ABC 05/05/14
ISABEL SAN SEBASTIÁN
· La independencia siempre es posible, decía Indro Montanelli, para quien está dispuesto a pagarla sabiendo que cuesta cara
España retrocede lenta pero inexorablemente en esa clave de bóveda de cualquier democracia que es la libertad de expresión. En los últimos diez años los periodistas españoles hemos ido perdiendo paulatinamente cotas de independencia, lo que se ha traducido en una información de peor calidad para el conjunto de la sociedad y en un control menos estricto del poder que maneja las riendas del sistema en el que nos movemos. Esto significa que el ciudadano dispone de menos herramientas que ayer para ejercer sus derechos y que los magnates de nuestro tiempo, ya sean políticos o económicos, actúan con mayor impunidad. Vamos mal, a la vista está. Quienes, como esta columnista, acumulamos años suficientes de profesión a las espaldas para contemplar la situación con una cierta perspectiva, hemos sufrido en carne propia las consecuencias de ese deterioro al ver achicarse poco a poco los espacios de libertad a medida que aumentaban las presiones y el número de «colegas» dispuestos a ceder ante ellas sin prácticamente dar batalla. Ahora advierte del peligro una prestigiosa fundación estadounidense, denominada Freedom House, cuyo diagnóstico es demoledor: Vamos camino de ser un país solo «parcialmente libre», a la cola de las naciones occidentales y en el más alto nivel de sumisión conocido por estos pagos desde el arranque de la Transición. ¿Cómo hemos llegado a esta situación?
La crisis económica tiene gran parte de la responsabilidad. La información buena, la solvente, exclusiva y contrastada, es costosa. La opinión fundada también. Un periodista no es (o no debería ser) una maquina de repicar comunicados oficiales, subir noticias de agencia a una web y/o repetir consignas, sino un profesional sediento de verdad, valiente en la tarea de buscarla y sacarla a la luz pese a quien pese, paciente en el empeño de cultivar fuentes de información fiables, constante en la tarea de ampliar sus conocimientos y, desde luego, honesto a la hora de hacer su trabajo. Formar y asalariar a gente así cuesta dinero. Un dinero que la mayoría de los medios hoy por hoy no tiene o prefiere emplear en inversiones más lucrativas, como series de entretenimiento o programas de «pseudorealidad» basura que han convertido en una gigantesca decepción esas ventanas de comunicación plural en las que tantas esperanzas depositamos algunos ingenuos hace años: Las televisiones privadas.
Con algunas excepciones honrosas, como la de este diario centenario que honra su tradición acogiendo en estas páginas los más diversos puntos de vista, buena parte de los medios escritos se han degradado a la categoría de gabinetes de prensa de un grupo multimedia, de un partido político o de ambas cosas a la vez. Los grandes poderes financieros, auténticos propietarios en la sombra de muchos de esos grupos, a través de los créditos que les suministran oxígeno, intercambian favores con el Gobierno o la oposición (sabedores de que PP y PSOE irán alternándose en el control del Boletín Oficial del Estado) utilizando esa influencia como moneda de pago hasta orientar las líneas editoriales en la dirección que interesa. Golpe a golpe. Euro a euro, en una práctica perversa que ata demasiadas manos, silencia incontables voces, alimenta a una legión de mercenarios dispuestos a vender su nombre.
La independencia siempre es posible, decía Indro Montanelli, para quien está dispuesto a pagarla sabiendo que cuesta cara. En España se ha puesto por las nubes. Tan alto precio ha alcanzado este artículo de lujo que ya empieza a escasear en un mercado plagado de burdas falsificaciones. Pero existe y existirá. Resiste y resistirá mientras quede un profesional por cuyas venas corra la tinta; un periodista decidido a no cruzar el umbral de la indignidad.