Javier Zarzalejos-El Correo
¿Libertad de cátedra, excelencia? Alguien debería explicar qué más se necesita en un currículum para ser reconocido como catedrático emérito
Un pistolero de ETA acababa de destrozar la cara con un tiro en la boca a José Ramón Recalde, exconsejero socialista de Educación y de Justicia en el Gobierno vasco. Juan José Ibarretxe, entonces lehendakari, acudió a casa de Recalde para interesarse por su estado. Allí, un hijo de la víctima, Andrés, recordó ante Ibarretxe la agresión impune que había sufrido la concejal socialista del Ayuntamiento de San Sebastián Arritxu Marañón, a lo que Ibarretxe respondió: «Mira, Andrés, no te lleves esa imagen de nosotros, que aquí en el País Vasco se vive muy bien». «Y, mientras tanto -escribía Recalde-, yo, en el lecho del dolor, ofrecía mi patética imagen de supervivencia».
José Ramón Recalde falleció en 2016, pero años antes nos había dejado en sus memorias (‘Fe de vida’, Tusquets) este registro de la obscena autocomplacencia por la buena vida de los vascos mientras la violencia terrorista mataba a centenares, hería a miles y expulsaba a decenas de miles de conciudadanos. La autocomplacencia como dopaje social del estado de negación del sufrimiento de las víctimas y la degradación de los mínimos valores cívicos ha sido un eficaz anestésico de la sensibilidad colectiva que sigue presente también ahora. La autocomplacencia de final feliz de cuento para seguir comiendo perdices.
«Paco, no te lleves esa imagen de nosotros, aquí se vive muy bien», me atrevería a decir que alguien habrá susurrado al profesor Francisco Llera después de que el Departamento de Sociología de la UPV, su departamento, rechazara la propuesta de nombrarle catedrático emérito. Sí, soy amigo de Paco Llera desde hace mucho tiempo. Aprecio su trayectoria comprometida con la libertad, su buena conversación, su lejanía del sectarismo desde posiciones políticas distintas a las mías. Pero la amistad es el último de los motivos que pueden alegarse porque Paco Llera no necesita que la amistad supla la enumeración de sus méritos académicos, entre los que no es el menor su pasión por la Universidad y lo que la Universidad significa en una sociedad libre, democrática y pluralista. Como creador y director del Euskobarómetro ha mantenido contra todas las dificultades, que han sido muchas, el mejor instrumento de análisis sociológico del País Vasco, que ha venido ofreciendo un retrato no pocas veces incómodo para el nacionalismo institucional e intolerable para la izquierda abertzale. Una sociedad que no se define mayoritariamente como nacionalista, que menos aún anhela la independencia, que está más cómoda con la Constitución y el Estatuto de lo que proclama el revisionismo nacionalista. Una sociedad en la que, sin embargo, persistía el temor a hablar de política y que desde el punto de vista electoral se plegaba al PNV como principal gestor de sus intereses.
En el caso de Paco Llera lo que le ha ocurrido lo describe él mismo evocando la persecución que sufrió por parte de ETA: «Es más de lo mismo. Es una forma inmune, fácil y cobarde de no tener que arrepentirse de nada y de no reconocer ningún error». Pero esta forma fácil y cobarde de no tener que arrepentirse de nada no sólo afecta a un profesor universitario, nos afecta a todos como sociedad, cuando se convierte -como está ocurriendo- en la pauta sobre la que se reescribe el pasado escamoteando la violencia y la persecución que reservaba los placeres de la buena vida de los vascos sólo a una parte de estos.
Tal vez la suerte de Paco Llera quedó sellada cuando el 10 de enero de 2019 junto a otras 70 firmas encabezaba un artículo publicado en EL CORREO titulado ‘Igualitarismo y euskara en la Universidad del País Vasco’. En él los autores razonaban su rechazo a la decisión de reservar para alumnos euskaldunes el 40% de las plazas de Medicina. Cubierta la demanda de impartición de enseñanzas en euskera, la reserva de plazas suponía un privilegio para los alumnos euskaldunes ya que se beneficiarían de notas más bajas de entrada. Los firmantes del artículo situaban la medida dentro de la política de construcción nacional en la que «los recursos no son distribuidos según el esfuerzo o la necesidad, sino según un atributo cultural. El discurso de la diferencia y la identidad sustituye al de la igualdad».
¿Libertad de cátedra, excelencia? Alguien debería explicar qué más se necesita en un currículum para ser reconocido como catedrático emérito. Si doce miembros de un departamento de la UPV se abstienen porque no son capaces de formar una opinión sobre los méritos de su colega, lo que queda comprometida es su solvencia como docentes. En unos lo explica la venganza política y académica, la legitimación implacable de la persecución. En otros, el miedo y la inhibición moral que hacen de esas doce abstenciones la metáfora exacta del mal arraigado, aunque, ya se sabe, aquí vivimos muy bien.