Josep Martí Blanch-El Confidencial
- Andalucía ha dado credibilidad a la hipótesis de que Feijóo puede gobernar España sin un pacto de sangre con la ultraderecha. Y este es el escenario que más conviene a los populares
Los resultados de las elecciones andaluzas están dando trabajo extra a los enterradores. No se da abasto con las palas para dar sepultura a tanto fiambre. La izquierda de la izquierda, la derecha de la derecha, ciudadanos y Pedro Sánchez se apilan en la morgue de los analistas a la espera de que las autopsias —unas veces precisas, otras menos (el juicio siempre depende de las querencias previas del lector)— determinen las causas de tanta mortandad. Hay quien cuenta también entre los finados al multipartidismo, como si Andalucía enseñase el camino de vuelta al régimen de la restauración. El momento populista se ha evaporado ya en España, dicen los más atrevidos, tras el regreso de la mayoría absoluta a los titulares a cuenta de una plaza tan complicada para un conservador, ni que sea templado como Juan Manuel Moreno, como Andalucía.
Aunque bien pudiera ser que alguno de estos muertos estuviera muy vivo todavía. Básicamente, porque si damos por cierto que la volatilidad es una característica permanente de la política desde hace ya unos cuantos años, no hay motivo para pensar que desde ayer la estabilidad y la previsibilidad vayan a marcar el futuro a partir de ahora. Basta recordar cuáles eran las previsiones del PP hace tan solo cuatro meses, en plena guerra civil entre Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso, para entender que efectivamente los días y las semanas son en política una eternidad.
Uno de los cadáveres que más molestan en la morgue es el de Vox. Hay prisa por extender el certificado de defunción a la ultraderecha española y colgarla de tierra. A excepción de sus votantes, cada uno tiene sus motivos para que así sea. Uno de ellos es que los de Abascal son la piedra más molesta en el zapato del PP en sus planes de instalarse de nuevo en la Moncloa. Andalucía con Moreno —igual que Madrid con Ayuso, aunque con lenguajes y estrategias diferentes— ha dado credibilidad a la hipótesis de que Feijóo puede gobernar España sin un pacto de sangre con la ultraderecha. Y este es el escenario que más le conviene al PP, puesto que ahuyenta la suspicacia de los votantes más moderados y multiplica sus posibilidades de poder firmar la orden de desahucio del sanchismo cuando llegue el momento.
Puede que esto acabe siendo así. A fecha de hoy, es imposible saberlo. Porque, además, todas estas cuestiones, aun siendo trascendentes, no son más que coyuntura. Para observar lo estructural, hay que levantar la vista y viajar a Francia, por ejemplo. El mismo día en que aquí empezaban a extenderse certificados de defunción a Vox, en el país vecino el partido de Marine Le Pen barría todas las previsiones en la segunda vuelta de las elecciones legislativas y se convertía ‘de facto’, dado que el proyecto izquierdista de Mélenchon agrupa a familias que difícilmente podrán mantener unidad de criterio político en la Asamblea Nacional, en el primer grupo de la oposición, ganando una destacadísima capacidad de influir políticamente en una institución en la que hasta ahora era prácticamente marginal gracias a las peculiaridades del sistema electoral francés, que siempre penaliza al extremismo en segunda vuelta. Esta vez a Macron —el hombre que en España todos los políticos han soñado ser en los últimos años— le han devorado la mayoría parlamentaria la ultraizquierda y la ultraderecha.
Francia no es España, claro. Tampoco Italia lo es. Allí, a medida que sigue desinflándose la Liga, ganan impulso los Fratelli, una opción netamente ultraconservadora que encabeza las encuestas y que tiene a Giorgia Meloni —la señora de la que buena parte de España hizo mofa por su participación en el mitin marbellí de Vox por su extremada vehemencia— encabezando las valoraciones de los políticos italianos. Queremos decir con esto que, salvo que queramos creer que España es una isla donde operan otras reglas, parece arriesgado dar por finalizado el periplo ascendente de Vox en nuestro circo político.
Otra cosa es que la extrema derecha, como todos los demás partidos, pague sus errores en las urnas; en particular si desprecia el componente diferencial de unas elecciones autonómicas, es incapaz de captar liderazgo de calidad en los diferentes territorios en los que se implanta y compite y todo lo reduce al magnetismo, liderazgo y capacidad de empantanar de un núcleo pequeño de ‘conducators’ instalados en la capital. La ultraderecha necesita partido y puede que Vox, efectivamente, aún no tenga resuelta esta ecuación en España.
Pero de ahí a dar por hecho, tomando como referente Andalucía y unas expectativas no satisfechas por parte de Vox en estas elecciones, que este partido ya ha echado el freno y que a partir de ahora solo le toca circular cuesta abajo, media el abismo de la realidad comparada. El mismo argumento sirve para las ultraizquierdas, o como sea que deban llamarse. Una cosa es que se empeñen en suicidarse y otra que no siga existiendo un fondo de desazón social que las hace atractivas en determinados momentos de galvanización política.
Falta una eternidad para las elecciones generales. A día de hoy, las predicciones hechas con base en lo que ha sucedido en Andalucía son mayoritariamente válidas. Pero a día de hoy quiere decir exactamente eso: a día de hoy. Mañana y pasado ya se verá. La volatilidad a la que aludíamos va a seguir operando, y más con el escenario macroeconómico que tenemos entre los dedos los europeos y en particular los españoles. Así que conviene un punto de escepticismo sobre según qué afirmaciones que anticipan realidades que no van a concretarse hasta finales de 2023 o principios de 2024.
En abril, en Francia, Macron ganaba las presidenciales y aunque los resultados de Le Pen fueron excelentes, la lectura fue que, mal que mal, los galos se mantenían políticamente dentro de las coordenadas del discernimiento. Han bastado dos meses para que la Asamblea Nacional se haya trufado de euroescepticismo de derecha e izquierda. El malestar social existe y se manifiesta. Eso es todo. Y será mientras siga existiendo ese malestar que será precipitado martillear los clavos del ataúd de algunas formaciones políticas. En Francia, en Italia y también en España. Se llame como se llame el invento. Vox, en nuestro caso.