Las tutelas y las tutías

La Convención celebrada por el PP este fin de semana ha enterrado el marianismo, sin que su principal figura hiciera el menor intento de sostenerlo. También ha respaldado a Casado como un líder posible. Algo pasa en un partido cuando los dos últimos presidentes intervienen en un acto público sin necesidad de rozarse. Si los populares necesitaran el consuelo de la comparanza podrían decir que peor sería que estuvieran sentados codo con codo en el banquillo, esperando ser condenados por un tribunal en Sevilla.

El sábado, Aznar hizo un discurso como el que esperaban los afiliados. Enérgico y centrado, pidiendo el voto para el partido a cuya presidencia de honor renunció y del que desvinculó a la Fundación Faes que preside. Había mostrado simpatías a derecha e izquierda. «Abascal es un chico lleno de cualidades», le dijo a Ana Rosa en octubre. Antes, a primeros de junio, mientras Rajoy se lamía las heridas de la moción de censura, invitó a Rivera a pronunciar la conferencia de clausura del máster de liderazgo en el Instituto Atlántico de Gobierno que él dirige. En justa reciprocidad, el líder de Cs, en su afán regenerador, sólo se interesó en las cuentas del PP a partir de 2004.

Ahora ya sabemos que Aznar votará al PP y que prefiere a Casado, a quien ungió con la misma fórmula que Fraga usó con él: «Ni tutelas ni tutías». Podría parecer que el mando en el PP se transmite como el cargo de Pirata Roberts en La princesa prometida. Rajoy renunció el viernes a hacer discurso y optó por un formato televisivo tipo sofá chester, una entrevista de su amiga Ana Pastor en la que se mostró como un señor particular, sin hablar de nada de interés. Aznar tampoco habló de Rajoy. Criticarle directamente no procedía, salvo que empezara entonando un mea culpa: ¿En que pensaría yo cuando lo designé? Pero podría haber rellenado la laguna con un poco más desparpajo: «Sí, yo elegí a Mariano, pero it could be worse, imaginaros que llego a seleccionar a Rodrigo».

Rajoy gestionó mal el cisma catalán. Le faltó pedagogía para explicar a los golpistas la máxima de Rubalcaba: «El que echa un pulso al Estado lo pierde» y claro, se le vinieron arriba. Pero Aznar no debe encampanarse. Él cedió a Jordi Pujol los impuestos y le entregó en bandeja de plata la cabeza del Bautista Vidal Quadras, que fue el origen de Vox.

Aznar fue en líneas generales un buen presidente, pero no lo había distinguido la naturaleza con habilidades de head hunter. Recuerden aquella operación de relevo en la cúpula del BBVA, cuando sustituyó a Emilio Ybarra por Francisco González, una puñalada en el corazón de Neguri. En estos días han aflorado informaciones sobre el presunto encargo del ex presidente González a Villarejo de espiar a empresarios, políticos y al propio Rey Juan Carlos.

Aparición estelar de Juan Manuel Moreno, –el éxito sorprendió a la propia empresa–, que venía de Sevilla de jurar el cargo. La Convención, ya digo, se ha saldado con el triunfo de un Casado razonable, algunos de cuyos nombramientos han gustado mucho. Para la próxima deberían dejarle solo. Cualquier intervención de un ex para algo más que un saludo estricto, o es tutela, o es tutía.