Alberto Surio-El Correo
- La absoluta falta de autocrítica de Puigdemont revela el gran talón de Aquiles de la ley de amnistía
La legislatura ha comenzado en la práctica con la luz verde a la ley de amnistía tras el acuerdo entre el Gobierno y Junts. Se trata de una de las columnas vertebrales del mandato de Pedro Sánchez, pero veremos si el objetivo de reconciliación y concordia que se persigue puede al final lograrse o se limita a ser un brindis al sol. Hay bastantes más incógnitas que certezas. El choque con el Poder Judicial es una pésima señal y la absoluta falta de autocrítica y contrición desde el secesionismo de Junts abona el pesimismo. Por no hablar de la insistencia arrogante de Carles Puigdemont por mantener la vía unilateral. Más allá de que sea o no un mero ejercicio retórico, deja en mal lugar la estrategia del presidente.
El ‘caso Koldo’ y sus inquietantes derivadas han podido forzar el acuerdo in extremis al dar la sensación de que realmente Sánchez entraba en un territorio de altísimo peligro. Porque el escándalo salpica la credibilidad del PSOE y dinamita su discurso de regeneración. Otra cuestión es que el PP tenga suficiente credibilidad en su estrategia de exigencia con el alud de casos similares que lleva a sus espaldas. Es legítimo que fiscalice la labor del Ejecutivo, pero tampoco tiene un historial ejemplar al respecto. Las relaciones entre los dos principales partidos siguen atrapadas por el bucle del ‘y tú más’ y eso es nocivo para el sistema democrático.
Precisamente este lunes se cumplen 20 años de los atentados del 11-M. La desastrosa gestión informativa tras aquella masacre en los trenes de Atocha –el Gobierno de Aznar alentó la tesis de la autoría de ETA frente al yihadismo a pesar de que los indicios apuntaban en sentido contrario– dejó profundas heridas en la convivencia y acarreó la construcción de toda una delirante teoría de la conspiración que arraigó en un sector muy extremista de la derecha. Las concentraciones vía sms delante de las sedes del PP aquella jornada de reflexión por la tarde encendieron todas las luces de alarma en Génova y en muchos dirigentes del partido. Los resultados electorales confirmaron la quiebra. Una sombra de deslegitimación se apoderó después de la estrategia de oposición al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, al que se acusó repetidas veces de haber llegado al poder por los atentados del 11-M cuando la realidad era que, más que por el hecho terrorista y el espantó que provocó, la espiral venía marcada por el trauma por el empleo de la mentira.
De aquellos polvos estos lodos. La quiebra de algunos de los consensos básicos entre el PP y el PSOE comenzó a labrarse en aquella época y el espíritu de concordia de la Transición saltaba por los aires. Parte del espíritu inquisitorial de la deslegitimación de la izquierda se fraguó en aquel clima de ruptura guerracivilista. Fue un punto de inflexión y seguimos pagando la factura. Ni Aznar ni ninguno de sus estrechos colaboradores han rectificado un ápice ni han pedido aún disculpas por aquel ejercicio de opacidad y partidismo.