Vladímir Putin tenía a su alcance órdagos más baratos, menos estridentes y mucho menos impopulares mediáticamente que el traslado de medio centenar de batallones de combate desde sus bases en el este del país hasta la frontera con Ucrania. Si lo de Putin fuera un farol sería desde luego uno especialmente pírrico y que le restaría toda credibilidad a futuras amenazas. Porque este nuevo despliegue es ya la versión bigger & better del de abril de 2020. Superarlo exigiría niveles circenses de exhibicionismo militar.
Pero el reciente ataque informático contra el Gobierno de Ucrania por parte de hackers bielorrusos, los rumores de un posible ataque de falsa bandera que sirva a Rusia para justificar la invasión y las declaraciones de Putin y de otros altos cargos rusos en las que estos niegan la mera existencia de Ucrania como nación independiente (según Putin, Ucrania es una invención de Lenin a la que ahora se aferran los países occidentales por intereses geoestratégicos) añaden credibilidad a la amenaza.
Ucrania no es para Rusia, como sí lo es Taiwán para China, un objetivo irrenunciable desde un punto de vista existencial. Pero Rusia esgrime un argumento de peso cuando exige a Occidente, es decir, a los Estados Unidos, garantías de que la OTAN no acampará en su puerta: la OTAN jamás ha dejado de avanzar hacia el este (lo ha hecho hasta en cinco ocasiones) a pesar de haber prometido en repetidas ocasiones lo contrario. Algo que Putin ha aprovechado para replicar con un contraejemplo. ¿Cómo reaccionaría Biden si Rusia instalara sistemas de misiles en Méjico y Canadá?
Rusia no puede instalar misiles en Méjico y Canadá. Pero sí podría instalarlos en las fronteras de Europa, una medida más psicológica que desequilibrante puesto que la nueva generación de misiles hipersónicos rusos Tsirkon, para los que no existe contramedida conocida, lo hace innecesario.
También podría militarizar el Ártico e incluso forzar la situación en Cuba y Venezuela hasta convertirlas en algo más que una incomodidad para los Estados Unidos de un Joe Biden de cuya inteligencia estratégica se duda incluso en su propio país. Algo que quedó claro tras una retirada de Afganistán que si algo logró fue convencer a Rusia y China de que el siglo americano está respirando sus últimas bocanadas de aire.
Órdago o no, el test de Ucrania sí servirá a los fines de Putin en un sentido. El Gobierno ruso sabrá ya de forma fehaciente cuál es la disposición de la UE a implicarse de forma activa en la defensa de sus intereses geoestratégicos más allá del tradicional deeply concerned.
De momento, la respuesta de la UE ha sido la de parapetarse detrás del amigo americano y sus amenazas de «serias consecuencias económicas» contra Rusia. Algo muy poco amenazador para Putin, sobre todo a la vista de que la suicida política energética antinuclear impuesta por Alemania al resto de la UE sólo ha servido para disparar la inflación en la zona euro y para convertirnos en adictos al gas natural, que procede en más de un 40% de Rusia.
Un tiro en el pie que demuestra la tradicional incapacidad alemana para la visión geoestratégica de largo alcance y de la que Putin era consciente cuando se burló de Angela Merkel, y por extensión del resto de los Gobiernos europeos, diciendo: «Los alemanes no quieren energía nuclear, no quieren gas natural… ¿Cómo van a calentarse? ¿Con leña? La leña también deberán comprársela a Siberia«.
Abona la teoría de la decisión rusa de ir a la guerra el hecho de que las demandas de Putin son, por el momento, inaceptables para Estados Unidos. Y son inaceptables porque aceptar esas peticiones, que básicamente consisten en frenar la expansión militar de la OTAN hacia el este, relegaría a Estados Unidos a la irrelevancia en Eurasia, lo que haría aún más evidente su debilidad actual.
Sin Oriente Medio, sin Europa y sin control sobre el mar de la China, Estados Unidos es sólo una isla de ricos. Un país con un ejército poderoso, pero en repliegue y tecnológicamente por detrás de China. En algunos aspectos, como los mencionados misiles hipersónicos, incluso de Rusia.
«Hemos avisado a nuestros amigos americanos de que nuestras peticiones no son un menú, sino un paquete. Se nos ha acabado la paciencia» ha dicho el ministro de Exteriores ruso Sergei Lavrov. De momento, Rusia parece haber movilizado, según fuentes militares americanas, 80.000 soldados y 48 batallones tácticos de los 168 de los que dispone. Es decir, entre un 10% y un 30% de su potencial militar total.
La revista Foreign Affairs ha dado una de las claves de la actual crisis: Rusia (que, como en el caso de China, tiene una mayor conciencia civilizacional que un Occidente que se avergüenza de sí mismo) muestra una mayor tolerancia al riesgo que los Estados Unidos y la Unión Europea, lo que le permite órdagos mayores que los de sus rivales.
El peligro para Rusia es el de que la Unión Europea pierda la paciencia y despierte de su letargo como club socialdemócrata para jubilados de oro poniendo en marcha un ejército europeo activo y no únicamente reactivo. El de la Unión Europea, no saber distinguir un farol de una amenaza real. Si hay que apostar por una de las dos posibilidades, apuesten por la segunda. La primera no la verán sus ojos.