La batalla de Salamanca es una más de ese largo proceso secesionista dirigido por el nacionalismo desde la transición. Los legajos del Archivo de la Guerra Civil, a los que el tiempo ha impregnado de inocencia, serán dispersados por el viento amargo de la revancha destructora.
Extraños tiempos éstos en los que en España todo lo que separa es bueno y todo lo que une es objeto de rechazo. Tenemos ya debidamente divididos, entre otras muchas cosas, el sistema educativo, la sanidad pública, la política agraria, la gestión de las políticas activas de empleo, los medios materiales de la Administración de Justicia y los puertos de interés general. Los aeropuertos, el Servicio Meteorológico Nacional, la caja única de la Seguridad Social, el Tribunal Constitucional, El Banco de España, la representación del Estado en los organismos internacionales y el Consejo General del Poder Judicial aguardan temblorosos su turno para ser hendidos en trozos por el hacha de la reivindicación particularista. En esta loca carrera hacia la desaparición de nuestro antiguo, sufrido y resignado país, le toca ahora la vez al Archivo General de la Guerra Civil.
Hay que reconocer a los nacionalistas una perseverancia digna de encomio. Cuando fijan sus ojos vengativos en una presa son capaces de mantener el acecho durante decenios sin aflojar un ápice hasta que la pieza cae en su insaciable zurrón. Pronto del Archivo General no quedará más que el recuerdo porque tras reconocer el derecho de la Generalitat de Cataluña a recuperar los documentos que le fueron incautados, vendrán las reclamaciones del Gobierno vasco, de los partidos políticos, de los sindicatos, de toda suerte de asociaciones y, por último, de centenares de particulares que también vieron sus papeles requisados por el aparato represor puesto en marcha por la dictadura. ¿O es que hay alguna duda de que la Generalitat catalana no posee mejores títulos para exigir el regreso de lo que se le confiscó que los que tienen el Partido Socialista o Unió Democàtica de Catalunya o el PNV o los herederos de Martínez Barrio o de Josep Obiols?
Los elaborados dictámenes de comisiones de expertos son tan interesantes como inútiles. Siempre ha estado claro que esta polémica tenía un carácter político y que la decisión final sería tomada bajo criterios asimismo políticos. En términos estrictamente archivísticos, la dispersión del material almacenado en Salamanca es un disparate porque es el hecho de estar reunido en una única sede lo que le presta su valor y su utilidad. Su origen reprobable, el uso de la fuerza por parte del vencedor en un enfrentamiento armado, acabaría con casi todos los archivos y museos más importantes del mundo. El problema es simbólico. Los nacionalistas, perdedores de una guerra cruenta en 1939, quieren ganar la pugna parcialmente incruenta –la existencia de ETA impone el adverbio limitador– emprendida desde la transición para conseguir su propósito secesionista. La batalla de Salamanca es una más de ese largo proceso. Los legajos del Archivo de la Guerra Civil, a los que el tiempo ha impregnado de inocencia, serán dispersados por el viento amargo de la revancha destructora.
Aleix Vidal-Quadras, LA RAZÓN, 29/12/2004