Fernando García de Cortázar
Trascripción de las conferencias pronunciadas por Fernando García de Cortázar y Jon Juaristi en Vitoria el 19 de octubre de 2006, con el título conjunto de ‘Libertad, lenguaje e Historia’, dentro del ciclo de encuentros ‘Diálogos para la libertad’, organizado por la Fundación para la Libertad en colaboración con el Ayuntamiento de esa ciudad.
Luis Cernuda, en uno de sus poemas de exilio más estremecedores cuenta el momento en el que se cruzó con la amargura de un compatriota en un callejón de Londres: “España -dijo el individuo pasando de largo frente al poeta- es sólo un nombre”. Quizá pocas veces se habrá expresado de una forma tan densa la insoportable sensación de una pérdida, incluso para quien vive en su condición de poeta de las palabras; ser sólo un nombre, es haber dejado de existir. Pero fíjense ustedes que patología se sufre en España, cuando incluso el nombre se le niega a una nación, a una comunidad nacional de árbol genealógico tan frondoso que además tenía ya establecidas sus fronteras más o menos a finales del siglo XV. Lo cual en un continente tan movido y tan inestable es un prodigio de estabilidad. Pero precisamente, sobre todo en comunidades como la catalana, la del País Vasco, por ignorancia, por pusilanimidad, por malevolencia, se ha introducido esa vejación, no es más que una vejación política, cultural y verbal, que es la de llamar Estado español a lo que es España. Ustedes se imaginarían lo que pasaría si continuamente nosotros, refiriéndonos a Cataluña nos refiriéramos como la Generalitat, o refiriéndonos al País Vasco lo hiciéramos como el lehendakari, o el Gobierno vasco… Pero ocurre que los nacionalistas han hecho bien sus labores durante estos veinte años de esa mal llamada normalización, en la cual ellos han intentado normalizar el nacionalismo, y por el contrario, quizás la izquierda y en menor medida la derecha, la derecha lo ha hecho mejor, si ha tratado hacer sus labores nacionales. De tal forma que probablemente estamos en un momento en el que ellos se permiten lanzar tanto en Cataluña como en el País Vasco, el órdago que estamos viendo.
Por otro lado, resulta curioso que emociones que los nacionalistas se permiten, casi siempre reaccionarias, xenófobas y que huelen a naftalina y a alcanfor, a los que pensamos en España no nos permiten ningún tipo de declaración, de sentimiento, de afirmación de español, e inmediatamente nos relacionan con la artillería, con el Escorial, con el Valle de los caídos, con regímenes en los que por otro lado ellos también vivieron, bastante cómodos, pero que a nosotros no nos permiten hablar de España, sino en ese término. Nos gustaría para España lo que es normal en cualquier país moderno, que cuando alguien dice que es un patriota español, que se siente vinculado a una tradición liberal, puede hacerlo sin tolerar que se le achaque la pertenencia a la extrema derecha, a los ensueños del franquismo, a la reivindicación del misticismo tradicionalista y del tenebroso perfil de cualquiera de las tendencias antidemocráticas que han existido también en la historia de España. En la línea que he dicho de cómo los nacionalistas se permiten, se permiten efusiones, se permiten abrazos, se permiten todo tipo de sentimientos y de cánticos y de luces…, yo les propongo un ejercicio de imaginación. Piensen que el Congreso de los diputados aprobara un texto parecido al Estatuto aprobado en el Parlamento de Cataluña, pero que ese texto sería referido a España. como es lógico. Que fuera, en esa línea de la comparación, un texto esencialista, con alusiones a un carácter español milenario, a un alma colectiva, a una comunidad nacional fieramente celosa de su independencia frente a toda ingerencia extraña como demostraron Numancia, Sagunto, Gerona y Zaragoza. Imagínense que al aprobarlo, con un 90% como pasó en el Parlamento catalán, los diputados en medio de una intensa emoción, se hubieran abrazado, se hubieran besado, hubieran cantado solemnemente el himno nacional español. Qué carcajadas hubiera provocado una escena de este tipo o qué comentarios en la prensa y en los partidos políticos, ante lo que sería considerado como un resurgimiento de las exaltaciones patrioteras más condenables del franquismo. En Barcelona, reacuérdenlo ustedes, los parlamentarios del estatut, se abrazaron, lloraron, cantaron, se fotografiaron, se saltaban de banco en banco para abrazarse y cantaron El segadors, que no parece ningún himno especialmente ejemplar, en el que se pide que se rebanen la cabeza o el cuello a los castellanos, etc. Y sin embargo, ningún periódico, ni en el ominoso Madrid para los catalanes, se rió, ni ningún periódico hizo befa, y por supuesto ningún periódico les llamó franquistas.
Quizá les parece a ustedes que esta consideración, con la que está cayendo, no es importante, pero yo suelo decir que prefiero que me llamen catastrofista que no tonto; prefiero que ustedes me llamen catastrofista y no necio. Por eso yo creo que nos encontramos en un momento grave en la historia de España, estamos en una hora grave de España, porque, de una forma frívola pero comprensible desde un punto de vista estratégico, aunque me parezca altamente reprobable, pues se ha pasado a constituir una serie de acción conjunta de la izquierda española con los nacionalismos para legitimar su posición en el poder, como antes lo hizo en la oposición. Y esta labor conjunta tiene como objetivo la negación, la impugnación de la idea de España y su sustitución por una idea que no es otra idea de España, tengámoslo bien claro -como algunos intelectuales orgánicos del partido socialista nos venden, porque han escrito libros para decirlo-, sino que es simplemente la ausencia de una idea de España. Es la ausencia de cualquier idea de España y su sustitución por lo que el minoritario nacionalismo periférico ha venido exigiendo con un resultado desigual en cada una de sus comunidades. Y, por otro lado, este tipo de batallas se hace con palabras, con el uso que se les da, con el sentido que se normaliza, con lo que quieren decir. Si hay algo propio de la falta de inocencia de nuestro actual ciclo político, es una situación de las palabras en las que éstas han perdido significado, deformando lo que siempre han querido decir. Somos esclavos de las palabras cuando aceptamos con tranquilidad por ejemplo el término ‘conflicto vasco’ para evitar el término de terrorismo. Cuando llegamos hasta el empalago hablando del ‘proceso de paz’ y de la paz, cuando lo que deberíamos reivindicar es libertad y democracia, cuando corrompemos la palabra ‘diálogo’. Detengámonos un momento en esto: la cultura del diálogo exige la convicción de sus límites, de qué se habla y con quién se está dispuesto hablar; pero ahora la cultura del diálogo ha sido corrompida, hasta el punto de la elección de unos interlocutores que nada tienen de respetuosos con el diálogo ha desplazado a quienes hieran a la política sin más recursos que sus propias palabras. Por otra parte, conceptos como diálogo y negociación contribuyen al mantenimiento de esa equidistancia torpe entre las víctimas y los verdugos y por supuesto mantienen la confusión sobre la actitud frente al terror.
