Recuperar la Libertad

Rosa Díez, BASTAYA.ORG, 18/9/2006

ETA declaró la guerra a los demócratas, pero eso no significa que en el País Vasco exista o haya existido una guerra. La lucha contra el terrorismo nunca ha tenido como objetivo la paz -ni siquiera cuando ETA asesinaba cada semana-, sino la libertad. (Texto de la conferencia de Rosa Díez en Palma de Mallorca el 1 de septiembre, organizada por el diario El Mundo).

 

He titulado esta conferencia “Recuperar la Libertad” porque tengo el propósito de reflexionar con todos ustedes sobre las trampas que encierra el lenguaje, sobre la perversión del mismo, sobre la falta de inocencia de los términos que se utilizan para describir la situación actual. Y también sobre el verdadero reto que tiene la sociedad española y la vasca en particular.

Las trampas de un lenguaje tramposo

Llevamos meses hablando del ‘proceso de paz’. Esa terminología -que no es nueva-, adquirió tintes de oficialidad a partir del momento en que el Presidente del Gobierno compareció ante los medios de comunicación tras la reunión del Consejo de Ministros del día 10 de febrero para anunciar solemnemente: “Estamos en unas circunstancias que me permiten tener la convicción de que puede empezar el principio del fin de la violencia”. Al día siguiente, alguno de los diarios de tirada nacional ya encabezaba de esa manera las páginas dedicadas a hablar del tema:’proceso de paz’.

 

Si bien no era la primera vez que el Presidente del Gobierno o distintos portavoces del Ejecutivo y del PSOE anunciaban inminentes declaraciones de ETA en las que, presumiblemente, la organización terrorista habría de anunciar el cese definitivo de la violencia, esa declaración formal, hizo que se disparasen todas las especulaciones sobre la inminencia del anuncio.

 

La declaración de ETA llegó apenas mes y medio después de este anuncio presidencial, aunque las expectativas respecto del contenido de la misma no se cumplieron: no anunciaban el abandono definitivo del terrorismo y la violencia sin ningún tipo de condición, sino que declaraban un “alto el fuego permanente”. Y como todo el mundo sabe ni permanente es definitivo; ni “alto el fuego” es “abandono de la violencia”.

 

Aunque las palabras utilizadas por ETA significaban algo muy distinto a lo esperado, aunque en el comunicado se reivindicaba, como ha sido habitual en esta organización terrorista, el derecho de autodeterminación- en este caso se decía expresamente que “los ciudadanos vascos deben tener la palabra y la decisión sobre su futuro”-, aunque se volvía a reivindicar la territorialidad ( o sea, Navarra), haciendo un llamamiento a “España y Francia para que reconozcan los resultados “sin ningún tipo de limitaciones”, aunque se insistía en el “origen político del conflicto” y se instaba a “las autoridades de España y Francia” para que respondan “de manera positiva dejando a un lado la represión”, el comunicado de ETA fue recibido por el Gobierno y por la opinión pública en general como si se tratara de algo extraordinariamente importante y novedoso.

 

Era importante; pero no era tan novedoso. Estaba por debajo de las expectativas, aunque podemos pensar que quizá las expectativas se habían disparado respecto de las posibilidades reales de obtener de ETA algo más que lo obtenido. Pero no era tan novedoso, pues si bien utilizaba el término “alto el fuego” y “permanente”, como he dicho antes, permanente no es definitivo y alto el fuego es, ni más ni menos, una forma diferente de hablar de tregua.

 

Así pues, empiezo por señalar la primera de las trampas del lenguaje que se ha instalado entre nosotros: no estamos ante una declaración de ETA que exprese su voluntad de abandonar definitivamente el uso de la violencia. No es una declaración de disolución, ni es incondicional, ni es definitiva. Además conviene que no se nos olvide el hecho de que ETA realiza esta declaración forzada por la situación; es una declaración que muestra la debilidad de la organización terrorista Antes nos extorsionaba asesinando; ahora lo hace amenazándonos con volver a matar. Algo es algo. Sólo si analizamos con objetividad como hemos llegado a esta situación podremos enfrentarnos a ella con alguna garantía de éxito.

 

Sin embargo a partir de esta declaración de ETA- y de las cuatro posteriores, cada una de ellas más esclarecedora y más amenazante-, todo empieza a desarrollarse de manera cada vez más confusa. Quiero creer que todos tenemos el mismo objetivo; y que el objetivo es terminar con el terrorismo, derrotar a ETA. Pero me pregunto si tras las palabras tramposas, tras la confusión semántica, no se esconden objetivos diferentes. Como dije al principio, el lenguaje nunca es inocente. Sea por error o por opción, la perversión del lenguaje puede llevar escondida- o acarrear-, la perversión de la política. Por eso voy a tratar de explicar lo que a mi juicio debe ser la tarea que hemos de acometer en esta oportunidad que se nos presenta para convertir la pausa de ETA en el fin de ETA.

 

Empezaré por decir cual creo que debiera ser el objetivo. Y lo haré utilizando las palabras que mejor describen el reto que tenemos ante nosotros. Me parece importante clarificar algunos términos. Creo que existe necesidad de hacer pedagogía democrática, de que los ciudadanos sepan con claridad de qué estamos hablando. Y creo también que es necesario que los terroristas perciban con claridad el mensaje.

