Eduardo Uriarte-Editores

Tanto esperar que amaneciese (que no era poco), conformándonos servilmente con las limitaciones y disparates de este Gobierno, que al final llegó el día en el que en vez de aparecer el sol nos invadió por oriente un virus que vino a sumarse a los domésticos que ya padecíamos. Porque, de no tener un gobierno paralizado en sus contradicciones, un Gobierno con querencia a deconstruir su propio Estado, la respuesta hubiera sido más rápida y eficaz. Hubiéramos tenido un liderazgo fiable, y no un Ejecutivo de decisiones a plazos tras múltiples y larguísimos consejos de ministros. Decisiones que otras autoridades de jerarquía inferior, conculcando posiblemente la legalidad constitucional, ya habían tomado.

Creíamos que no íbamos a tener un Gobierno más lento que el de Rajoy pero nos equivocamos. La presidenta de Madrid ante el vacío gubernamental hacía tiempo que estaba ejerciendo de alcalde de Móstoles el Dos de Mayo. Sintomática la pasividad del Gobierno español, el portugués en cuanto a decisión y eficacia resulta todo un ejemplo, y es tan de izquierdas como el nuestro, pero es nacional.

Es cierto que este Gobierno no es el más adecuado para hacer frente a retos reales, menos si son calamitosos. Lo suyo era la fabulación ideológica, sacar todos los cadáveres de nuestra historia para volver a abrir el foso social que la Transición superó, y crear un frente antisistema, rememorando el frente popular, para garantizar el poder vitalicio de todos sus componentes. Pero el sábado pasado el presidente del Gobierno se dirigió a sus “compatriotas”, citó la palabra “España” varias veces y alguna a la mismísima Constitución. A la fuerza ahorca, y ante esta crisis propia de los idus de marzo (el 8 M y el 11M) tuvo que apelar a la legalidad y al discurso institucional. Casi me sedujo y enterneció su intervención, la mejor que ha tenido, de no recordar que estaba ante un mentiroso compulsivo que cambia el discurso cada dos meses.

La realidad le sienta mal a este Gobierno, había conseguido arrastrar a amplios sectores de la ciudadanía a la ficción, a su ficción, y cuando la gente supere el actual shock tras la pandemia se va a sentir engañada. Lo mismo va a padecer ese mago de la independencia virtual que es el secesionismo catalán.

Es evidente que desde ZP, y no solo desde Rajoy, la generación actual de nuestros dirigentes no ve lo que no desea ver y crea, por el contrario, fabulaciones. A ZP le cesó la crisis económica que se negó a reconocer, la pasividad ante el proces y la Gürtel le expulsó a Rajoy del Gobierno, y a Sánchez izquierdismo y oportunismo le llevó a formar el Gobierno de la realidad virtual, de trincheras en la Ciudad Universitaria, incapaz de vislumbrar lo real, es decir, un Gobierno que en sí mismo supone la crisis del Estado. Y con un Estado cojo y ciego, por esencia negado a la contundencia frente a una crisis, y con mala imagen ante los poderes económicos, no hay país que salga de esta pandemia y de la recesión económica que le acompaña.

Las tardías medidas que ha adoptado son insuficientes y carecen de la decisión y eficacia requerida por la gravedad de la situación. Por mucha rueda de prensa que den los ministros delegados, incluso con medidas sensatas, el problema no se resuelve, se ahonda, porque siguen creyendo en la magia de la propaganda mediática y en el BOE, incapaces de llevarlas a cabo a continuación. El primer día laborable del estado de alarma el caos es importante en algunos transportes en Madrid y Barcelona. El Ejército, ni su versión amable de la UME, despreciado en Euskadi y Cataluña y retirado a instalaciones del Gobierno central. Los hospitales están clamorosamente necesitados de medios, mientras no se deja de emitir por la propaganda oficial alabanzas a nuestro excelente sistema sanitario. Algún miembro del propio Gobierno ni siquiera guarda la cuarentena. Este Gabinete se había constituido para otra cosa, ganar la guerra civil mediante la acción política, de ahí su falta de prudencia en no suspender el 8M. Es que está en guerra con la derecha y hay que ganarle la batalla del feminismo.

Pero la llegado el día en que la realidad dolorosamente se ha impuesto. Agradezco que el presidente Sánchez se nos dirigiera en su discurso para justificar el estado de alarma llamándonos compatriotas. El alcalde de Móstoles, mucho antes, le bastó con llamarnos españoles.

Madrid, Euskadi, Cataluña, los virus domésticos.

Que tuviera que salir el alcalde de Móstoles, ante el vacío de poder, a declarar la guerra al francés, tuvo también sus consecuencias negativas. El país se hizo muy cainita, empezó un enfrentamiento civil que aún perdura, la nación se desarticuló y cada cual hizo la guerra por su lado inaugurando la secular costumbre de tirarse al monte. También, sobre todo, en un país desarticulado y ganado por el voluntarismo romántico, empezaron a abundar dirigentes que eran mala gente (en esto coincidían Cánovas y Azaña). El espontáneismo, la llamada al pueblo, la inexistencia de Estado (que es lo que ocurre en Euskadi y Cataluña, y empezaba a colaborar en ello este Gobierno) nos sume en el caos. “Prefiero un mal Estado a la inexistencia de Estado”, declamaba Ignatieff viendo sobre el terreno cómo se mataban serbios y croatas otrora compadres de taberna.

