JOSÉ IGNACIO CALLEJA-El Correo
- La crítica afecta ahora a todas las ideas, aquí no se salva nadie
Lo que más me atrae de nuestro tiempo es que por fin se puede defender o poner en duda casi todo siempre que se razone coherentemente. Esto ya sucedía antes, en cuanto que la modernidad -ser modernos en el sentido cultural del término- es atreverse a pensar y contar las ideas como alguien mayor de edad; alguien que no está sometido a tutelas que, por sí mismas, por la naturaleza secreta de su poder, vigilan y dictan la opinión de los demás. Hasta aquí ya habíamos llegado. Y también pagado un precio en algún desconcierto sobre los fundamentos y contenidos compartidos en la sociedad cuando hablamos del bien y del mal; sobre la verdad, si gusta más el término.
Pero en estas andábamos cuando lo nuevo emerge como experiencia de que la crítica, la capacidad de dudar y juzgar del ideario más atractivo, el moderno, afecta ahora a todas las ideas. Si se razona con buena lógica, coherentemente, ya nadie se asusta de leer y contar que a la secularidad cerrada del mundo le va a seguir -ya está aquí- la postsecularidad abierta que exige evitar todos los fundamentalismos. Porque de eso se trata, de ser interlocutores que nos reconocemos dialogando honestamente desde la igualdad de derechos y la diferencia de los argumentos coherentes. Porque esta diferencia no es un hablar por hablar, y todo vale igual y lo mismo, sino un hablar que estoy llamando «de buena lógica o coherente en sí». Esta es la cuestión que se está planteando en nuestros días de cambio de época y al borde de varios colapsos, sin catastrofismo alguno por mi parte.
Lo admirable de que hablaba es que en una época y mundo en que la información y el conocimiento, con razón, una y otra vez se dice que están en manos de grupos «capitalistas», por sus bienes e ideario -grupos que lo controlan todo en la interpretación de la guerra, el desarrollo, la verdad, el consumo, la moda, la vida, la propiedad, la biogenética, los derechos preferibles y hasta la religión- emerge, a la par, una cultura muy crítica de todo ese entramado de poder. Y, esto es lo nuevo, la convicción de que es legítima esa crítica y también lo es cuestionar en aspectos sustantivos a sus críticos; o sea, que ya no se salva nadie, que no hay altares sagrados de la modernidad al abrigo de toda crítica. En este sentido, si uno es fundamentalista y hasta fascista en los argumentos morales y políticos, uno es eso, y no es admisible bajo ninguna disculpa. Pero a la vez, y sin confundir las cosas, bastantes supuestos casi sagrados de la modernidad intelectual son claramente cuestionables si sobre ellos adviene una crítica coherente y honesta. Es decir, que aquí no se salva nadie, que no hay refugio para las ideologías fuera del argumento de la coherencia de la palabra y la vida justa.
En un sentido más concreto, lo extraordinario, por tanto, es que toma aire y auge la posibilidad de que las mujeres se rebelen en Irán, y que resulte creíble. Cierto que con poco aprecio. Y lo extraordinario es que surge un debate de calidad sobre los derechos y deberes humanos de hombres y mujeres en muchas sociedades, poco a poco en todas, y lo asumimos primero con el cuidado de no meter la pata y luego con la sinceridad de llegar hasta donde lo justo reclame de unos y otros. Lo extraordinario es que se pueda hablar en cualquier lugar de que las víctimas son el punto de vista irrenunciable para dar con lo justo, sin sentir miedo de añadir que las víctimas son distintas, que cada una tiene su razón, que no se compensan, y que no definen la justicia de la vida pública para todos hasta que acogen a las otras víctimas, las ajenas.
Lo extraordinario es que la religión se presente bajo toda clase de sospechas por una u otra razón de inmoralidad pasada o presente, pero que eso no conlleva callar a su gente en mil opiniones e iniciativas si son justas y de calidad espiritual en la sociedad de la libertad. Lo extraordinario es que los mayores tengamos unas pensiones dignas, pero que no haya que callar cómo afecta esto a las generaciones futuras, o que el incremento de todas ellas, prácticamente por igual, equivale a que el 50% del montante global de las subida lo absorban las más altas. Lo extraordinario es que Putin se vaya a la guerra para darse un paseo militar, antes de sentarse a la mesa de una negociación, y se confirme que simplemente es el peor de los bárbaros conocidos, los que quieren controlar el mundo desde la violencia y el dinero, que son lo mismo siempre. Y lo extraordinario es que podamos decir «bárbaros conocidos», porque hay desconocidos peores que ellos y queremos conocerlos.
Lo extraordinario, por tanto, es que seguimos creyendo en el ideario moral de la dignidad, la igualdad y el razonamiento honesto, a tiempo y a destiempo, contra filias y fobias ideologizadas o incuestionables. Y esto no es más que el principio. Hay sitio para todos los que aporten honestidad lógica y coherencia de vida justa. Ellos son imprescindibles. Esto no es más que el principio.