 

Aclarando conceptos confusos

 

Empezaré por negar la equivalencia de algunos términos:

 

1. “El fin de la violencia”, que es la forma en la que se expresó el Presidente del Gobierno en aquella cita ante los medios del 10 de febrero, no es lo mismo que “la derrota de ETA”. ETA puede dejar de actuar violentamente durante un cierto tiempo; o utilizar una violencia de intimidación que no conlleve atentados mortales. Pero eso no significaría, en modo alguno, que esté derrotada. Ni siquiera significaría que había tomado la decisión de no volver a utilizar la violencia para conseguir sus objetivos. Además, ¿qué es el fin de la violencia? ¿Qué no maten? ¿Qué no maten porque no lo necesitan, porque no quieren, porque no pueden…? ¿Es eso suficiente? ¿Es ese el objetivo por el que hemos luchado tantos años? Yo creo que no. En todo caso les aseguro que no es para eso para lo que llevamos treinta años resistiendo en el País Vasco. El fin de la violencia es un objetivo a medio camino, poco ambicioso, defensivo. El objetivo de la democracia no puede ser otro que derrotar a ETA. Volveré luego sobre el asunto.

 

2. Otra frase que se ha acuñado con carácter general es “el final dialogado. “El final dialogado” tampoco es lo mismo que “la derrota de ETA”. Creo que es hora de que nos vayamos dando cuenta de que a los terroristas no se les puede convencer para que dejen de ser malos. Alo largo de la historia ningún movimiento totalitario ha depuesto su actitud como consecuencia del diálogo con la parte de la sociedad a la que quería someter. El “final dialogado de la violencia”, que es un concepto que estaba en el Pacto de Ajuria Enea, ha sido superado por los acontecimientos, por nuestra propia experiencia, y por nuestra propia historia. El final dialogado partía de una apuesta que se demostró condenada al fracaso; una apuesta que consistía en explorar la posibilidad de convencer a los terroristas — con la ayuda del PNV–, de lo erróneo de sus planteamientos y de lo inviable de sus objetivos. Es más: aunque no se decía, aquella estrategia partía de la idea de que todos teníamos la posibilidad y el deber de ceder algo, aunque no estuviera claro el qué. El concepto estaba formulado en un momento en el que todos creíamos que algo habría que darles, que si no era así, a partir de algunas concesiones, no era posible acabar con el terrorismo. Eran los tiempos en los que no estábamos seguros de que la democracia pudiera derrotar a ETA. Al la vez que estábamos convencidos de que sin el PNV era imposible terminar con el terrorismo.

 

Las dos hipótesis se han mostrado radicalmente falsas. La historia nos demostró que la política de concesiones, de apaciguamiento, de permisividad hacia los terroristas habría de resultar un fracaso. El terrorismo -el nacionalismo en general-, es insaciable. Hemos aprendido que la firmeza democrática es la única actitud capaz de vencer al terror. Nuestra historia nos ha enseñado que el terror sólo respeta a lo que teme. Y que hemos de enseñar a los terroristas a temer a la democracia. Mas tarde insistiré en esta cuestión.

 

3. Otro concepto de moda es “legalizar a Batasuna”. Pero “legalizar a Batasuna” es imposible. Ya sé que acabo de decir algo que choca con el lenguaje utilizado por políticos y medios de comunicación en general. También en esta casa que hoy me acoge se utiliza a veces el término. Pero es una falsedad, una falacia acuñada a fuerza de repetirse por unos y otros y que está teniendo consecuencias perversas. Mientras la gente piense que a Batasuna se le puede legalizar no tomará conciencia plena de lo que realmente es ese grupo y del motivo por el que la Justicia le declaró fuera de la ley. Me explico: probablemente todos nos rasgaríamos las vestiduras si alguien formulara la idea de que Al Queda debe dar los pasos para legalizarse; o que ETA debe adaptarse al marco legal para ser reconocida como un grupo político más. (Bueno, el Ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno italiano, Massimo D,Alema acaba de decir que ETA es una organización política y aquí no ha pasado nada…) Pues esa misma barbaridad es la que sostenemos cuando formulamos la hipótesis de que “Batasuna tiene en su mano la posibilidad de ser legal”.

 

Batasuna es una organización extinta, disuelta por sentencia del Tribunal Supremo de 27 de marzo de 2003, en una sentencia que no dejaba ningún resquicio de ambigüedad: declaraba la ilegalidad de Batasuna y de sus otras dos marcas -Herri batasuna y Euskal Herritarrok-, ordenaba su disolución, el borrado de su inscripción en el registro de partidos, la paralización inmediata de todas sus actividades e instaba la liquidación patrimonial de sus bienes.

 

Este es un fallo muy importante que no ha sido analizado con el suficiente rigor. Desde el Presidente del Gobierno hasta el Ministro del Interior y la propia Fiscalía, pasando por el secretario de los socialistas vascos, por todos los partidos nacionalistas y la adherencia de izquierda Unida, todos -también el conjunto de tertulianos, editorialistas y medios de comunicación en general-, nos han hecho creer que bastaba que Batasuna accediera a cambiar el nombre, rechazara la violencia y pasara por el registro para ser re-legalizado en un mero trámite. Tuvimos que sufrir la vergüenza de que fuera el propio Otegi quien anunciara en chulesca rueda de prensa que lo que le pedían los socialistas vascos -cambiar el nombre sin renunciar de fondo a lo que son-, podría ser interpretado por los ciudadanos como un “fraude de ley”. Y tenía toda la razón.

