IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

La Unión Europea, tras muchas dudas y regateos, ha tomado la decisión de no hacer más el ‘canelo’ -como dijo en su momento con acierto Josu Jon Imaz-, con esto de la protección al medio ambiente y la lucha contra las emisiones. El problema, tan irresoluble como incómodo, es que las fronteras terrestres encierran territorios y limitan los movimientos de personas y mercancías, pero las emisiones circulan con absoluta libertad por la atmósfera con independencia de quien las provoca y quien las padece. Por eso se produce la desagradable circunstancia de que, mientras que Europa trata por todos los medios de limitarlas gravando a quien emite, el problema global se agranda, en lugar de reducirse, por la inacción de otras zonas menos concienciadas con el cambio climático y más permisivas con las agresiones que provocan las industrias poco cuidadosas.

Y eso nos conduce a un agravio comparativo que incide de lleno en la competitividad industrial europea. Aquí los costes de las emisiones de CO2 se incorporan de lleno en las cuentas de resultados de las empresas de sectores claves como son el acero, el cemento, la cerámicas o la química. Empresas que deben después competir con sus homólogos establecidos en países menos respetuosos y más permisivos que no les gravan de la misma manera.

La UE no tiene capacidad de imponer esos gravámenes más allá de sus fronteras y de ahí que hasta ahora ha quedado inerme frente al problema. La solución acordada consiste en imponer un arancel a los productos importados de estos sectores que hayan sido fabricados en los países ‘permisivos’ y cuyos escandallos de costes no incorporen el coste de las emisiones de CO2. De tal manera que por un lado se elimine la discriminación competitiva, por otro se ejerza presión sobre los gobiernos concernidos y adopten las mismas prácticas en beneficio del medio ambiente general y, por último, desaparezca el incentivo a la deslocalización de las empresas contaminantes europeas a esos países tratando de escapar a la imposición. En adelante, si lo hacen, sus exportaciones a la UE tendrán la misma carga fiscal que soportaban cuando producían aquí.

El asunto es tan evidente que la única pregunta que surge es ¿por qué razón no se ha aplicado antes? Pues no lo sé. La maquinaria europea es tan pesada como lenta. Veintisiete países son demasiados para tomar acuerdos por unanimidad y avanzar en unión. Un problema que carece de solución mientras no se produzca una cesión severa de soberanía. Una eventualidad que ni los países miembros desean, ni las instituciones comunes se merecen hoy en día a la vista de su inoperancia.