Por algo ETA siempre ha utilizado esos dos conceptos de diálogo y de negociación. Con enorme frivolidad, empleamos ese término nada inocente por los que lo han puesto a circular que es ‘proceso de paz’ para referirse a un tiempo indefinido en el que una organización criminal que lleva cuarenta años matando, promete suspender sus actividades terroristas. Y la observación tiene aún mayor alcance si se cae en la cuenta de que el alto el fuego decretado por ETA está dando lugar -lo estamos viendo desde hace un año- a un discurso nada inocente, en el que predominan otra vez los lugares comunes como ‘pacificación’ y ‘normalización’. Entendidas siempre en el sentido más favorable a las exigencias pro-etarras. Cuando se habla de normalizar el País Vasco, lo que se está pidiendo es que se revoque la ilegalización de Batasuna; cuando se urge la pacificación es para que los asesinos de ETA abandonen las cárceles y eludan la aplicación de la Justicia. Y esto es claro y debemos denunciarlo. Sobre todo no debemos ser presos de esas palabras nada inocentes que nos han puesto en los periódicos, en las radios o en nuestros oídos.
Uno de los gags de Groucho Marx quizás define bastante bien la situación actual, ése en el que se presentaba Groucho ante un grupo de hombres poderosos diciéndoles: “éstos son mis principios, y si no les gustan tengo otros”. Quizás este tema podría enmarcar la moral política de estos años. ¿Dónde nos encontramos exactamente? Los historiadores tenemos que hacer la historia desde el presente sin ser presentistas, pero hay que hacerlo desde las inquietudes del presente. Ahora continuamente tenemos que estar muy al tanto de esos últimos acontecimientos, de esas últimas invenciones de léxico, de esos últimos retruécanos, etc. Parece que nos tenemos que aceptar esa frase de que lo que cuenta es el juicio de la historia y ningún otro; a la historia siempre se le han reservado finalidades y objetivos admirables, como ser maestra de la vida; o frases que dicen ‘quien no conoce la historia tiene obligación de repetirla’. Yo suelo decir que, más allá de eso, cuiden ustedes a los historiadores y hagan que se les pueda oír y no los pongan ustedes como ornato en una mesa o como una figura inmóvil en un salón… Pero definitivamente los historiadores podemos mejorar nuestro presente, y ciertamente con la historia de España deberíamos y podríamos mejorar nuestro presente.
Pues así pues, he recogido para esta conferencia y para un artículo que estoy a punto de escribir en esta línea de lo que cuenta es el final y el juicio de la historia, y lo que importa son los resultados, en poco más de un año han inventado nada menos que el modo de reunirse y no reunirse con los representantes de ETA; de hablar en una mesa a puerta cerrada con la ilegal Batasuna y de no hablar; de dar a entender que Otegi y compañía son unos fanáticos que justifican el asesinato y que no lo son. De decir, que la meta es el disfrute sin coacciones ni amenazas de las garantías constitucionales vigentes en nuestro estado de derecho, y sugerir al mismo tiempo que para acabar con el terrorismo hay que inventar algo distinto a la violencia pero también distinto a la legalidad constitucional; que el ministerio fiscal dicta sus disposiciones en función de una próxima negociación, y que por supuesto que no es así; en fin, que se intentará todo lo legalmente posible porque los presos etarras cumplan sus condenas, y De Juana Chaos a escena, y precisamente todo lo contrario… Por eso creo que en estos momentos se impone la claridad del discurso, se impone saber en qué situación estamos y saber lo que significan las palabras.
Al mismo tiempo, creo que es claro que la memoria histórica en este momento está siendo utilizada, no para reivindicar una España que ya existía en buena medida como Estado en el siglo XVI, sino única y exclusivamente para ensalzar un régimen ya periclitado aunque sólo fuera por los años, de hace setenta y cinco años, o para asignar herederos de los vencedores o de los perdedores de la Guerra Civil a uno y a otro bando. Estamos en un momento bastante desastroso, incluso para los historiadores, que pocos son los que han aceptado ese término de memoria histórica. La gente tiene memoria personal pero no puede tener esa memoria histórica que siempre suena a lavado de cerebro, siempre suena a imposición del poder.