 

Pero la confusión ha llegado tan lejos que ahora parece que la legalización ya no es un problema de Batasuna: lo hemos convertido ni más ni menos que en el ‘nudo gordiano’que se ha de deshacer para que “el proceso” siga adelante. Ahora parece que la legalización de Batasuna es nuestro problema. Así al menos lo adelantaba uno de los periodistas más cercanos al Presidente del Gobierno, Luís Rodríguez Aizpiolea, en el diario El País, citando fuentes del Ejecutivo. Así también lo expresaba oficialmente el Gobierno el 4 de junio pasado cuando en el mismo diario se daba cuenta de que Batasuna pasaría por la ventanilla durante este verano: “Es la noticia más importante tras el alto el fuego”, entrecomillaba el diario, atribuyendo la declaración a fuentes del Gobierno. No puedo comprender ese furor por la legalización -imposible por otra parte-, de Batasuna.

 

¿Se puede confiar en ETA?

 

No puedo entender el motivo por el que el Gobierno fía todas sus expectativas de que “el proceso” siga adelante en que ETA vuelva a tener una marca legal en las instituciones. A lo largo de la historia ETA ha tenido varias; y eso no ha evitado que la banda siga extorsionando, amenazando y asesinando. Al contrario: su presencia camuflada en las instituciones le ha servido a ETA para debilitar el Estado y chantajearnos con mayor comodidad. Y para dotarse de una pátina de normalidad política que ha hecho una pedagogía antidemocrática extremadamente peligrosa.

 

Por eso me resulta difícil de entender este arrebato legalizador residenciado en los representantes democráticos y no en quienes están fuera de la ley y debieran tener interés o intereses por cambiar su situación. Pero lo que resulta verdaderamente indignante –y es completamente absurdo–, es que se les haya hecho creer que estamos abaratando el procedimiento para su vuelta a la legalidad.

 

Imagínense que Batasuna pone en sus nuevos Estatutos lo siguiente: “Reiteramos nuestra apuesta inequívoca por las vías exclusivamente políticas y democráticas para la solución del conflicto de naturaleza política existente en Euskal Herria. De acuerdo con el presente marco de principios políticos y conscientes de que durante el desarrollo del proceso abierto pueden producirse dificultades, asumimos la obligación de afrontarlas, comprometiéndonos a que todas las energías, iniciativas y respuestas sean canalizadas a través de procedimientos estrictamente democráticos y a hacer que desaparezcan definitivamente todo tipo de acciones y reacciones vulneradoras de los derechos individuales y colectivos”.

 

¿No creen ustedes que si pusieran esas palabras en sus estatutos todos los defensores del “proceso de paz” se darían más que por satisfechos? Pues todas esas palabras que les acabo de leer, una por una, pertenecen al pacto legislativo suscrito en 1999 entre el PNV, EA y Euskal Herritarrok, un pacto bendecido y votado por Josu Ternera entonces parlamentario en la cámara vasca. Un pacto que no impidió que se asesinara al teniente coronel Blanco, y que se controlara a Fernando Buesa, haciéndole fotos en el interior mismo del Parlamento Vasco para preparar el asesinato que le costaría la vida junto con su escolta Jorge Díez. ¿Qué me dicen del lenguaje?

 

Batasuna-ETA ha tomado buena nota de las ansias del Gobierno y de los partidarios del “proceso de paz”. Y cada día dan una nueva vuelta a la tuerca: hacen ruedas de prensa, impulsan manifestaciones, amenazan con total impunidad, chulean a las instituciones… La última exigencia reiterada es la derogación de la Ley de Partidos. Ya veremos lo que pasa. Pero con la Sentencia del Supremo y la ley en vigor, no resultará fácil que la relegalización sea tan sencilla como se les ha hecho creer.

 

Porque en el auto del Supremo queda claro que, contra lo que hoy mismo se dice en todos los periódicos, Batasuna no podría volver a ser legal en la medida que España sea todavía un Estado de derecho. Aunque condene la violencia de ETA, aunque exija a ETA el abandono de las armas. Batasuna y todas sus marcas no sólo han sido ilegalizadas, sino disueltas. Se han borrado sus inscripciones, tienen prohibida cualquier actuación y se ha ordenado la liquidación de todos sus bienes. Así lo consideró también el Tribunal Constitucional cuando rechazó, la toma en consideración de un recurso presentado por los abogados de Batasuna el 10 de diciembre de 2005. El TC utilizó un argumento radical para la denegación de la toma en consideración: la Sentencia del Tribunal Supremo había supuesto la “muerte civil” de Batasuna. Y, como es obvio, los muertos no recurren.

 

Si las cosas son así de claras, ¿por qué están tan confusas? Es la torticera utilización del lenguaje, la perversión del mismo, lo que nos lleva a extraer conclusiones completamente falsas sobre la realidad jurídica. Y lo que nos lleva a propuestas políticas completamente inviables. Al menos mientras España sea, como decía antes, un Estado de derecho. Es verdad que el uso del lenguaje para confundir, para tratar de transformar la realidad, no es un recurso nuevo en la historia de la humanidad. Hannah Arendt, a la vuelta a Alemania de su exilio norteamericano, lo denunció con toda claridad. Ella pensaba que podía ser una herencia del nazismo.

 

Los hechos no son meras opiniones

 

No sé si en nuestro caso -con la Transición tan denostada por algunos y un ataque de memoria histórica en medio-, puede ser una herencia del franquismo. Pero lo cierto es que la confusión entre las opiniones, las versiones y los hechos está de plena actualidad en España.

