ABC-IGNACIO CAMACHO
Macron es ese hombre que le gustaría ser a Albert Rivera. Un líder de diseño para evitar el colapso del sistema
EMMANUEL Macron es ese hombre que le gustaría ser a Albert Rivera, el líder centrista que surge de la crisis del bipartidismo común a toda la política europea. La vía intermedia entre el liberalismo y la socialdemocracia, el símbolo de la moderación frente a las posturas extremas de los populistas de derecha y de izquierda. Joven, de buena planta, dueño de competentes habilidades dialécticas, bien relacionado con las élites y la alta empresa, egresado –ay, las diferencias– en esa ENA donde se forman las clases dirigentes francesas. Un producto de diseño para evitar la hecatombe del sistema aprovechando la concentración de voto que favorece –otra desemejanza incómoda– el mecanismo de la segunda vuelta. El flamante anfitrión de una cumbre del G-7 que se encargó de rodear de efectos sorpresa encarna con su tercerismo de simbiosis eclécticas la penúltima esperanza de resistencia a las destructivas corrientes del nacionalismo ultra y el poscomunismo de asamblea, las dos fuerzas que bajo chalecos amarillos lo desafían con su rebelión callejera. Un paradigma político para una época: gestual, narcisista, mediático, adicto a las encuestas, inestable frente al desgaste de las tensiones internas, pero a pesar de todo el mal menor ante la epidemia expansiva de demagogia posmoderna.
Con Merkel de retirada, con el Reino Unido en manos de un showman estrafalario, con Italia escindida en simétricos populismos fanáticos, con la UE empantanada y a merced del creciente aislacionismo norteamericano, el presidente francés representa en el continente la única posibilidad de un cierto liderazgo. Sus debilidades son las de este tiempo líquido, trivial, socialmente débil, moralmente ambiguo, intelectualmente abstracto. Su ventaja es que casi todos los demás resultan peores a su lado. Que no hay nadie que tire del carro bamboleante del proyecto comunitario. Que de la quiebra de los viejos valores y de los consensos clásicos no ha surgido ningún elemento relevante con capacidad de suplantarlos. Que las fuerzas emergentes que han cuarteado o destruido a los partidos dinásticos carecen de responsabilidad estratégica y de sentido de Estado. Que las fuerzas radicales e inmaduras que se han encaramado al nuevo escenario sólo agitan discursos emocionales sobre los que no puede construirse un modelo de sociedad sensato. Que la democracia liberal necesita agarrarse a algo que la sostenga en su propio vacío de certezas y de principios claros.
Rivera nunca podrá ser Macron, y menos Sánchez, que en su impostura oportunista trata de arrimarse a su sombra. En realidad, quizá ni el mismo Macron logre estar a la altura de esa figura salvadora en la que Francia quiso creer como solución perentoria ante la amenaza de una ruptura histórica. Sólo que ahora mismo no hay otra cosa ni otra persona en la que confiar como referencia para evitar el colapso de Europa.