Por otro lado, es claro que en estos momentos de falta de cultura del diálogo, con modelos como el que he puesto antes, lo que se trata es que el pacto con los terroristas aparezca como una especie de unión de dialogantes frente a nosotros. Todos los que estamos aquí, seguro que somos unos tercos partidarios de la solución policial y de la aplicación de la Justicia, que no deseamos encontrar solución a ese problema angustioso. Yo creo que -lo he dicho varias veces- conquistamos el presente pero no podemos dominar el pasado; seguimos sin poder dominar el pasado, sobre todo en unas zonas donde se emplea ese término de ‘derechos históricos’. Yo no hago más que decir que los ‘derechos históricos’ serían derechos de los muertos sobre los vivos, serían derechos del pasado sobre el presente, y que los derechos nos los damos nosotros, nos los damos las constituciones y no los da la historia. Si no, sería efectivamente reconocer que los muertos, nuestros antepasados, tienen muchísimos más derechos que nosotros, puesto que nos imponen el modus vivendi, el modus operandi, y las leyes, sean éstas nuevas o viejas. Por otro lado, creo que por mucho maquillaje que apliquemos a esta especie de unión de dialogantes para tratar de colarnos la negociación con ETA, nadie va a creer que por el hecho de que los batasunos puedan presentarse otra vez en el Parlamento de Vitoria sean amantes de la democracia, o sean verdaderos demócratas; nadie puede pensar, mientras ellos sigan opinando que Euskadi es una zona ocupada por el Ejército español, que la autodeterminación es un derecho natural que se puede imponer a los no-nacionalistas; y que por supuesto Navarra forma parte in-negociable para arreglar lo que ellos llaman conflicto vasco; ellos exigen la anexión de Navarra como hecho forzoso y natural, asegurando contundentemente que no existe ninguna posibilidad textual de solucionar el conflicto ni de buscar una solución al problema nacional sin Navarra. Por eso creo que así como decimos que los nacionalistas han cumplido sus deberes y los han hecho muy bien en aras de su construcción nacional, ellos han estado construyendo una nación, mientras nosotros, los no nacionalistas, por pusilanimidad o por miedo, o porque el terrorismo tiembla, hace que el juicio también se turbe y hace enmudecer a la gente y hace tener miedo a la gente. Quizá nosotros no hemos hablado con entera naturalidad de algo que es importante, y no hemos denunciado lo que se ha colado sin aduanas en nuestro propio lenguaje y en nuestra propia actividad.
El hecho de que aceptemos que lo que ocurre en Cataluña o en el País Vasco sea sólo de los catalanes o de los vascos, ya es un éxito de los nacionalistas. Por el contrario, los leoneses, los extremeños, los andaluces, tienen que soportar que los catalanes o los vascos puedan influir en sus vidas aunque sólo sea por el hecho de votar los presupuestos nacionales que afectan a Extremadura, a Ávila o a Galicia. Por el contrario, nosotros aceptamos que los españoles no podamos manifestarnos ante algo como es el estatuto de Cataluña, que define a Cataluña como nación, que define un tipo de soberanía que no es la soberanía de la nación española, etc. Entonces, creo que es importante que nosotros no asumamos con naturalidad ni el lenguaje ni las tesis nacionalistas.
Por otro lado, estamos asistiendo continuamente a ese exitoso asalto a la razón, que por muy incongruente que nos parezca está ahí; nadie dice ni que la cantante es calva ni que el rey, el emperador, va desnudo. Es decir, a petición de menos del 10% de la ciudadanía española vemos cómo España es sometida a una desautorización permanente, puesto que obstaculiza, según piensa ese 10% de la ciudadanía española, la realización de quienes son españoles sólo por imposición. Es decir, poco importan los resultados electorales, la gente no nacionalista en el seno de cada una de las llamadas nacionalidades históricas, las respuestas y los votos. Con toda naturalidad se ha asumido que lo que se decida en el País Vasco atañe solamente a los vascos, como si ya sintiéramos y habitáramos dentro de una verdadera lógica nacionalista.
Por otro lado, también hay que avisar de un peligro enorme de proliferación de la violencia, de actitudes que están teniendo los partidos, a excepción del PP, y de ese intento conseguido muchas veces a través de actas notariales de no negociar ni pactar nunca con el PP. Ese intento de situar al Partido Popular fuera de la democracia y no situarlo como un partido de la oposición dentro del campo democrático. No es sólo el caso de Cataluña, de los abucheos y pedradas a los que acompañaban a Rajoy y a Acebes en un mitin en Martorell, sino también el de que a Fraga en un recinto universitario no se le permita hablar por una juventud que no ha conocido otro régimen más que le régimen de libertades y democracia de 1978. Pero claro, si continuamente se están lanzando esos mensajes sobre estos representantes de un partido, si se firma un pacto de Tinel contra él, o se va ante un notario para decir que en ninguna situación se va a pactar con él (cuando parece que la democracia y la política deberían ser el intento de pacto, el intento de acuerdo, etc.), pues entonces tiene como resultado que jóvenes alborotados (yo nunca les llamaría radicales; la palabra radical es una palabra hermosa: el cristiano radical, el comunista radical…), que energúmenos descerebrados agredan con el único arma que tienen, que no es la palabra, sino el puño o el estilete.
Quiero recordar que la historia ha demostrado, y conviene releerla que actitudes tibias en la defensa de la libertad han dado paso a escenarios que han desencadenado horrores que la humanidad debería haber evitado. Es decir, la barbaridad nunca es provisional… Antes del holocausto judío, los propios jueces alemanes no aplicaban las leyes antirracistas diciendo que no están en la mentalidad de los alemanes de la época, de los alemanes corrientes. Pero si al fiscal general del estado -fiscal general más bien del gobierno- se le ha sorprendido una conversación en la que dijo que los empresarios vascos y navarros deben apoyar el proceso de paz…, con lo cual estaba diciendo que deben pagar; segundo, que los empresarios vascos y navarros no están recibiendo cartas amenazantes sino cartas dialogantes; y tercero, que el dinero de los empresarios vendrá bien para resituar a estos etarras en la vida civil… Eso lo dijo el señor Conde Pumpido. Entonces, creo que la historia ha demostrado que esas actitudes tibias después pasan factura. Recordemos brevemente, cómo diríamos, una pequeña deposición historiográfica: Von Papen había sido un líder prometedor del llamado nacional-catolicismo alemán en la década de los años 20; nunca mató a nadie; tenía una educación exquisita, no tenía nada en común con los rufianes que formaban parte de las Camisas Pardas de la S.A…., pero pactó con el nazismo para imponer sus planes y sucumbió humillantemente ante un Hitler que lo despreciaba profundamente. Fue Von Papen, con su política de pactos, quien entregó a Hitler los instrumentos necesarios para el genocidio, el colaborador necesario para las muertes aisladas primero, la guerra de ‘tierra calcinada’ y los campos de exterminio después. Su incapacidad para ver y sentir la línea que separa la civilización de la cesión y del crimen, le costaron como saben ustedes unos años de cárcel impuestos en Nuremberg.