 

Y así es como se reescribe la realidad, como se tratan de transformar en opiniones lo que son realidades objetivas. Llamando a las cosas, en feliz hallazgo de Pilar Ruiz, la matrona de los Pagaza, “por los nombres que no son”. Así parece que lo que existe es un debate sobre lo que ha de exigírsele a Batasuna para que se re-legalice, sobre si se ha de ser más o menos estricto, más o menos riguroso. Cuando la realidad es que no hay opinión que valga: Batasuna nunca podrá legalizarse. Sería muy conveniente que abandonáramos pues ese lenguaje falsario para referirnos al tema. Entre otras cosas para que ellos, los malos, supieran también a qué atenerse.

 

Como le gusta citar al periodista Santiago González, gran conocedor de la política vasca, Lewis Carroll escribió un diálogo modélico para el debate que hoy nos ocupa en su libro “A través del Espejo”, entre Alicia y Humpty Dumpty:

 

-“Cuando yo empleo una palabra- insistió Humpty Dumpty en tono desdeñoso-, significa lo que yo quiero que signifique… ¡ni más ni menos!”

 

-“La cuestión está en saber-objetó Alicia- si usted puede conseguir que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes”.

 

-“La cuestión está en saber –declaró Humpty Dumpty- quien manda aquí”.

 

Pues en eso parece que están algunos: en ver si es posible que se cambie desde el poder político, con la aquiescencia mediática y la pasividad ciudadana, el significado de las palabras. Y hasta la propia realidad. Sigamos.

 

4. Vuelvo al principio: “proceso de paz no es lo mismo que “proceso para derrotar a ETA”. Pero “proceso de paz” es un concepto talismán. Como todas las palabras de uso políticamente correcto: paz, diálogo, conflicto, derecho de los vascos a decidir, consulta, derechos colectivos… Ninguno de estos conceptos es nuevo en el discurso político. Pero para no despistarnos conviene recordar que todos ellos fueron acuñados por los nacionalistas, por los violentos y por los institucionales. Nunca formaron parte de nuestro acervo, sino que han sido tomados -no sólo por los socialistas-, de la “parla nacionalista”, según recoge de forma pormenorizada Santiago González en su libro “Palabra de Vasco”.

 

Ya dijo Ibarretxe en el Debate de Política General de 1999: “Paz es paz, es un fin en sí mismo, ni paz por presos ni paz por construcción nacional”. Pero una cosas era el discurso y otra los hechos. Recuerden que en el año 1999 estábamos en plena tregua acordada por ETA con el PNV. Se nos decía los constitucionalistas –a los socialistas vascos también–, que “poníamos palos en las ruedas del proceso”. Un lenguaje que, como verán, se vuelve a repetir. Pero ahora no sólo lo usan los nacionalistas.

 

Bueno pues si bien es evidente que “proceso de paz” no significa lo mismo que “derrota de ETA”, también creo que todos sabemos – aunque sea políticamente incorrecto que yo lo reconozca en público-, que se dice “proceso de paz” para no decir “negociación”. Se dice proceso de paz porque un proceso de paz es un bien en sí mismo. A ver quien es el guapo que no se suma a él. A ver quien es el guapo que está en contra. Pero hablar de negociación con los terroristas es algo bien distinto. Por eso aunque todos sepamos de qué estamos hablando, nadie utiliza los términos correctos para describir la realidad. Llamamos a las cosas “por los nombres que no son”.

 

Por eso se le llama a esto en lo que andamos “proceso de paz”. Pero el absurdo ha llegado a tal nivel que por no llamar a las cosas por su nombre, por no llamar negociación a lo que es negociación- o diálogo, si prefieren ustedes el sutil engaño-, se ha producido la curiosa circunstancia de que los actores del proceso de paz, los interlocutores del Gobierno en el “proceso de paz”, ETA y Batasuna, pueden aparecer ante la opinión pública como más pacifistas que el principal partido de la oposición. Ellos, los terroristas, forman parte del proceso de paz; el PP no. Fíjense hasta qué punto el lenguaje tiene su importancia.

 

Titulé esta conferencia “Recuperar la Libertad”. Y les anuncié que pretendía denunciar el uso de un lenguaje que está teniendo como consecuencia el ocultamiento de la realidad de lo que ocurre en España en relación con el fin del terrorismo etarra. Un lenguaje pervertido que oculta la verdadera situación, que no es la de iniciar un proceso de paz, sino la de aprovechar la oportunidad y convertir la pausa decretada por la banda en el fin de ETA. Pero para que eso sea posible hemos de ser conscientes de que esta pausa llamada pomposamente “alto el fuego permanente” se ha producido porque la banda se ha visto arrinconada por la fortaleza de la respuesta democrática y por la respuesta internacional y ciudadana. Aunque les hablaré más tarde de lo que yo creo que hay que hacer para convertir el “pause” en “end”, quiero establecer algunos principios respecto de lo que yo creo que no se está tomando en consideración a la hora de abordar la situación actual; de lo que no se está haciendo bien. O de lo que sencillamente, se está haciendo mal.

 

Hemos luchado contra ETA para ser más libres, no para vivir más tranquilos

 

Lo primero que quiero es que no perdamos de vista que la lucha contra el terrorismo en el País Vasco nunca ha tenido como objetivo la paz. Nunca fue ese el objetivo, ni siquiera cuando ETA asesinaba cada semana. En el País Vasco pancartas pidiendo la paz sólo las ponían los nacionalistas. Y algunas veces, fíjense en el sarcasmo, los propios terroristas llevaban ese slogan junto con la reivindicación de la “alternativa democrática”; ellos que llevan más de treinta años asesinando contra la democracia ‘piden’ democracia y paz.

