Se ha anunciado en estos días el próximo cierre de la librería Lagun de San Sebastián, que sucederá este mismo verano. Quedarán sus 55 años de servicio (1968-2023) como un monumento de civilización y un signo de inteligencia que a todos en España nos concierne. Desaparece con pena irremediable ante nuestros propios ojos, como otras librerías que cierran, incapaz de subsistir a los tiempos de Amazon y del libro digital. Y con ello, es todo un mundo lo que desaparece, un espacio de conversación serena y de reflexión callada pero esencial, y que además está vinculado a las libertades de nuestro país.
Lagun fue en San Sebastián durante décadas mucho más que una librería. Abrió sus puertas en 1968, en el corazón de la Parte Vieja donostiarra, en la Plaza de la Constitución (Plaza entonces del 18 de julio, con arreglo a la enloquecida redenominación del franquismo), fundada por José Ramón Recalde y su mujer María Teresa Castells, así como por Ignacio Latierro y su esposa Rosa Cuezva. Estaba llamada a convertirse en un espacio de resistencia intelectual frente al último franquismo, y después, sin solución de continuidad, frente a las bandas asesinas del terrorismo etarra.
Convirtieron a Lagun en una suerte deFort Apachecuyos ilustrados libreros estaban solos y desprotegidos ante la agresión sistemática del fanatismo terrorista
Ya en 1972, en vida aún del dictador Franco, sus fanáticos seguidores arrojaron un artefacto contra el escaparate de Lagun que rompió el cristal y dañó libros expuestos. Se repitieron los ataques en 1976, 1977, 1978. En 1983, los guerrilleros de Cristo Rey fueron sustituidos por los amigos del terrorismo etarra. En 1995 comienza un acoso en cascada, provocando desperfectos casi cada fin de semana. En 1996 los ataques, y además las agresiones personales, fueron en aumento. Convirtieron a Lagun en una suerte de Fort Apache cuyos ilustrados libreros estaban solos y desprotegidos ante la agresión sistemática del fanatismo terrorista. Se hacían llamar kale borroka, (“lucha callejera”) que no era sino una insoportable barbarie de destrucción. Así hasta que en 1997 Lagun sufrió un ataque donde los bárbaros rompieron los escaparates y quemaron sus libros en la Plaza de la Constitución, en una orgía criminal al más puro estilo hitleriano de los años 30 del siglo pasado. Lagun, símbolo de cultura, convertido en objetivo de destrucción por esa cuadrilla de fascistas.
Por fin, en septiembre de 2000, los terroristas de ETA intentaron asesinar a José Ramón Recalde al pie de su casa del barrio donostiarra de Igueldo, disparándole un tiro en la boca del que afortunadamente sobrevivió aunque con graves secuelas. Eso fue el terrorismo, magma de odio y destrucción practicado durante décadas, con el propósito de exterminar a sus vecinos que consideraban sus enemigos. Lo más parecido al odioso general Millán Astray y su “viva la muerte”.
El terrorismo, también sus herederos, corrompe, pudre y destruye todo lo que toca y obliga a la ciudadanía a jamás olvidar. Y a no perder de vista la libertad
Es el terrorismo frente al que su heredero, Bildu, se muestra tan incapaz de pedir perdón como de reconocer los daños causados. Eso mismo hace tan temerario e insensato que Pedro Sánchez haya tenido a esa gente como aliados parlamentarios en la legislatura que ahora por fin acaba. Porque quien así pacta no solo pierde el alma, sino además su razón de ser. El terrorismo, también sus herederos, corrompe, pudre y destruye todo lo que toca y obliga a la ciudadanía a jamás olvidar. Y a no perder de vista la libertad.
Machacada así Lagun, el atentado contra José Ramón Recalde en 2000 marcó el cierre de la librería en la Plaza de la Constitución de San Sebastián. Aunque por suerte un año después, y recurriendo a la ayuda económica prestada por muchos conciudadanos que entendíamos que la supervivencia de Lagun era un ejercicio fundamental para la inteligencia y la libertad en el País Vasco, la librería reabrió sus puertas en el centro de la ciudad, en la calle Urdaneta, donde ha permanecido estos últimos veinte años largos. Ya no están ni José Ramón Recalde, ni María Teresa Castells, ni Rosa Cuezva, e Ignacio Latierro se ha jubilado.