Por eso, en esta hora de España, es el momento de reivindicar una nación que se hace y no que se ha vivido, una nación conjugada en presente y pensada en futuro. No en estado de derribo, no en estado de defunción por la dejación de sus ciudadanos o de sus representantes. Hay que reinventar, si no existe, una tradición ciudadana nueva de una nación que no se basa como la de los nacionalistas en la tierra y los muertos, sino que se basa en la ciudadanía, se basa en el plebiscito cotidiano, en el contrato de convivencia firmado cada día, en el respeto a la disidencia, y a la normalidad de los agentes sociales que piensan de distinto modo. El nacionalismo es excluyente y lo estamos viendo ya -para muchos de nosotros no es ningún descubrimiento- en el caso catalán. Es decir, implica y tiene las mismas dosis de exclusividad que tiene el nacionalismo vasco, sólo que no ha tenido los encapuchados, o sólo los tuvo en una época muy breve, pero se niega la palabra a los que no piensan en nacionalista. Por otro lado, creo que en este tipo de actos convendría -yo soy muy militante en esto, aunque solo sea por jesuita- tener un cierto misionerismo, que nuestras palabras lleven a la acción, como decía San Ignacio. Creo que debemos convocarnos a una tarea con emoción; no sólo tenemos que transmitir el sentido de España, sino también el sentimiento de España. No sé que teórico de la nación decía: “hagan ustedes las leyes pero dejen que yo cante las baladas de mi nación”. El problema es que ahora pocos cantan las baladas de la nación Española. El hecho que hablemos de la emoción no significa sin razones; con emoción pero con razones; creemos que las ideas no están hechas para morir o para matar por ellas, sino para argumentar su validez. Que otros traigan sus símbolos harapientos, que otros traigan sus mitos de guardarropía, sus efectos especiales, para esa gran ceremonia de la confusión en la oscuridad en la que se está convirtiendo España, y además nos ponen como modelo. No a la opacidad: no conviene hablar, no conviene que se diga que se está negociando no se qué, que se está hablando, que se está pactando, etc. Por eso, que esa España que quizás se ha recluido durante unos años vuelva a salir. Podríamos pedirlo con un verso de un vasco, Gabriel Celaya, que decía: “nosotros somos quien somos, basta de historia y de cuentos”.
Jon Juaristi
Ante todo quiero dar la gracias a la fundación por la libertad y al Ayuntamiento de Vitoria por invitarme para hablar de un tema que, la verdad, me lo pusieron difícil cuando me dijeron el título de la intervención: ‘Lenguaje, historia, libertad’. Me sonaba un poco a aquello de naturaleza, historia, Dios de Zubiri… En fin, intentaré hacer una ofrenda de aliño lo menos escandaloso posible, y tocar por lo menos alguno de estos temas.
Es un honor para mí el ser un antiguo profesor del alcalde de Vitoria y el futuro diputado general de Álava. Y también, obviamente ha sido también un honor para mí haber sido alumno de Fernando García Cortazar en mis tiempos de estudiante. En política, decía Descartes, las ideas y los conceptos filosóficos no sirven, la política es el mundo de los discursos persuasivos, el mundo de la retórica, y el mundo de la retórica es muchas veces el mundo de la exageración y el mundo de la distorsión de los significados. Hay un verso de un poeta español, que dice “entre Vitoria y Sodoma existe un término medio, Paris”. Bien, obviamente se trata de una exageración. El otro día, leyendo la correspondencia de Julio Caro Baroja con Gerald Brenan, que acaba de publicar la sobrina de don Julio, Carmen Caro, encontré una carta, una carta de los años cincuenta en la que don Julio le dice a Brenan: “bueno, estamos en Bilbao de momento y el lunes iremos a Vitoria, esa Babilonia de perdición”, como decía un cura de la llanada alavesa haciendo un uso libérrimo de la retórica. Pues bien, efectivamente la retórica nos permite hacer un uso libérrimo de las palabras y atendiendo a la función persuasiva del lenguaje, más que a la función denotativa, a la que el lenguaje intenta representar la realidad tal como es.
La historia es una disciplina que se hace con lenguaje, se hace con conceptos y estos conceptos cambian. La historia como disciplina tiene una relación muy íntima con la nación; es decir, la historia fue el primero de los saberes de la nación. Cuando las naciones se constituyen como sujetos históricos entre los siglos XVIII-XIX, digamos… sujetos políticos, el primero de los saberes que se articula es el de la historia de la nación. ¡Ojo!, no la memoria histórica, sino la historia de la nación. El siglo XIX sobre todo es un siglo que gira, en Occidente por lo menos, alrededor de la historia. La historia es el saber de la nación y es el saber central de la humanidad, Occidental por lo menos; de esa humanidad que ha accedido después del siglo de las luces, después de las revoluciones liberales, ha accedido a la libertad; es una humanidad identificada con la humanidad y la historia… Una historia que todavía era teleológica, una historia como un progreso hacia la libertad. Algo que ya de todas formas estaba en Cervantes, la historia como hazaña de la libertad, en el XIX constituye diríamos el axioma fundamental sobre el que se construye la cultura moderna.