 

Los ciudadanos perseguidos en el País Vasco hemos salido a la calle defendiendo la libertad. Nosotros sabemos bien que en el País Vasco no ha habido una guerra que nos ha dejado 850 muertos, miles de heridos, miles de familias destrozadas, miles de exilados. Euskadi siempre ha sido un país en paz; incluso cuando nos asesinaban. En Euskadi lo que ha habido ha sido una organización criminal, unos pocos vascos asesinos, y muchos vascos que sufrían la persecución y el miedo. La democracia le declaró la paz a ETA; fue ETA quien declaró la guerra a los demócratas. Pero eso no significa que en el País Vasco exista o haya existido una guerra.

 

Euskadi es un país en paz; pero es un país en el que no existe la libertad. En Euskadi no se celebra el día de la Constitución; en Euskadi todavía se reivindica el respeto a la Constitución. Se da la curiosa paradoja de que en mi País los derechos que la Constitución reconoce a todos los ciudadanos españoles sólo los disfrutan los que quieren abolirla, los que reniegan de ella, los que asesinan para destruir lo que la Constitución Española del 78 representa. Los demás, los vascos constitucionalistas, cada 6 de diciembre, la reivindicamos. Porque en Euskadi aún no se le ha dado una oportunidad a nuestra Constitución; ni a los ciudadanos no nacionalista se nos ha dado la oportunidad de disfrutarla.

 

Otra de nuestras paradojas es que somos el único lugar del mundo que yo conozca en que los terroristas sólo persiguen y asesinan a la oposición, no al poder constituido. El único lugar en el que sólo la oposición lleva escoltas. El único país en el que conviven democracia y terrorismo. El único lugar del mundo en el que convive terrorismo y opulencia.

 

Por eso he negado siempre la mayor, por eso me niego a hablar de la “paz”. Porque no es para eso para lo que tanta gente ha arriesgado y perdido la vida en el País Vasco. Mario o­naindía lo definía muy bien: “Si me matan, no quiero que digan en mi epitafio que moría por la paz, sino que luché por la libertad”.

 

No era la paz; era la libertad. La paz sin libertad no es nada. Es la paz de Azkoitia, la paz de ese pueblo guipuzcoano en el que el terrorista vuelve entre honores y la víctima se ve obligada a verle cada día, abriendo y cerrando el negocio que para mayor escarnio ha abierto en los bajos de su casa. Ese no es el objetivo. No queremos la paz de ETA; como nuestros padres no quisieron para nosotros o para sus nietos la paz de Franco. Puede haber paz sin libertad; pero esa paz no nos interesa. No es la herencia que queremos dejar a nuestros hijos. No hemos luchado para eso. Hemos luchado, seguimos luchando, para recuperar la libertad. Para disfrutar de todos los derechos que como ciudadanos tenemos reconocidos. Para poder elegir y ser elegidos en igualdad de condiciones. Para poder pasear sin escoltas por todos los barrios de nuestros pueblos y ciudades. Para que nuestros hijos no tengan que terminar este trabajo, para que no tengan que vivir como nosotros.

 

Pero para eso hace falta que ETA pierda la batalla. Para que la pausa decretada por ETA no se convierta una vez más en un” punto y aparte” es preciso que su historia sea radicalmente deslegitimada por la sociedad. Su historia y sus objetivos. Sólo así evitaremos que los terroristas excarcelados vuelvan a los pueblos como héroes. Sólo así evitaremos que sus crímenes sean finalmente remunerados por la democracia Si el objetivo final terminara siendo la paz, estaremos garantizando la vuelta atrás. Y ocurrirá lo que ya ocurrió en Alemania tras la victoria de los aliados: que muchos judíos que resistieron los campos de concentración no pudieron resistir la indolencia, la permisividad y el olvido de los demócratas. No pudieron aceptar lo que Hannah Arendt denunciaba en su libro “Viaje a Alemania”: que los hechos se trataran como si fueran meras opiniones. Por eso algunos judíos terminaron suicidándose. Si la paz fuera el objetivo a que aspiramos en Euskadi, si el proceso fuera para eso, quizá algunos vascos de la resistencia habrían de terminar teniéndose que marchar de su casa. Por eso sigo insistiendo; porque no pierdo la esperanza, porque no puedo permitirme el lujo de pensar que tanto sufrimiento, tanta dignidad, tanto valor cívico haya sido para nada. Por eso vuelvo a recordar que no era la paz, que era la libertad. Que es la libertad.

 

Quizá es hora ya de preguntarnos en alto qué ha ocurrido para que esto que parecía tan claro hace nada esté en estos momentos en cuestión. Cómo es posible que una estrategia basada en el acuerdo entre las principales fuerzas democráticas, en la firmeza democrática, en la movilización ciudadana y en la cooperación internacional, que tenía como objetivo derrotar al terrorismo y recuperar la libertad y las libertades desde la iniciativa y la primacía de la democracia, haya sido abandonada.

 

 

ETA recupera la iniciativa, la democracia la pierde

 

Si hemos de encontrar un momento en el que ETA recupera la iniciativa, yo lo centraría en el mitin de Anoeta el 14 de noviembre de 2004 y en las palabras pronunciadas ese día por Otegi: “Hoy, un partido ilegal, con un portavoz ilegal, celebra un acto ilegal”. El Ayuntamiento de San Sebastián les había cedido el local para la celebración del mitin. Ni el Departamento de Interior del Gobierno Vasco ni la Delegación del Gobierno en Vitoria, a pesar de los quince días de publicidad que precedieron la celebración del acto, encontraron nada que les llamara la atención. De hecho el Fiscal General del Estado explicó, a posteriori, que el acontecimiento estaba amparado por el derecho a la libertad de expresión (¿) El Fiscal, que tiene la obligación -más que nadie-, de conocer pormenorizadamente el auto del Supremo del que antes hablábamos El auto y sus consecuencias. Parece increíble, pero es verdad.

