreso con un adoquín de los que le lanzaron a Santi Abascal en vez de atenerse a leer los papeles. No hay que insultar, insiste. Pero a Vox les recrimina que sean fuente de «odio, furia y crispación». Y vuelve a arrinconar a Casado y Abascal en el córner de la extrema derecha. De tanto ir a esa fuente se le acabará rompiendo el cántaro en las urnas. La campaña de Madrid transitó por el hemiciclo porque así lo quiso el presidente Sánchez. Lo está intentando todo contra Díaz Ayuso. Incluso utilizarla en el debate del Congreso.