Los nacionalismos del siglo XIX son, por tanto, nacionalismos históricos; tienen poco que ver, en ese sentido, con los nacionalismos de nuevo cuño que aparecieron en el siglo pasado, entre ellos el nacionalismo vasco. Tienen poco que ver porque la epistemología ha cambiado, porque ya la Historia ha sido desplazada del centro de los saberes de la nación, y ha sido sustituida por el lenguaje, por las ciencias del lenguaje, la lingüística. El siglo XIX produce naciones y nacionalismos históricos, el siglo XX produce nacionalismos culturales y étnicos, basados en la diferencia lingüística. En el siglo XIX, la diferencia lingüística no importa tanto; yo diría que importa muy poco, salvo para cuatro o cinco pensadores románticos que no tuvieron en su tiempo demasiada influencia en los procesos reales de la historia del XIX, el resto de los creadores de las naciones modernas europeas, no concedían demasiada importancia al lenguaje. Piénsese, por ejemplo, en Bélgica, que es uno de los primeros casos de nacionalismo liberal europeo. En Bélgica hay nacionalistas flamencos, hay nacionalistas balones, están luchando por la independencia de la misma nación, saben que esa diferencia lingüística existe, pero no les parece pertinente a la hora de definir la nación. Como no le parecía pertinente a Cervantes, que vivía ya en una nación española. Digamos que la nación española es una de las naciones más antiguas de Europa, es una nación que tiene ya cinco siglos, pasa de los cinco siglos. Cervantes lo sabía muy bien, Cervantes habla de Don Quijote, gloria de la nación española, habla de España (…). Hay distintas regiones españolas, con distintos hábitos culturales, y con distintos hábitos en el sentido literario, con distintos vestidos, van vestidos de distinta manera, hablan con acentos diferentes. Y sin embargo eso… salvo en el caso del vizcaíno, un caso muy especial porque es parte de la tipología teatral del momento. El vizcaíno es un personaje cómico en el teatro del Renacimiento y el siglo de oro. Los demás personajes no tienen diferencia en su manera de hablar; hablan todos un español… que puede ser de un registro popular o de un registro culto, de un registro áulico o de un registro popular. El caso de Don Quijote y Sancho es bastante claro, pero Cervantes no refleja la pluralidad de acentos, que sin duda los había; y no los refleja no porque los desconociese, los conocía muy bien. Es decir, Cervantes había pateado toda España, y la conocía muchísimo mejor probablemente que los demás españoles de su época. Simplemente no le parecía pertinente, estaba hablando de un país, de una nación que conocía muy bien y a la que llamaba nación española, donde efectivamente existía una variedad enorme; pero su visión -que no era una visión costumbrista ni una visión romántica, reflejar a los españoles de su época- no pasaba por la necesidad de insistir en las diferencias. Eso vino después, vino con el siglo XIX, vino con los costumbrismos románticos, se exasperó en el costumbrismo tardío de la restauración y de ahí pasó a los nacionalismos.
Este año se celebra el quincuagésimo aniversario de Pío Baroja. Pío Baroja murió en noviembre de 1956; era un anciano ya, era un hombre de la generación del 98, tenía 84 años cuando murió. Pío Baroja todavía es un hombre de los nacionalismos históricos del siglo XIX, todavía es un hombre que siente la nación como una nación histórica. Y al mismo tiempo se siente vasco, era vasco, había nacido en San Sebastián, era hijo de un escritor euskérico. El padre de Pío Baroja era un escritor costumbrista de San Sebastián, don Serafín Baroja, ingeniero de minas que había hecho zarzuelas en euskera haciendo cantar en euskera a los mineros de Río Tinto de la época romana, una excusa un tanto arbitraria. Pero en fin, era un escritor en euskera, un escritor cosquero de San Sebastián, del costumbrismo donostiarra. Y Baroja se sentía profundamente vasco, y eso no entraba en contradicción con su convicción de su pertenencia a España. Hay un juego en el Baroja, sobre todo, de las novelas de tema vasco, de las novelas de mi tierra vasca, que quiero subrayar aquí. Es como pensaba un español del XIX, un español formado como Baroja que llega ya casi en la treintena al fin de siglo, de lo que era España y de la pluralidad de España. Ya mostraba antes Baroja que está en un mundo distinto; ha pasado el costumbrismo, el romanticismo está empezando a tener su efecto. Y Baroja se siente profundamente vasco. Ahora bien, admite que no siempre se sintió profundamente vasco. Nació en San Sebastián, de donde la familia fue a Pamplona, donde lo pasó muy mal estudiando en Pamplona en sus primeros años escolares, cogió especialmente tirria a un canónigo que se llamaba don Tir Solareki, que al parecer le daba una collejas especialmente dolorosas. Fue a Madrid, donde terminó el bachiller en el Instituto de San Isidro, y después hizo la carrera en Madrid. Fue a Valencia y llegó a Cestona siendo ya, digamos, un médico en ejercicio, y en ese momento, en esos años de médico en Cestona, dice que él recuperó el hilo que le unía a Dios de alguna forma con el país. A partir de ese momento, de su paso por Cestona, Pío Baroja empieza a escribir cuentos primero, después novelas de tema vasco. Es entre 1909 aproximadamente, con Zalakaín el aventurero, y 1923 cuando Baroja lleva a cabo la mayor parte de su producción, lo más valioso de su producción, novelas de tema vasco: Zalakain el aventurero, Las inquietudes de Santi Handia, La dama de Urdugui en el 17, en el 22 la leyenda de Jaun de Alzate… El espacio imaginario que se dibuja en esas obras, el País Vasco de Baroja, para empezar, no coincide exactamente con el País Vasco de los nacionalistas; es mucho más amplio, es un País Vasco que incluye hasta Burdeos, hasta Lagaron; se ajusta mucho más a lo que era históricamente o lo que históricamente fue el País Vasco, lo que se conocía como la Vasconia o Vascuña en la Edad Media y en los siglos posteriores. Los personajes, ya desde Zalakain el aventurero, de las novelas de Baroja, son vascos, vasco-franceses en el sentido actual, vasco españoles y gascones. El grupo inicial que sale en Zalakain el aventurero son un gascón, un vasco-francés y un vasco-español. Baroja ama por supuesto ese país, tiene una especial ligazón afectiva con ese País Vasco literario suyo, su ideal no es hacer de ese país una nación, aunque dice que se conformaría…, lo que él hubiera preferido es la república del Bidasoa, sin frailes ni moscas ni carabineros. Como ustedes saben, el Momentum catastroficum, ese manifiesto dickensiano y un tanto chusco que escribe después de la paz de Versalles y que es realmente un manifiesto contra los nacionalismos.