 

Y el mitin se celebró. Recuerdo que Otegi llevaba en la mano el pañuelo palestino, la kufiya. Tres días antes había muerto Arafat en París. En homenaje al rais parafraseó las palabras que éste había pronunciado treinta años atrás en la Asamblea General de Naciones Unidas: “Vengo con el fusil de combatiente de la libertad en una mano y la rama de olivo en la otra. No dejen que la rama de olivo caiga de mi mano”. Ya en aquel momento todos los medios de comunicación citaron

incansablemente esa declaración. Y como ocurre ahora con las palabras talismán, nadie pareció fijarse en que el hecho de que llevara en una mano el fusil debiera ser interpretado como una amenaza. Todos -como en España ahora-, prefirieron quedarse a “dormir” en el olivo. Es más cómodo embobarse con las metáforas.

 

Otegi cambió un poco la declaración: “La izquierda abertzale-dijo-, se presenta hoy aquí con un ramo de olivo en la mano. Que nadie deje que se caiga al suelo”. No nos dijo lo que llevaba en la otra mano porque tampoco hacía falta; todos lo sabemos. A partir de esa fecha Batasuna recuperó la iniciativa y ocupó el centro del debate.

 

Pero lo que consagró definitivamente el cambio de estrategia respecto de ETA fue la resolución aprobada el 17 de mayo de 2005 en el Congreso de los Diputados. Y no tanto por su contenido, sino por la forma en que se gestó. En esa época el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo estaba en pleno vigor. Nadie lo había denunciado. Ese pacto obligaba a las partes a consensuar la política antiterrorista. El meollo de la cuestión esta en el siguiente párrafo de su preámbulo:

 

“Desde el acuerdo en el diagnóstico y en las consecuencias políticas que del mismo se derivan, el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español queremos hacer explícita ante el pueblo español, nuestra firme resolución de derrotar la estrategia terrorista, utilizando para ello todos los medios que el Estado de derecho pone a nuestra disposición”.

 

O sea, que ambos grupos se comprometían a compartir el diagnóstico y, a partir de ahí, consensuar la política. Y a derrotar “la estrategia terrorista”. Que es la auténtica derrota a ETA. Esa política se quebró cuando el PSOE consensuó la resolución citada con las fuerzas políticas minoritarias que siempre habían estado en contra del Pacto por las Libertades y Contra el Terrorismo. Con fuerzas políticas que en los últimos años se habían opuesto a todas las iniciativas, nacionales y europeas, que habían de convertirse en las más eficaces para debilitar a ETA y a su entorno. El PSOE cambió un socio que tenía 148 diputados por otros que sumaban 38. El Pacto Antiterrorista representaba el 87% de los votos de los españoles; la nueva estrategia está apoyada por el 57%. O sea, un negocio ruinoso. La nueva resolución y la ruptura de facto del pacto fueron saludadas con alborozo por Batasuna-ETA. Repasen las hemerotecas y encontraran encendidos piropos de Otegi a la valentía del Presidente Zapatero.

 

Pero lo peor de todo es que se cambió el socio de la firmeza en la lucha contra ETA por los partidarios de negociar a ultranza, llueva o escampe, se den o no signos inequívocos de abandono de la violencia, mate ETA o deje de matar. Como dijo un día Egibar, el portavoz del PNV en el Parlamento Vasco: “Si esperamos a que dejen de matar para hablar con ellos, ya no vamos a tener nada de qué hablar”. Está clarísimo. Como muy bien explica Santiago González en uno de sus últimos artículos: “ellos- los nuevos socios-son partidarios de negociar,precisamente para que el Estado pague un precio político por la paz de los terroristas. Ellos se ofrecen como intermediarios y son, en realidad, comisionistas”. Por eso son partidarios de negociar cuando ETA aún está en disposición de seguir utilizando la violencia. Si ya está derrotada, no habrá nada que repartir. Ninguna nuez que recoger por mucho que se sacuda el árbol.

 

Últimamente hemos ido conociendo los pasos que se dieron para reforzar esa nueva alianza estratégica. Así el citado Luís Rodríguez Aizpiolea, dos días después de la declaración de “alto el fuego, el 24 de marzo de 2006, publicaba en El País la información de que el “alto el fuego” fue pactado con ETA en Oslo y Ginebra en el verano de 2005. En la información se afirma:

 

“Antes de esa declaración de Otegi, (mitin de Anoeta, 14-11-2004) a la que el Gobierno concedió especial valor, había casi tres años de contactos entre el presidente del partido Socialista de Euskadi (PSE), Jesús Egiguren, y el líder de la ilegalizada Batasuna, Arnaldo Otegi”.

 

O sea, que cuando en febrero de 2002 asesinaron a Joseba Pagazaurtundúa, por poner un ejemplo que me toca muy de cerca, los jefes de mi partido – y del de Joseba–, ya estaban negociando con la gente que lo asesinó, con los ejecutores o con los cómplices necesarios para su ejecución. Y Maite, su hermana, llamó “políticos de corazón de hielo” a los nacionalistas del PNV… ¡Pobres ingenuos de nosotros!