Hace pocos días lo denunciaba Ruiz Soroa en parecido sentido, “¿Existe todavía el Estado español?”, y Javier Tajadura nos explicaba las posibles conculcaciones legales que las autonomías, y hasta municipios, estaban aplicando sobre derechos básicos constitucionales de la ciudadanía. El Gobierno no hacía nada, en los vuelos procedentes de zonas de riesgo no existía ninguna medida de control, los niños concentrados en los colegios podían convertirse en los grandes transmisores de la enfermedad, los ancianos seguíamos asistiendo a la tertulia del bar, mientras nos embargaba el temor de lo que ocurría en China y las medidas que se adoptaban aquí el Gobierno nos transmitía cierto nivel de tranquilidad.

En ese contexto de pasividad gubernamental la Comunidad de Madrid tomó la primera gran iniciativa, discutible en su legalidad, de cerrar los centros docentes. No hubo en ello trasfondo secesionista (como si lo hubo en Euskadi y Cataluña), posiblemente existiera un aprovechamiento político de la irresponsable pasividad del Gobierno, pero creo que una autonomía no tiene competencia para limitar un derecho fundamental como es el de la educación. La Autonomía gestiona la educación, pero la garantiza el Gobierno central y éste si es competente en su limitación mediante la legislación de emergencia y bajo el control de las Cortes. Nos habíamos introducido, quizás por buena voluntad y posible oportunismo, en la deriva inconstitucional.

Más grave fueron las medidas en Euskadi y Cataluña en el control de la movilidad y confinamiento de la ciudadanía, pues atentaban contra derechos fundamentales que una autonomía no puede limitar salvo en caso de aislamiento. Esta sustitución en el ejercicio del papel institucional de cada organismo, este caos, con el alcalde de Móstoles por un lado, Zumalacárregui y Cabrera por los otros, es lo que hizo preguntar a Ruíz Soroa si existía el Estado. Hasta que Sánchez no salió el sábado pasado con el último instrumento que le quedaba, el decreto ley de alarma, para enjuagar las atribuciones que unilateralmente se habían hecho suyas las autonomías, el Estado no existía. Nuestro virus doméstico en este país, que algunos llaman plurinacionalidad, y los federalistas de la Gloriosa cantonalismo, había vuelto a surgir a pesar de que la gravedad de la situación exigiera un mando único, que éste fuera contundente, y que exigiera a las instituciones su jerarquización, y, sobre todo, dejaran de ser utilizadas al socaire de la grave epidemia por el partidismo o el sectarismo nacionalista. Tras el caos institucional uno se hace la pregunta de si un Gobierno no sabe gobernar cómo va a hacer frente a la pandemia, porque un Estado desarticulado es incapaz.

Si la izquierda española fuera tal, y no un movimiento reaccionario, si realmente fuera republicana y no anarquista, el caos que hemos observado no se hubiera producido.

Este Gobierno carece de capacidad ante la epidemia y la recesión económica.

En el fantasmal pleno del Congreso en el que el presidente fue a presentar el estado de alarma se volvieron a observar, a pesar de la dramática situación, las taras que padece su Gobierno precisamente de mano de su socio y sus aliados. En pleno despliegue del Ejército, más propagandístico que eficaz por el bajo número de efectivos dispuestos, el señor Rufíán solicitaba la reducción del presupuesto militar en un cuarenta por ciento. En un momento que se requiere el esfuerzo de la sanidad privada el portavoz de Podemos arremetió contra ella y los recortes sanitarios del PP, como si en las comunidades de otros partidos, incluido del propio PSOE, no los hubieran hecho, argumento al que se apuntó el propio presidente. Acabado el pleno su socio de Gobierno convocó, tras la estela de las caceroladas de homenaje a los que combaten la enfermedad, otra contra la Monarquía. Y horas después en rueda de prensa el vicepresidente Iglesias vuelve a arremeter contra la medicina privada y aprueba la manifestación contra el rey. Siguen haciendo desde el Gobierno lo único que verdaderamente saben hacer.

El disparate se acentúa cuando es desde la oposición, especialmente del PP, de donde recibe Sánchez un apoyo más rotundo. Pero éste, ni en palabra, gesto, ni mirada parece agradecerlo, recordando el desdén con que en el pasado Patxi López obsequió al PP vasco tras investirlo lehendakari. Actitud responsable y que honra a la oposición, pero que debiera en su apoyo recordar pasados desdenes, pasados agravios, y recientes mentiras. Y sin embargo tal apoyo es necesario y muestra responsabilidad.

El que tiene que mostrar responsabilidad en disponer de un Ejecutivo con capacidad para hacer frente a la doble crisis que padecemos, o es mentira que se haya enterado de su dimensión a pesar de leer los papeles que le redacta Iván Redondo, tendría que ser el propio presidente, necesitado de librarse de la imagen subversiva, irresponsable e ineficacia que su Gobierno tiene. Con este Gobierno difícilmente va a recibir facilidades por parte de los mercados, salvo mediante una prima de riesgo preocupante, que posibilite el gasto sanitario y la recuperación económica, además de carecer de eficacia en la gestión de sus decisiones.

Si no un Gobierno de concertación ante la crisis, es necesario, por lo menos, un acuerdo parlamentario al más alto nivel, con las medidas concretas, incluidos los Presupuestos, entre el Gobierno y la oposición. Mejoraría la gobernabilidad, liberaría al Ejecutivo de las acechanzas de su socio y aliados, obtendría una autoridad mayor en el interior y una mejor imagen externa. Gobierno de concentración o al menos concertación en el Congreso, o no salimos de esta crisis, pues este Gobierno y sus revoltosos socios son incapaces de aportar esfuerzo alguno en esta crisis, crearán problemas y erigirán todo tipo de obstáculos y así se llegará tarde a tomar cualquier decisión. Unos con cargarse la Monarquía y otros con cantar de Madrid al cielo creen tener su misión histórica alcanzada. Sánchez, por su parte, tendría que desmovilizar toda su fobia ideológica izquierdista para poder superar entre todos, de verdad, este reto.