Hay algo de estrategia literaria en todo esto. Es decir, a Baroja le interesa como novelista vender novelas, y en esos momentos no solo el País Vasco-francés sino también la Aquitania en su conjunto, se vendía muy bien. Había una serie de escritores franceses que habían comprado mansiones en el País Vasco-francés, que escribían sus novelas, sus obras de teatro sobre ese espacio geográfico, sobre el País Vasco, sobre el mundo de Gascuña. Piensen ustedes por ejemplo en Pierré Glotí. Glotí había comprado en 1890 una casa en Hendaya, la “Caq etxea”. Era un joven oficial de marina a cargo de un pequeño barco en la Nievé, y se había establecido en una casa de Hendaya. Glotí había escrito en 1897 El Ramontxo, su gran novela, muy admirada por Baroja por cierto, del País Vasco francés. Edmond Rostand había comprado una casa en Cambeau, “la maison armaga”, actualmente existe todavía; había escrito en ella “Cirano de Bergerac”, que fue un gran éxito en la escena francesa en el año 1898. Cirano es el gascón, el capitán gascón de los cadetes de Gascuña, etc. Francis Jams, un escritor simbolista importante en aquellos momentos, pues tenía una casa también en Actué, etc. Baroja compra su casa en Vera de Bidasoa en 1911, obviamente en el horizonte de una estrategia comercial como novelista, para explotar esa veta de la Aquitania literaria de la que ha hablado Jean Lacoutue en un libro espléndido muy reciente; El rumor de Aquitania, que cuenta cómo Aquitania se convierte en uno de los espacios prestigiosos de la literatura francesa y Europea a finales del siglo XIX y el siglo XX,
Pues bien, y hay un libro fundamental que es La leyenda de Jaun de Alzate donde Baroja deja claro cuál es la relación entre esa especie de nacionalismo afectivo vasco, tan distinto del nacionalismo político vasco, y de su conciencia y de su sentimiento de español y de su pertenencia a España. Jaun de Alzate, es una novela muy rara; para empezar está escrita de una manera teatral, tiene un antecedente claro, el Amaya o los vascos en el siglo octavo en Navarro Villoslada. Una novela folletinesca del siglo XIX, donde se plantea el problema de cuál es la heredera legítima de los vascos y una princesa hija de un godo y de una vasca convertida al catolicismo o la vieja sacerdotisa vasca pagana, Amagoya, que se reclama como la única heredera ilegítima de Aitor. Como recuerdarán los que hayan leído Amaya, al final la verdadera heredera de Aitor y del tesoro de los godos es Amaya, la princesa católica medio goda y medio vasca. Baroja recoge este esquema en Jaun de Alzate y le da un sesgo diferente. Jaun es un vasco pagano, uno de los últimos resistentes al cristianismo y a la civilización occidental. Podría ser un nacionalista vasco bastante típico, un poco dislocado de su época. El nacionalismo vasco se ha caracterizado siempre no por su cultura de resistencia sino por su resistencia a la cultura, como la resistencia romana. Pero Jaun se resiste a la cultura latina y al catolicismo. Ahora bien, su hija se ha convertido al cristianismo, y no solamente eso sino que se ha hecho novieta de un castellano, ya te digo, de un castellano cristiano. Jaun está muy enfadado con esto y busca otros pretendientes para su hija; no le convence que su hija se case con un castellano, español diríamos, y católico. Entonces, van pasando ante Jaun, una serie de pretendientes distintos, que son un viquingo, un judío de Baiona, y llega un vasco-francés, pagano como él, que se llama Ganis y entonces Jaun dice:
-“Hombre, ¿de donde eres?”
-“de Zuraide.”,
-“Bueno ese pueblo donde sois comedores de cebolla”.
-“Bueno, no somos más comedores de cebolla que en otros pueblos…”
-“No, da igual, tu eres vasco como yo, somos vascos -uno es vasco del Norte y otro del Sur de los Pirineos-, y si te pones de acuerdo con mi hija te la daré como esposa, si te pones de acuerdo con ella”.
Hay un cosa que dice antes: “Eres vasco como nosotros pero vosotros os contagiáis de la vanidad de los franceses y nosotros nos contagiamos de la altanería de los castellanos”. Una frase muy bonita. A continuación entra Anselmus el castellano y dice:
-“Bueno Jaun, vengo a decirte que todo esto es inútil porque yo soy el preferido de Ederra y Ederra será mi mujer quieras tu o no quieras”.
Entonces Jaun dice: “Bueno os casáis”. Le hecha con un exabrupto pero consintiendo que se casen.
Es decir, en Baroja hay algo muy claro en estos episodios de Jaun de Alzate: es un reconocimiento de lo que la historia ha hecho. La historia ha hecho de los vasco-franceses franceses, y ha hecho de los vascos de España, España. Ésa es la nación, es un producto de la historia, eso no hay quien lo cambie. Por tanto, Ederra, en este plano simbólico, es la heredera del legado de la raza, entre comillas; se casa con un español, porque obviamente eso es lo que la historia ha impuesto, unas realidades frente a las cuales lo demás es sueño, es utopía, sirve para hacer literatura, pero jamás lo utiliza Baroja para hacer política, porque sabe cuáles son los límites del uso legítimo del lenguaje en literatura.
