Pedro Chacón-El Correo
La decisión de seguir que acaba de anunciar el presidente del Gobierno pone más de relieve todavía lo que toda esta historia de la carta, los cinco días de reflexión y la declaración de hoy ha tenido de inadmisible. Porque subrepticiamente, casi de manera imperceptible, se nos han cambiado las reglas del juego. A los ciudadanos se nos ha trasladado la percepción, con todo este montaje, con toda esta espera, con todo este sinvivir, de que no somos nosotros quienes decidimos quién se pone al frente del gobierno, sino que es la persona que está al frente del Gobierno la que se erige en decisoria sobre si sigue al frente del Gobierno o no. Esto es lo que resulta democráticamente inadmisible, además de estéticamente grosero.
La democracia consiste en que los ciudadanos eligen a sus representantes y entre sus representantes hay uno que es elegido presidente del Gobierno. Lo que no tiene ningún sentido democrático es que quien es jefe de Gobierno, porque ha sido elegido en último extremo por los ciudadanos, se dirija a ellos para decirles que se lo está pensando y que tiene problemas en su desempeño del cargo que afectan a su relación de pareja y que a consecuencia de eso necesita un momento de reflexión (¡cinco días!) para decidir si sigue o no.
Lo que es inadmisible es que alguien, en el ejercicio de sus funciones democráticas, se plantee, ante la propia ciudadanía que lo ha elegido, si sigue o no y tenga a esa ciudadanía durante cinco días pendiente de si sigue o no. Eso es lo inadmisible. Y eso es lo que da idea de la representación que tiene ese dirigente en su cabeza de lo que son las relaciones políticas entre representantes y representados. Los ciudadanos no tienen ninguna necesidad ni ninguna obligación de conocer qué siente la persona que les representa en cuanto a la situación personal o conyugal en la que se encuentra. Porque si eso fuera de recibo, cualquier persona que cumple su papel social y cuyo trabajo nos repercute a los demás (un médico, un juez, un funcionario de policía, el pescadero, el panadero y hasta el repartidor de correos) tendrían (y tenemos) el mismo derecho de parar en el camino y reflexionar sobre lo que estamos haciendo y lo que queremos seguir haciendo.
Pero, a diferencia de lo que ha hecho, de un modo narcisista y sobreactuado este presidente del Gobierno, la inmensa mayoría de los ciudadanos, cuando necesitamos hacer un alto en el camino para pensar si lo que hacemos es lo correcto o para reorientar nuestra vida, lo hacemos para nosotros mismos, en silencio y sin poner a los demás en la tesitura de esperarnos mientras decidimos lo que nos conviene hacer. Y lo inadmisible es haber utilizado la posición de presidente del Gobierno como una prebenda para tener a toda la ciudadanía en vilo esperando a ver lo que decide hacer con el cargo que todos le hemos conferido.