Lecciones políticas y mediáticas en el bar Tío Cuco

· La política, en su vertiente externa, debe incorporar algunas dosis de espectáculo, ese que consiste en saber si Iglesias está cansado o si Rivera aconseja determinadas actividades extraescolares a su hija

Se ha generalizado el error de considerar que la conversación entre Albert Rivera y Pablo Iglesias fue un debate preelectoral. En absoluto. Se trató de una charla -más bien distendida- con apenas repreguntas, en un ambiente y escenografía inusuales. Que logró -ahí es nada- más de cinco millones de espectadores y el 25,2% de audiencia. Lección a extraer: la gente se ha cansado de los formatos informativos audiovisuales convencionales y rutinarios y desea observar la discusión política en contextos diferentes tanto en el fondo como en la forma.

Estamos ante una novedad en el modo de consumo informativo en España: el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, aparece en programas de entretenimiento; la vicepresidenta Sáenz de Santamaría baila en el ‘prime time’ de una televisión generalista, y Rivera e Iglesias rompen registros de audiencia en el bar Tío Cuco con Évole en La Sexta. Los políticos se van con el Gran Wyoming, Pablo Motos, Ana Rosa Quintana, Susanna Griso y Mariló Montero. Ya solo falta que Bertín Osborne los invite ‘En tu su casa o en la mía’ de TVE. El comunicador está sustituyendo al periodista imponiéndole a este el reto de serlo también. Y las charlas al debate. Este fenómeno no es nuevo en otros países -particularmente Estados Unidos- pero sí en el nuestro, que ha convertido la información política en adusta y aburrida. Hay demanda de saber, pero no hay oferta de enseñar. Quedó claro desde el particularísimo plató del bar Tío Cuco de Nou Barris en Barcelona.

El que no tenga dotes mediáticas y no esté dispuesto a aprenderlas, no va poder dedicarse a la política. Fuera de España ya lo sabían. Aquí no

La segunda lección del programa ‘Salvados’ del domingo es que ningún candidato -me refiero al PP y al PSOE- puede pretender ganar las elecciones si no está dispuesto a fajarse en este tipo de interlocuciones, sin perjuicio de los más convencionales debates. Los electores quieren observar con más verismo, con más cercanía, con menor rigidez el material humano de los políticos, su capacidad de adaptación a entornos no confortables y su habilidad para conversar repentizando respuestas sobre los más diversos temas. Se nota una gran ansiedad por la información política de verdad, sin anestesia. Es decir, sin el andamiaje de una coreografía de cartón-piedra.

Esas son las lecciones mediáticas que ya se barruntaban desde hace mucho tiempo pero que el domingo se confirmaron plenamente. Admitámoslo: la política, en su vertiente externa, debe incorporar algunas dosis de espectáculo, de sano espectáculo, ese que consiste en saber si Iglesias está cansado -que lo está y además lo parece- o si Rivera aconseja determinadas actividades extraescolares a su hija. La intimidad y la privacidad -conceptos distintos- no están reñidos con la humanización de los personajes, con la indagación pública de cómo son, de cómo se comportan. El que no tenga dotes mediáticas y no esté dispuesto a aprenderlas, no va poder dedicarse a la política. Fuera de España ya lo sabían. Aquí no.

Los fallos del politólogo fueron clamorosos, de discurso, de concepto, de interlocución y gestuales y los aciertos de Albert Rivera, sobresalientes

Otra lección que pudimos extraer de la conversación en el bar Tío Cuco: Albert Rivera podría ser presidente del Gobierno sin desmerecer a los que le han precedido y, en algunos casos, mejorándolos de salida. La juventud en 2015, nada tiene que ver con la de hace 10 años. Hoy la juventud no asusta sino que sugestiona, siempre y cuando muestre el grado de competencia que ofreció el líder de Ciudadanos. Que le sirvió a él tanto para sugerir que podría estar echándole al PP el aliento en su cogote electoral como para demostrar que Pablo Iglesias ha entrado en barrena. Los fallos del politólogo fueron clamorosos, de discurso, de concepto, de interlocución y gestuales, y los aciertos de Albert Rivera, sobresalientes. El que más: su actitud ganadora, su energía dialéctica, todo ello envuelto en una especial telegenia.

La campaña electoral empezó en España el domingo y con la conversación entre Iglesias y Rivera en un bar de barrio en la Barcelona deprimida. Escuchando y viendo al catalán, una parte importante de la opinión pública española experimentó los mismos efectos que si hubiese ingerido una buena dosis de ansiolítico. El 20-D, si Ciudadanos mantiene el rumbo y el día 7 de noviembre presenta una reforma institucional convincente, no tiene por qué subir la prima de riesgo de los 119 puntos básicos que registraba ayer. No habrá un Syriza ganador en España pero puede haber una plausible renovación con un partido y un líder como Rivera que lime los espolones al bipartidismo. No se trata de echar a nadie, sino de introducir en la cubeta del laboratorio de la política española un factor reactivo que produzca una convulsión renovadora.

Porque todo lo que no evoluciona, revoluciona.