Kepa Aulestia-El Correo

El ‘lobby’ constituido a iniciativa del lehendakari Iñigo Urkullu entre los gobiernos de Euskadi, Cantabria, Asturias y Galicia ha iniciado esta semana su andadura con el propósito de hacer valer sus intereses comunes, tanto ante el Ejecutivo central como ante las instituciones europeas. El acicate definitivo fue la decisión de Francia de posponer hasta 2042 la conexión ferroviaria con la ‘Y’ vasca. La lacónica respuesta del Elíseo a la carta remitida por el lehendakari a Emmanuel Macron ha revelado hasta qué punto la misión del ‘lobby’ será trabajosa. La Península Ibérica tiende a quedarse esquinada cada vez que Europa mira hacia el Este. La cornisa cantábrica o atlántica se orillan aún más. Y ni siquiera las necesidades políticas del Gobierno de turno en Madrid permiten revalorizar su importancia. Aunque la triple participación de Euskadi en las cuentas del Estado –vía Cupo, Seguridad Social y presupuestos anuales– ofrezca un balance positivo nada desdeñable.

El nacionalismo siempre ha abonado la idea de puentear la pertenencia a España para seguir formando parte de la UE. Siempre ha querido sublimar la naturaleza paccionada de nuestro autogobierno, y la bilateralidad con Madrid. De modo que la iniciativa de Urkullu introduce una doble variación en el discurso. Como si la singularidad, que durante décadas ha llevado al nacionalismo a mostrarse remiso a una reforma del Senado para convertirla de verdad en Cámara de las autonomías, quedase aparcada tras el desaire francés y la impasibilidad del Gobierno Sánchez. El ‘lobby’ a cuatro revela una necesidad material que destaca la pérdida de peso específico de las comunidades cantábricas, empezando por la vasca. Además, su existencia efectiva depende de que las cuatro asuman cuantas necesidades y retos plantee cada una de ellas, y de que la Euskadi foral –el lehendakari– la lidere de forma proactiva. Lo cual puede comprometer tanto la bilateralidad como el relato soberanista en su conjunto. Entre otras razones porque entraña la renuncia a un estatus propio más allá del que ya representan el Estatuto de Gernika y su desarrollo real. Dado que la mínima señal de regresar al ‘ibarretxismo’ acabaría con el ‘lobby’.

A diferencia de la Comunidad de Trabajo de los Pirineos, o de la Comisión del Arco Atlántico que preside Urkullu, que podrían eternizarse como meras conferencias, el ‘lobby’ reunido esta semana exige decisión y resultados. Ante un horizonte de oportunidades limitadas, no basta con que declare su disposición a avanzar en paralelo al Corredor Mediterráneo. Ni la generación de energías limpias, ni el reto demográfico ni la realización de los proyectos actuales y de otros nuevos en el transporte ferroviario, por carretera, aéreo o marítimo permiten eludir los costes de la competencia. El primer desafío que los ‘lobistas’ tienen ante sí es superar la causa que ha desatado el afán de Urkullu, el desdén francés hacia la conexión ferroviaria por Euskadi. Echarla abajo en Madrid, París y Bruselas. Seguramente en ese orden. Sin que nadie se olvide de las resistencias silentes en Nueva Aquitania a tan esperada conexión para los vascos del sur, por parte de quienes no quieren verse relegados a ser un corredor de paso.