Estas palabras que anteceden deberían ser las propias que describieran una librería de resistencia durante décadas, un templo de cultura y de libertad política y cerebral. Pero, además, está la relación personal de quien esto escribe hacia esa librería mitológica. Una relación que marca una vida entera, desde niño hasta hoy. Cliente siempre de Lagun, amigo de los hijos de Recalde y Castells: Andrés, Elena, Esteban y Blanca. Vecino de todos ellos desde la infancia, pues vivíamos a escasos 100 metros de distancia en el barrio donostiarra de Igueldo. Y teniendo, durante tantos años, un librero muy inteligente con una categoría excepcional: Ignacio Latierro. Un librero amigo y cómplice, que contribuye a hacerte crecer y te adentra en la vida con su amor por los libros cuya luz te transmite siempre.
Relata los Gobiernos de Felipe González y Alfonso Guerra en los que él tomó asiento, como el mejor sueño de aquella generación que se hizo por fin realidad, con legitimidad y con futuro, tras la muerte del sangriento dictador
Son cientos, miles, los libros que adquirí en Lagun durante más de 50 años. Nunca los he contado, pero los conservo. Y con buena memoria para recordar el primero que allí compré, siendo aún niño: la novela Pickwick, editada en dos volúmenes allá por principios de los años 70. Una obra maravillosa, escrita por entregas, cuando su autor británico Charles Dickens contaba tan solo veinticinco años de edad, que he leído con pasión y releído desde entonces, y que me abrió la puerta a la gran literatura europea del siglo XIX: Dickens, Balzac, Stendhal, Flaubert, Maupassant, Dumas, Zola, Tolstoi, Pérez Galdós, Leopoldo Alas “Clarín”, y tantos otros.
Como recuerdo también el último libro que compré en Lagun: Aquel PSOE (Editorial Almuzara), que lleva por subtítulo Los sueños de una generación, prologado de forma exquisita por Alfonso Guerra, donde Virgilio Zapatero, ministro de los gobiernos de Felipe González hasta 1993, narra de forma elegante y memorable cómo era aquel viejo partido socialista, cómo fue realidad una Transición política que cerraba la historia cainita de las dos Españas mediante un pacto de convivencia y libertad, mediante la Constitución de 1978. Y luego relata los Gobiernos de Felipe González y Alfonso Guerra en los que él tomó asiento, como el mejor sueño de aquella generación española que se hizo por fin realidad, con legitimidad y con futuro, tras la muerte del sangriento dictador. Como dice Virgilio Zapatero: “Tuvimos una suerte que pocas generaciones han tenido, puesto que pudimos articular un nuevo proyecto de España, nuestra España imaginada, formado con la dura experiencia de nuestros padres, la pasión por la libertad de los sesenta y setenta, el rechazo visceral al franquismo y el brillo mágico que Europa proyectaba sobre nosotros. Pero, además, tuvimos la suerte, tras la desaparición del dictador, de hacer realidad nuestros proyectos desde las instituciones y desde la sociedad. En este sentido, fuimos una generación con suerte; con mucha suerte”.
La resistencia de la cultura
Y entretanto, en esos más de 50 años de asiduo cliente de Lagun, estaba el luminoso librero Ignacio Latierro, que lo había leído todo y era capaz de explicarlo. Enamorado de su profesión, transmitía su saber con generosidad, abierto siempre al cruce de las mejores opiniones y criterios sobre el valor de las letras. Siempre capaz de encontrar cuantos libros se le encargaran, por más que estuvieran descatalogados después de largos años.
Es ahora, al jubilarse el mago librero, cuando la librería se cierra. Y todo aquel mundo cae y se acaba, sabedores ya nosotros de que el placer de tantas horas alrededor de los libros no tendrá continuación. No habrá ya a estas alturas un nuevo librero que reemplace aquello, ni persistirá el monumento a la resistencia de la cultura frente a los bárbaros y a los asesinos, que durante más de medio siglo se ha llamado Lagun y ha sido la mejor referencia en España.
Sólo queda el reconocimiento y gratitud a esa gente admirable, que nos hizo la vida mejor. Gracias, Lagun.