José Alejandro Vara-Vozpópuli
  • En pleno proceso de mutación hacia la empatía franciscana, Puigdemont derriba los planes diseñados por Moncloa para el nuevo Sánchez, más bello y espiritual

Puigdemont resucita, se hace con el control y provoca un vuelco en el panorama político. Pedro Sánchez mutará de nuevo, desde su actual imagen empática y bonancible al perfil inclemente y despótico con el que se manejaba antes de la remodelación del verano. Aun así, el horizonte se ha tornado brumoso, incómodo e impredecible para la Moncloa donde algunos parecen escuchar el inesperado runrún de las urnas.

A nadie engaña, la farsa no funciona. Olviden la performance, todo es mentira. Intentaban vender, desde el cambio de Gobierno, una mercadería podrida, un material inservible, un producto que no existe. Quincalla de marketingSe esforzaban en presentar un Pedro Sánchez afable y plácido, tan humano que casi franciscano. Le han paseado por residencias, por centros de refugiados, por bosques calcinados. Estaba ahora en pleno despliegue de solidaridad con los mártires del volcán, a La Palma ida y vuelta con escala en Nueva York, una entrega encomiable, un sacrificio inusual que busca abiertamente trocar los inhóspitos chiflidos en venturosos aplausos. O sea, un líder bienamado.

Había nacido el Sánchez sensible, accesible, moderado, casi centrista, con sus cuatrillizas de oro al frente de otros tantas carteras, reclutadas por la periferia, sin nada que decir y mucho que agradar

Tenemos ahora un presidente, según este libreto, que muestra una piel sensible y ofrece un corazón lastimero. Hace un par de meses se había desprendido del sector más agrio de su equipo, un puñado de ministros ariscos y hasta soeces, sectarios y molestos. Calvo con su osario y su memoria. Ábalos paseando a miss Daisy. Incluso se alivió de la pesada carga de su vicepresidente morado, un activista parlanchín, con fama de gandul y bueno para nada. Había nacido el Sánchez sensible, accesible, moderado, casi centrista, con sus cuatrillizas de oro al frente de otras tantas carteras, reclutadas por la periferia, sin nada que decir y mucho que agradar. Un gobierno friendly, simpático y bonachón, sin gendarmes intolerantes ni enojosos rottwailers. Los morados sin voz y Marlaska, como casi siempre, acobardado y oculto tras su propia sombra.

Un agradable paquetón, algo empalagoso, con el que ir por las casas pregonando las excelencias y virtudes de un presidente carismático y popular, de cara a unas elecciones de fecha incierta y resultado inseguro para todo el mundo menos para el ridículo Tezanos. Pero es imposible ocultar al monstruo, camuflarlo entre la hojarasca de la afable cordialidad. La fiera feroz ha retornado y, en un plisplás, se ha cargado todo el trabajo minuciosamente perfilado por los publicistas de Bolaños y los propagandistas de Barroso.

Frankenstein revive y enseña la patita. Parecía calmado y hasta anestesiado después de la mesa en la Generalitat, de presidente a presidente, de Estado a Estado. El independentismo estaba oxidado y mohíno

Ya ha emergido la ponzoña. En sólo unos días, se ha amontonado tal cantidad de detritus que resulta imposible tunear al terrible engendro. Frankenstein revive y enseña la patita. Parecía calmado y hasta anestesiado después de la mesa en la Generalitat, de presidente a presidente, de Estado a Estado. El independentismo estaba oxidado y mohíno. Unos pincharon en la Diada, los otros se zamparon lo de Mondragón. Pero esta semana hemos asistido a nuevas apariciones de ese pestilente artefacto que sostiene a Sánchez. Ofensiva contra el castellano en el Senado, que derivará en la Cámara de Babel. Asfixia por inmersión a Guardia Civil y Policía en Baleares, donde gobiernan los socialistas. Persecución a los docentes que hablen en español en la universidad catalana. Desprecio sin precedentes a la oposición democrática en la sesión de control, 16 ministros ausentes. Negociación de presupuestos con Bildu, que exige ilegalizar a Vox por «alimentar el odio». Hablan de odio las hienas y pirañas, los concubinos del terror. Y finalmente, la resurrección de Puigdemont, que todo lo altera.

Referéndum y amnistía

No entraba la detención y suelta inmediata del prófugo de Waterloo en los planes de Moncloa. Es un revés que se adivina muy serio. Tenía Sánchez apaciguadita a la grey separatista mediante sus acuerdos con Junqueras. Estalla, pues, un cambio de escenario. Puigdemont intenta recuperar la manija y será difícil de contener. Digan lo que digan finalmente los jueces italianos, el trabajo ya está hecho. Mártir si a la cárcel, mártir si a la calle. Doblemente mártir el zumbado de la republiqueta. Acaricia ya su rosario de exigencias. Reforma del delito de sedición para empezar, que estaba aparcado. Y ese alud de condiciones imposibles que viene reclamando desde el principio, en forma de amnistía, referéndum, independencia y demás morralla.

Con Puigdemont al frente de las hordas de la secesión y la antorcha, a la Moncloa le toca bailar de nuevo al son del virolai más agreste y cerril

Ante Sánchez se abren dos caminos, ambos intrincados. Dar satisfacción a los golpistas, como hasta ahora ha hecho, pero a las bravas, o resignarse a perder sus apoyos, olvidarse de apalabrar presupuestos y tirar hacia adelante en solitario hasta el fin de la legislatura. ERC intentará resistir la embestida de su feroz enemigo, pendiente de lo que decidan los tribunales de Cerdeña y Luxemburgo, y deberá forzar sus posiciones ante la Moncloa para no verse desbordada por el reanimado furor de Junts, el partido del impresentable prófugo.

Podría el presidente, en un gesto inaudito, revisar su brújula y tirar hacia el otro lado, allá donde sestean apaciblemente las mesnadas de la derecha democrática y constitucional. Impensable. Con Puigdemont reavivado y jaleando a las hordas de la secesión y la antorcha, a la Moncloa le toca bailar de nuevo al son del virola más agreste y cerril. El problema es que con las calles agitadas por el dirigente más chalado del procés resultará muy difícil alcanzar acuerdos. Sánchez deberá abrazarse a las cesiones y traiciones, a las más turbias componendas para evitar que el fantasma impensable de las urnas anticipadas aparezca en el horizonte.