Raúl López Romo-El Correo

  • Como muestra el castigo de Calvino a Miguel Servet, los fanáticos mienten y deshumanizan al otro. Y creen ser las auténticas víctimas

El humanista francés Sebastián Castellio (1515-1563) hizo un impresionante alegato contra el fanatismo con motivo de la condena a muerte de Miguel Servet por herejía. En pleno auge de los totalitarismos Stefan Zweig recuperó su figura en ‘Castellio contra Calvino’ (1936) y defendió que los auténticos héroes no son quienes construyen su mando -sobre tumbas ajenas, «sino aquellos otros que sin recurrir a la fuerza sucumbieron frente al poder».

Nos situamos en el contexto de las guerras de religión que sacudieron Europa en los siglos XVI y XVII, tras la reforma protestante y la respuesta de la Santa Sede. Castellio era predicador protestante en Ginebra. Pronto chocó con Calvino, detentador local del poder absoluto, que había impuesto un estilo de vida puritano. Sin días de fiesta, estaban prohibidos la música y el arte, así como criticar a la autoridad. Como nos dice Zweig, «el secreto de Calvino no es nuevo: el terror».

A Castellio le repugnaba el derramamiento de sangre. Se había mostrado espantado por la quema de herejes por la Inquisición católica en Lyon, del mismo modo que reprochaba la nueva «inquisición» instaurada por Calvino en Ginebra. Diversas figuras contribuyeron al Renacimiento: Montaigne y sus ensayos, en los que apelaba a la responsabilidad individual, Erasmo de Rotterdam, Rabelais, Maquiavelo… Pero Castellio fue un paso más allá. Arriesgó su vida y su hacienda para defender sus ideas. Criticó a alguien poderoso y vengativo, consciente de que «oponerse a sus criterios en Ginebra es considerado sacrílego».

Servet, humanista aragonés, había cuestionado los dogmas de la Trinidad y del bautismo, y fue capturado a su paso por Ginebra. El orgulloso Calvino, irritado porque Servet había osado contrariarle, expresó su voluntad: «Espero que sea condenado a muerte». Los jueces de la ciudad dictaron sentencia: Servet recibió el castigo más horrendo, morir en la hoguera, lo que se ejecutó en la plaza pública el 27 de octubre de 1553. Castellio, escandalizado, reaccionó. Escribió un libro, ‘Contra el libelo de Calvino’, de donde proceden las citas que voy extractando, y donde dejó, entre otras, una frase para la posteridad: «Matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre».

Castellio se había puesto en peligro, pero confiaba en tener la razón y en que Dios estaría de su parte. Sus principios, su base moral, era clara: «¿Por qué haces a otros lo que tú mismo no quieres que se te haga? ¿Por qué les cierras la boca a los otros? ¿No será que tienes mala conciencia y que temes ser descubierto o vencido y de esta manera desposeído de tu poder?». Frente a las insidias que se lanzaron para justificar la muerte de un inocente, él partió a la «búsqueda de la verdad».

Castellio desnudó las contradicciones de Calvino: 1. Si fuera consecuente, al final tendría que llevar a la hoguera a todos menos a los calvinistas. 2. Calvino mismo había sido un reformador que transformó la Iglesia, más incluso que Servet. 3. De joven, cuando él era el amenazado, había hablado contra la persecución religiosa. 4. Sus acciones no tenían nada que ver con las enseñanzas de Jesús: «Llamo buenos pastores a quienes imitan a Cristo, el sumo pastor (…) pero a los pastores malvados y sanguinarios (…) no se les debe obedecer y no se debe, con ellos, derramar sangre».

Su alegato por la libertad de conciencia y contra la tiranía está repleto de frases plenamente vigentes. «Nuestros oponentes no quieren persuadir con palabras, sino obligar con la espada». «Todas las sectas defienden su religión con la palabra de Dios y dicen que su religión es la verdadera». Calvino no asesinó a Servet con sus propias manos, pero «quien acusa mata». Calvino «mató a Servet llevado por su propio odio». «Lo difamó de tal modo ante el mundo entero que los hombres pensaban que era un monstruo infernal». «Servet pereció víctima de este tipo de calumnias», nos dice, identificando claramente cómo los fanáticos mienten y deshumanizan al otro, una constante que ha seguido intacta hasta hoy. Al igual que hay otro hecho que se repite: los fanáticos creen ser las auténticas víctimas.

Pero frente a la barbarie de los extremistas se alza la voz de los testigos, que Castellio también supo valorar: «Calvino nunca eliminará a tantos como para que no sobreviva alguien que pueda ver y desenmascarar sus errores». Finalmente, señala que «el camino consiste en llevar la cruz, no en crucificar». Castellio murió en Basilea, pobre y desterrado, cuando aún no había cumplido los 50 años. Calvino siguió gobernando en Ginebra hasta su muerte, también temprana, con 54. No sabemos qué hizo Dios con ambos, si es que existe, pero no hay necesariamente justicia poética sobre la tierra. Lo que sí podemos es aprender las lecciones del pasado, leer a Castellio y leer a Zweig.