Sánchez era un tipo escasamente preparado para la tarea que consideraba su vocación: presidir el Gobierno de España. Solo así se puede comprender que en octubre de 2014 y preguntado por este diario qué faltaba y qué sobraba en el Gobierno, explicara que «Falta más presupuesto contra la pobreza, la violencia de género. Y sobra el ministerio de Defensa». Esas tres cuestiones marcaban la inevitabilidad del pacto de Gobierno con Podemos cuatro años más tarde.
Esta no era su última palabra sobre el tema. En realidad, Sánchez no tiene una última palabra sobre nada. Ayer mismo se desdecía en Versalles durante la celebración de un Consejo Europeo informal,-cómo iba a ser formal si contaba con su presencia-: “el mensaje rotundo es que tenemos que elevar la inversión en el capítulo de Defensa”. Pero no mucho, debería haber añadido.
El presupuesto de Defensa ronda el 1% del PIB, uno de los más bajos de la UE, la tercera parte que Italia, la quinta con respecto a Francia. La OTAN pide justamente el doble, pero Sánchez dice de momento que él tanto no puede, que España solo puede comprometerse a alcanzar el 1,2% del PIB para 2024. No sé cómo se tomará la OTAN esa limitación, habida cuenta de que la cumbre de la OTAN se va a celebrar a finales de junio en Madrid. También cabe preguntarse cómo se lo tomarían si supieran en qué se gasta el presidente del Gobierno español ese dinero que le hurta a la seguridad.
Las prioridades de Sánchez siguen siendo las mismas: más dinero para luchar contra la pobreza, contra la violencia de género que implica el apoyo al feminismo y menos para la Defensa. No es un modelo de coherencia el presidente del Gobierno de la nación, pero tampoco puede decir nada su socio preferido, contrario a enviar armas a Ucrania, pero que hace diez años reclamaba en ‘La Tuerca’ el derecho a llevar armas como una de las bases de la democracia.
Europa es un espacio privilegiado para que los partidos españoles laven su ropa sucia. Allí fue Sánchez a exponer su queja sobre un asunto que habría debido parecer menor a sus contertulios, como un pacto de gobierno regional. Pero no fue así. Los líderes europeos no son un pozo de conocimiento sobre cuestiones que no conocen del todo y en tales casos prefieren acogerse al criterio del socio local. Ya brilló como el lucero del alba el juez europeo Luis López Guerra, antiguo secretario de Estado de Zapatero, que fue un contumaz adversario de España en el Tribunal de Estrasburgo.
Ahora ha ido Sánchez a quejarse del pacto de Gobierno en Castilla y León entre el PP y Vox. Pero no estaba solo. También fue Pablo Casado a descalificar a su propio partido, un gran error del PP su no expulsión, ya lo dijo Ayuso Y Donald Tusk, que tampoco es ninguna lumbrera, le ha comprado el mensaje: «(Casado) Dimitió por no querer pactar con la extrema derecha ni flirtear con radicales». Sánchez se lo ha recomprado a él: “hasta el presidente del PPE, Donald Tusk, desaprueba el acuerdo en Castilla y León”, al tiempo que anunciaba que en cuanto Núñez Feijóo sea nombrado líder de los populares va a reunirse con él y «compartir algunas de estas preocupaciones». Es curioso en un tipo que se negaba a hablar con Casado cuando mientras era el jefe de la oposición.