 

La cuestión es que desde que se rompió de facto el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, se ha legalizado de facto a Batasuna. Hoy hace ruedas de prensa diarias, convoca manifestaciones, es recibida por los líderes de los partidos políticos, el PSE la considera interlocutor válido, el propio Presidente ampara esa decisión. La hoja de ruta que Batasuna estableció en el mencionado mitin de Anoeta se va cumpliendo puntualmente. Reclamó entonces la constitución de dos mesas- una de partidos y otra entre el Gobierno y ETA-, y tanto los partidos nacionalistas como el PSOE y el Gobierno han accedido a ello. Sólo discuten de plazos, de procedimiento. Pero todos aceptan que se ningunee al Parlamento.

 

Este es un tema capital, no es un asunto menor. Para ETA es fundamenta.l Por eso quiero insistir en que si se constituyera una mesa de partidos, al margen del Parlamento, estaríamos pagando ya un precio político a ETA. Lo llamemos como lo llamemos, estaremos cumpliendo una de las condiciones que ya ETA planteó en Argel y que fue rechazada por el Gobierno de Felipe González. Si accedemos ahora a esa reivindicación estaremos validando el discurso de ETA, que nunca ha reconocido la legitimidad de las instituciones democráticas. Por eso no se puede constituir un foro aparte del Parlamento para discutir sobre cuestiones políticas. Ni en una mesa ni en dos.

 

El Gobierno podrá -deberá- sentarse a explorar con ETA las posibilidades de que ésta abandone definitivamente la violencia. Como lo han hecho otros gobiernos anteriormente. Que no es lo mismo que negociar. Y lo podrán llamar mesa o ambigú. Pero con ETA no hay que debatir ninguna cuestión política. Ni del presente ni del futuro. Y los representantes de los ciudadanos se sientan en el Parlamento. Si algún día existe en el Parlamento Vasco otro partido político que defienda la independencia -además de Aralar-, pues con él y con los demás se debatirá. De eso y de cualquier otra cuestión política. Pero nunca en mesas extraparlamentarias constituidas sólo para que la democracia acepte que ETA tenía razón cuando cuestionaba la representatividad política del Parlamento Vasco y del resto de las instituciones democráticas. Porque, como queda dicho, ese sería el primer precio pagado a ETA. Su gran victoria política. Lo que no consiguieron matando y creen que pueden conseguir ahora amenazándonos con volver a matar.

 

 

¿Qué hacer?: volver al Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo.

 

Voy concluyendo. Lo haré proponiendo lo que a mi juicio debiéramos hacer. Me parece bastante sencillo explicar que para derrotar a ETA, para recuperar la libertad, para que el País Vasco sea de una vez por todas un país normal- no un país normalizado, como lo denominan los nacionalistas-, se debiera seguir aplicando la receta que nos ha permitido poner a ETA contra las cuerdas: aplicar con todo rigor y con toda firmeza todos los instrumentos del Estado de derecho. Y para eso, primero y fundamental, debe recuperarse el consenso establecido en el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo.

 

El verdadero principio del fin de ETA fue la firma del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, el 8 de diciembre del año 2000. Así lo entendieron los terroristas. Y así lo sentimos los ciudadanos. El Pacto entre el PP y el PSOE supuso mucho más que el acuerdo de Ajuria Enea o el Pacto de Madrid. Porque no es sólo un acuerdo entre demócratas. El Pacto establece el compromiso, entre los dos únicos partidos que pueden gobernar España, de que la política antiterrorista no variará sea cual sea la alternancia en el Gobierno. Por eso ETA lo consideró el principio de su fin. Por eso los partidos nacionalistas lo rechazaron de plano. Los primeros porque fueron conscientes de que se les acababa la posibilidad de intentar chantajear al Estado chantajeando a uno de los dos únicos partidos que pueden formar Gobierno en España; y los otros porque también se dieron

cuenta de que se les acababan las posibilidades de sacar ventaja política, de cobrar comisiones negociando como intermediarios entre el Gobierno y ETA.

 

El Pacto además supuso un gran espaldarazo a la política antiterrorista de España a nivel europeo e internacional. Yo lo viví en primera persona en Bruselas. Yo he visto a los portavoces del Partido Popular y del Partido Socialista reunidos en el Parlamento Europeo con las cúpulas y los plenarios de los Grupos Parlamentarios Europeos. He visto la cara de los líderes parlamentarios- alemanes, franceses, holandeses, suecos, democristianos, verdes, comunistas, liberales, socialistas-, cuando ambos portavoces- el que ostentaba las responsabilidades de Gobierno y el que aspiraba a sustituirle-, pedían solidaridad activa para acabar con ETA. He visto las reacciones, la alta consideración que se hacía de nosotros por ser capaces de formular con tal rigor y con tal altura de miras una política de Estado de tal envergadura. Y he podido apreciar las consecuencias prácticas: aprobación de la Orden de detención y entrega, máxima cooperación entre Estados, entre fuerzas y cuerpos de seguridad, entre las judicaturas, máxima comprensión a la hora de abordar la retención de datos y otros instrumentos que se han demostrado vitales a la hora de evitar nuevos atentados y de identificar y poner a disposición de la Justicia a los criminales.

 

El Pacto ha sido el mejor instrumento de la democracia española en la lucha contra el terrorismo. Y las normas y acuerdos que de él se derivaron también. Merece especial mención la Ley de Partidos. Una Ley que nos permitió expulsar de las instituciones a los terroristas. Una Ley que terminó con la impunidad, que les quitó a los terroristas el paraguas institucional con el que se movían por toda Euskadi y por Europa, disfrazados de demócratas, enquistados en las instituciones, trabajando desde dentro de ellas para destruirlas. Sin el Pacto esa Ley nunca se hubiera llegado a aprobar. Recuerdo la situación previa a su promulgación. En cierto modo ocurría como ahora con las manifestaciones que organiza Batasuna coincidiendo con las fiestas de Bilbao o San Sebastián, o con las marchas de homenaje a sanguinarios terroristas como de Juana Chaos: todo el mundo sabe que Batasuna está detrás pero nadie parece tener instrumentos suficientes para evitar que esos hechos se produzcan.