O sea que generalmente los nacionalistas pierden de vista cuáles son los límites de la utilización de la retórica. Y esto es importante. Hay una definición de nación, que tampoco sé de quien es exactamente, pero que dice que la nación es una comunidad, un conjunto de personas que comparten una idea errónea acerca de su origen común. Bien, se podía aplicar a muchas naciones, se le pudo aplicar incluso a España, o se le pudo aplicar durante gran parte de lo que ha sido la historia de la nación española en los cinco últimos siglos: todos los mitos de la España primitiva, etc. Que, por cierto, los fueron deshaciendo una serie de meritorios jesuitas, el padre Marian, hasta Mashdeu. Fueron ajustando sus cuentas con esa especie de pasado mítico y, digamos, dejaron el campo pues bastante expedito para la aparición de una historiografía científica. Esto es lo que el nacionalismo vasco, sin embargo, nunca ha podido superar, esa idea errónea acerca de su origen. El nacionalismo vasco se ha contado durante mucho tiempo una historia, una historia errónea digamos acerca de su origen, una historia errónea acerca de su pasado, acerca de su identidad. Por ejemplo que los vascos existen poco menos que desde… en la prehistoria ya había vascos. No, vascos, el nombre de vascos en general no se empieza a aplicar a los vascos del Sur del pirineo hasta el siglo XIX. Ningún vizcaíno, alavés ni guipuzcoano del siglo XVIII, hubiese aceptado que le llamasen vasco, porque los vascos para él eran los del Norte del Pirineo, los vascones. De hecho, todavía en el pato Abernés, los bermeses, se llaman a sí mismos los vascus; los aquitanos eran los verdaderos vascos. Cuando Michele Demountane, entonces alcalde de Burdeos peregrina a Italia y va a la casa de Loreto, a la santa casa de Loreto, a la santa casa de la virgen, y lleva un exvoto, un trabajo repujado en plata y deja ese exvoto así, y firma y la donación del exvoto como Michaelous Montanus galus vasco “ecues regis ordinis”(latín), es decir, Michele Demountane, vasco francés, galo vasco, él es de Burdeos, nacido en Senemilión -como saben ustedes, un sitio de muy buen vino-, y que como todos los burdeleses y como todos los perigordianos de su época, se consideraba vasco. Vasco era montañés, digamos que vasco era el habitante del Pirineo. Bernardette Zubiria, la vidente de Lourdes, era vasca; a cualquier Bernardette Zubiria que se le pregunte qué es, te dirá que vasco. Gascón y vasco son estrictamente sinónimos.
Por tanto, digamos que las identidades han sido muy fluctuantes, Cervantes, Cervantes introduce un vizcaíno en el Quijote y otros vizcaínos en sus…no les llama jamás vascos. La última traducción española del Quijote, perdón, la última traducción inglesa del Quijote publicada por Penguin, Penguin classics, la editorial y la colección digamos más prestigiosa de habla inglesa, clásicos, una traducción debida a un inglés John Ratterford, que conoce bien España, está casado con una española, con una gallega, sin embargo, él ha cambiado el etnónimo del vizcaíno por el vasco, the vasc, es decir, llama a Don Sancho de Azpeitia, al vizcaíno del Quijote, no le llama el gallardo vizcaíno sino el gallardo vasco. ¿Por qué?, porque digamos que los lectores actuales no entenderán bien esto del vizcaíno es un poco su argumento. Bien, esto a Cervantes le hubiese resultado como digo, absolutamente incomprensible, para Cervantes, los vascos no tenían nada que ver con don Sancho de Azpeitia, hay vascos en lel Quijote, efectivamente, digamos…hay una serie de gascones que don Quijote encuentra en Cataluña y que son gascones que están en la partida del bandolero Roque Guinar y son bearneses-ugonotes de la partida de Roque Guinar. Esos son los verdaderos vascos del Quijote y no el vizcaíno, por lo tanto, las identidades y los nombres han ido fluctuando.
La historia, la historia nunca ha sido el fuerte de los nacionalistas vascos, eso hay que admitirlo incluso ellos muy deportivamente supongo que lo admiten en algún momento, generalmente han dicho que la historia no les interesa mucho. ¿Por qué? Porque la historia sirve para hacer eruditos pero no sirve para hacer patriotas, pero en fin, ha habido argumentos de este tipo que se han manejado con bastante…con bastante frecuencia por parte de los nacionalistas vascos. Una de las cosas que peor les ha salido en su intento de crear sino una historia, si un mito, es el de crear un anti castellanismo de los vascos. Los fueristas vascos del XIX no era castellanos, los vizcaínos del Antiguo Régimen, vizcaínos incluyendo alaveses, guipuzcoanos y vizcaínos propiamente dichos, no eran anti castellanos, entre otras cosas no lo eran porque se sabían castellanos. Porque sabían que su identidad histórica era una identidad indisociable de Castilla, no podían ser por tanto, enemigos de ellos mismos, enemigos de lo que había sido su comunidad histórica. Esto aparece con Sabino Arana, que era un ignaro desde el punto de vista de las ciencias históricas, el mismo reconocía que no había habido ni un libro de historia que se hubiera leído entero, que todos los libros que se había leído, se podían contra con los dedos de una mano, los libros que se había podido leer enteros. Bueno, pues Sabino Arana crea en sus cuatro glorias patrias, su Vizcaya por la independencia, que es su primer manifiesto nacionalista, son cuatro pequeñas leyenditas sobre la historia medieval de Vizcaya, crea el mito de la Vizcaya anti castellana, mito que no se sostiene en absoluto y que fue creando más y más problemas a los nacionalistas vascos hasta el punto de hacerles renunciar a cualquier tentativa de establecer una justificación histórica del nacionalismo, es decir, fue la primera derrota intelectual, después vendrían muchas más, del nacionalismo vasco, es decir, la imposibilidad de dar un zócalo histórico a sus argumentaciones nacionalistas.
Como no podían ser anti castellanos siendo vizcaínos recurrieron y han recurrido en los últimos tiempos con más frecuencia, a una argucia que es hacerse pasar por navarros, todos somos navarros, es decir, somos vizcaínos, somos alaveses pero fundamentalmente somos navarros. Hoy día digamos que el único discurso histórico que sostiene el nacionalismo vasco a través de sus facciones más extremas es el navarrismo constitutivo de la identidad vasca. ¿Los condes de Alaba?, puros tenientes de los reyes de Navarra, los señores de Vizcaya…decir, realmente el castellanismo de los vizcaínos, guipuzcoanos y alaveses no es más que un espejismo porque una serie de historiadores, por cierto no profesionales, de Navarra vinculados al nacionalismo han decidido que Navarra era un estado atlántico que englobaba diríamos a los vascos, navarros y digamos, vascongados, lo que se llamaba vascongados. Bien realmente esto no crea si no más problemas, es decir, las gestas medievales de los guipuzcoanos, de los vizcaínos etc., son gestas que los enfrentan con bastante frecuencia a los navarros.
