Llamaos españoles

ARCADI ESPADA, EL MUNDO 13/10/13

· La prensa catalana, es decir, la prensa nacionalista, no sabe cómo llamar a las decenas de miles de personas que ayer se manifestaron en la plaza de Cataluña de Barcelona. Últimamente prueban mucho con el término unionistas, que es como llamaban en Irlanda del Norte a los partidarios del mantenimiento de los vínculos con Gran Bretaña. Les parece bien su carácter antipático y hasta matón, que es como quedaron para siempre congelados en la prensa de la época, decantada absolutamente hacia Bernadette Devlin y su Derry, aunque sólo hasta antes de que la muchacha católica apostólica y romana alumbrara un hijo de soltera.

Antes lo había intentado con españolistas; pero les hacía daño la evidencia asimétrica más siniestra de la historia contemporánea de Cataluña; esto es, que catalanista fuera una palabra amable y cariñosa y españolista, un mordisco de reptil.

Obviamente desecharon sin apenas probarlo el adjetivo constitucionalista: no fuera a manifestarse que gentes como las de la plaza de Cataluña son las que en Cataluña cumplen la ley.

Las vacilaciones prensiles son, sin embargo, lo de menos. Lo peor es que la inmensa mayoría de los manifestantes barceloneses –algunos más que los del año pasado y bastante más entusiastas– tampoco sabe cómo llamarse. Unionistas les parece de reverendos. Españolistas, puro periquito. Y constitucionalistas, un compromiso demasiado estrecho con una Constitución que, al fin y al cabo, no ha sabido pararles los pies a sus traidores. Aunque en este punto, yo me pregunte cada tarde melancólica qué pacto puede prever a sus traidores.

Tengo la solución, como para tantas cosas.

Llamadles españoles. Y sobre todo, llamaos españoles.

He estado leyendo y dándole vueltas estos días al libro gordo de García Cárcel sobre la memoria y la historia españolas. Sus agonías y sus malabarismos en torno al ser de España. Iba diciéndome a mí mismo, repasando el centón, qué fortuna pasar por un tiempo donde el ser de España, que volvió maceradamente locos a mis queridos decadentes del 98, sea tan claro e indiscutible, tan práctico, tan ajeno a misticismos, tan realista, pura prosa poética a lo Mairena. En efecto. España es la ley, la convivencia y la paz: el único tipo de paisaje donde la libertad es posible.

Y sin embargo, en la plaza, la mañana de ayer y me temo que queden muchas otras, estos españoles que aún no saben cómo llamarse desfilan con más desconcierto que firmeza, rindiendo pleitesía y pidiendo permiso al presidente cavernícola antes de salir a la calle, tratando de que su identidad, meramente racional, no ofenda los sentimientos de la fiera, y soportando la lectura de un manifiesto cuya invocación y redactado (cordero de dios que quitas el pecado de España) solo podrían pertenecer al flatulento Gerundio de Campazas.

De joven, para animarme y salir a la calle a defender la dignidad de los catalanes, que era entonces la mía, me ponía España en marcha, de Celaya y Paco Ibáñez. Para quitarme el miedo y saber adónde iba. Dónde están esos chicos, dónde su plaza.

ARCADI ESPADA, EL MUNDO 13/10/13