 

Más allá de la opinión que tengamos al respecto (si no hay instrumentos o si lo que hay es relajación a la hora de aplicar la Ley de Partidos), lo que se reproduce es una flagrante vulneración de la regla del juego y una burla a la democracia. Como en los tiempos previos a la aprobación de la mencionada Ley de Partidos. Pues para evitar esa burla, para que el Estado de derecho se fortaleciera, para perseguir a los delincuentes que copaban las instituciones, para acabar con la impunidad, hicimos la Ley de Partidos. Y el resultado de su aplicación no ha podido ser más positivo.

 

Aunque les quiero recordar que también ocurría entonces que incluso los que no dudaban de que ETA y Batasuna fueran la misma cosa, cuestionaban la eficacia o la oportunidad de una ley que pusiera a cada cual en su sitio, o sea, que sacara de las instituciones democráticas a los antidemócratas. Recuerdo que se decía que podía ser muy contraproducente convertirles en víctimas, que eso les iba a dar mucha más fuerza, que iba a ser peor el remedio que la enfermedad… Ocurrió, como es bien sabido, todo lo contrario. ETA sin pistolas no es nada; y los matones de pueblo, los batasunos que pisaban moqueta y vestían de concejal, y otorgaban subvenciones, y aprobaban planes urbanísticos, cuando se quedaron fuera del paraguas institucional, tampoco fueron nada. La Ley acabó con su impunidad. Y devolvió la dignidad a las instituciones. Y la tranquilidad a los ciudadanos. Y ejerció una `pedagogía democrática difícilmente evaluable. ¿Se imaginan ustedes los perniciosos efectos que puede tener para una mente adolescente el hecho de aceptar como “normal” que el concejal de su pueblo sea un tipo que bendice el uso de la violencia, que la apoya y que pudiera incluso ejercerla estar dispuesto a ejercerla? ¿Se imaginan ustedes a cualquier otro país del mundo entregando los censos, con todos los domicilios -incluso los de aquellos ciudadanos sometidos a vigilancia y protección-, a una organización mafiosa? ¿Se imaginan que cualquier otro país subvencionara a través de los Presupuestos del Estado las actividades de una organización que tiene entre sus objetivos eliminar a una parte de esos ciudadanos que pagan religiosamente los impuestos con los que ellos se financian?

 

Pues eso ocurría en España antes de aprobarse la Ley de Partidos. Y con todas esas aberraciones acabamos. Con esas aberraciones y con la idea de que la permisividad, la complacencia ante los terroristas y sus cómplices puedan tener algo de positivo. La Ley, junto con el Pacto, han sido los instrumentos más eficaces, los más exitosos, los que han conseguido poner a ETA contra las cuerdas.

 

La firmeza democrática, la utilización sin complejos de todos los instrumentos del Estado de derecho -de todos, ni uno más pero tampoco ni uno menos-, se ha demostrado lo más eficaz para derrotar al terror y para defender la democracia. La firmeza democrática, la garantía de que gobernara quien gobernara la política antiterrorista no iba a cambiar fue lo que hizo a ETA perder la esperanza. Y lo que devolvió la confianza a los ciudadanos. Pues si eso es lo que se ha demostrado eficaz, si eso es lo que nos ha llevado al momento de debilidad -operativa y social-, más importante de la historia de ETA, ¿por qué cambiar de estrategia?

 

No encuentro ningún motivo para no insistir en aquellas políticas que nos han dado buenos resultados. Ni encuentro ningún motivo para que nos empecinemos en repetir los errores de nuestra reciente historia. Si a política de apaciguamiento hacia los terroristas se ha demostrado un fracaso, ¿por qué habríamos de insistir en ella?

 

Acabo. La derrota de ETA sólo puede venir de la mano de la reedición del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo. De su letra y de su espíritu: el compromiso de mantener un acuerdo entre las dos grandes fuerzas políticas españolas merced al cual la política antiterrorista será política de Estado y nunca estará sometida al interés partidario. Se pactará siempre entre los dos, PP y PSOE., PSOE-PP. No es nada diferente a lo que hacen los países serios de nuestro entorno. Es lo que hacen los alemanes, o los franceses, o los británicos cuando se trata de defender los intereses de los ciudadanos de su país. ¿Es pedir demasiado que en esta materia España deje de ser diferente?

 

No es un capricho, se lo aseguro. No crean que soy una inmovilista, encandilada por el pacto como si no conociera otra cosa. No me interesa recrearme en el pasado. Pero precisamente porque conozco otra cosa, porque he vivido y sufrido los efectos de otras políticas, se que sólo de la mano de este gran acuerdo de Estado podremos poner fin definitivamente a la anomalía vasca. Se que sé que la derrota de ETA sólo será posible así. Lo demás serán parches. Lo demás, cualquier otra solución que no pase por una política que haga a ETA perder la esperanza, será garantía de reedición del terror. Y ETA sólo perderá la esperanza cuando vuelva a ver caminar juntos a quienes tienen la responsabilidad de gobernar España de forma alternativa. A quienes nunca debieron separarse.

 

Muchas gracias por su atención.

Rosa Díez, BASTAYA.ORG, 18/9/2006