La historia está ahí que diría Baroja. Baroja además hacía un chiste a propósito de este momentum catastroficum, decía: bueno al parecer, en el escudo de Guipúzcoa hay una serie de cañones que los guipuzcoanos tomamos a los navarros, en ocasión de una de estas batallas de frontera, y ahora, los nacionalistas dicen que esa batalla nunca existió, pues por la paz en casa y porque yo estoy dispuesto a permitir que quiten por lo menos del escudo de Guipúzcoa la parte alícuota que me corresponde de estos cañones.
Al final han terminado quitándolos todos, como era lógico, es decir, lo que molesta en la historia a los nacionalistas se borra y santas pascuas, aquí no ha pasado absolutamente nada.
Bien…cuando no se puede recurrir a la historia se recurre no al lenguaje, sino a la lengua, es decir, otro de los intentos ha sido basar el nacionalismo en una identidad lingüística, vasco es el que habla euskera, y aquel no hable euskera, no es vasco. Bueno, por supuesto eso no se compadece en absoluto con lo que ha sido la historia de los vizcaínos, alaveses, guipuzcoanos, navarros y la gente de Laburdi y de la baja Navarra. En ese espacio, definido como espacio vasco, se ha hablado navarro, castellano, aquitano en sus distintas variantes de gascón, perigordrino, etc. y el vasco realmente se habló en los tiempos históricos, por una población situada digamos en las montañas centrales pero no en las zonas agrícolas del país que digamos eran más civilizadas. Esto se ha hecho más evidente con le tiempo, las investigaciones han progresado, han aparecido extrañas bibliotecas de la época romana por aquí cerca con palabras en euskera, ante las cuales yo, con perdón, me muestro bastante escéptico y no por anti alavesismo, sino porque no es la primera vez que pasan cosas de estas, en fin, en cualquier caso, digamos que parece evidente que históricamente el país, geográficamente hablando que hoy se define como vasco, ha sido un país muy plural en cuanto a sus lenguas.
Este nacionalismo de base lingüístico cultural, que aparece en los años 60, que es impulsado en principio por ETA, por el entorno de ETA en los sesenta, se ha ido debilitando con el tiempo, de tal forma que a estas alturas y yo también voy terminando porque llego a mis treinta minutos, el asunto está en los siguientes términos digamos, el nacionalismo no tiene digamos, otra justificación en estos momentos que la puramente voluntarista y auto referencial. Los nacionalistas vascos ya definen la identidad vasca como una tautología, es vasco quien es nacionalista, y quien no es nacionalista no es vasco. ¿Y quién es nacionalista? Pues obviamente aquel que rechaza que el País Vasco sea parte de España, aquel que deniega legitimidad en el espacio vasco a la nación española y al estado español.
La situación, como decía antes Fernando García Cortazar, me parece grave, vivimos efectivamente en un hora grave de España, no es un consuelo saber que el estado nacional digamos en toda Europa está pasando por una crisis digamos bastante parecida, recientemente Pierre Manent, un filósofo político francés, decía que hay tres factores importantes en la debilitación del Estado nación en Europa. Voy a terminar con esto solamente porque me parecen tres observaciones bastante agudas y bastante inteligentes por parte de Manent. En primer lugar el Estado nación como criatura política se deslegitimó digamos por un hecho aparentemente positivo, incluso filantrópico en todos los sentidos, decir…por la abolición de la pena de muerte. Cuando los estado europeos renunciaron a la imposición de la pena de muerte, renunciaron a una parte fundamental del monopolio de la violencia legítima en términos feberíanos, que era la legitimación o la justificación general del Estado como criatura política.
En segundo lugar dice Manent, el descrédito en el que ha caído la nación como criatura histórica, hace cincuenta años dice Manent, los europeos creían que las naciones eran poco menos eternas, los individuos pasaban, las naciones permanecía, las naciones tenían un prestigio casi cercano a lo religioso, sino eran eternas se acercaban. Las últimas generaciones en Europa, hemos visto aparecer y desaparecer naciones en el continente europeo con bastante rapidez. La criatura histórica llamada nación o estado nacional por tanto, se ha desacreditado también por su resistencia, diríamos, biológica.
Y en tercer lugar y es más importante, Mannent habla de la desaparición del pueblo, el pueblo era un conjunto de señores hace cien años o ciento veinte años que trabajaban de sol a sol en el campo con un azadón para ganarse el pan cotidiano, que no tenían ni recursos económicos ni tiempo para crearse una cultura individual, para crearse una personalidad individual, digamos…enriqueciéndose culturalmente y por eso tenían que recurrir como cultura a una cultura colectiva y anónima que era la cultura del pueblo. Cantaban romances acompañándose de un botijo y una alpargata…estas cosas que se dan en los pueblos.
Eso era las base histórica de las naciones del XIX, eran los pueblos, eran los pueblos que no tenían rostro, porque eran muchedumbres sin rostro no individualizadas. Hoy tenemos mucho más tiempo libre, tenemos recursos económicos suficientes para hacernos una cultureta, y tiempo para…y la nación como la religión y como muchas otras cosas han pasado o están pasando a ser opciones de mercado. Probablemente muchos nacionalistas vascos o catalanes, no podrían explicar porque lo son, salvo que porque queda bien, sus amigos lo son, está visto bien en su medio social, este tipo de justificaciones, eran impensables hace cincuenta años. Hoy en cambio, forman parte de un simple menú, donde uno puede elegir digamos aquellos rasgos que pueden contribuir a crear una personalidad más o menos interesante.
Bien, esto simplemente para subrayar que efectivamente el momento no es tampoco para echar cohetes en Europa, mal de muchos consuelo de tontos suele decirse, pero no quería con esto aportar ningún consuelo sino todo lo contrario.
Muchas gracias.
Fernando García de Cortázar