Ignacio Camacho-ABC
- Una semana después de lachapuza de Murcia, la cohesióndel Gobierno y la duración del mandato están en duda
Hace sólo una semana, a lo sumo diez días, Pedro Sánchez tenía por delante un mandato relativamente cómodo a efectos de poder, que es lo que le interesa. Tenía los Presupuestos aprobados y una cierta estabilidad amarrada a base de permitir que Pablo Iglesias conspirase contra los ministros socialistas y contra la Corona para no aburrirse demasiado en la vicepresidencia. Tenía tiempo para esperar que la vacunación acelere su exasperante marcha lenta y que Europa afloje al fin los fondos de socorro contra los estragos socioeconómicos de la pandemia. Y entonces alguien oyó en Moncloa un canto de sirena: la voz de Inés Arrimadas sugería la posibilidad de romper algunos gobiernos autonómicos del PP con mociones de censura. El presidente imaginó que Madrid caía al fin en sus manos sin lucha, y acaso ebrio de confianza accedió a comenzar la cadena de rupturas con una experiencia piloto en Murcia. Por alguna razón inexplicable, los teóricos expertos presidenciales en estrategia delegaron el trabajo en una brigada de ‘torrentes’ de Cs que perpetraron una chapuza, reventaron su partido por dentro y alertaron a Díaz Ayuso de que la próxima cabeza en juego era la suya. El resultado de la brillante operación relámpago es que hoy la situación política es un vértigo de traiciones mutuas, que la cohesión del Gobierno está en duda y que la duración de la legislatura parece ahora más incierta que nunca. Aparte de que, por supuesto, el primer trimestre acaba con un porcentaje ridículo de vacunas.
De repente todo está en el aire. El sanchismo vende la ‘espantá’ de Iglesias como un alivio pero lo cierto es que, al margen de que en Madrid pueda hacerle un servicio, en este momento tiene más de adversario que de amigo. Sin el líder de Podemos en el Gabinete, el apoyo del independentismo catalán pierde incentivos y la proximidad de las elecciones madrileñas envía el indulto de los presos del ‘procés’ al limbo. El bloque Frankenstein se ha hecho de golpe bastante más líquido mientras el vicepresidente ha ido armando una alianza propia con los separatistas y Bildu. Y sus cinco ministros le permiten estar al mismo tiempo en la oposición y en el Ejecutivo. Que la coalición se iba a romper era un hecho contemplado en todos los vaticinios pero el cisma se ha producido antes de lo previsto y de un modo impreciso, nebuloso, como un sí es no es, como un repudio oblicuo. El socio clave no está ni cerca ni lejos, ni del todo fuera ni del todo dentro; es una pieza suelta en el tablero y en esa posición ambigua dificulta al presidente la elección de los tiempos. Su psique inmadura, necesitada de reforzarse mediante continuos golpes de efecto, es incompatible con cualquier proyecto serio. Sánchez tiene lo que eligió cuando aceptó gobernar con un aventurero. Y además este lío lo ha empezado él al apretar en Murcia el botón incorrecto. Aunque nunca lo admita su ego.