José Luis Zubizarreta-El Correo

Como el padre que, para asustarles, anuncia a sus hijos pequeños que se va de casa y los deja abandonados, para, sólo unos minutos más tarde, sacarlos del terror en que habían quedado sumidos y tranquilizarlos con un estúpido «¡que era broma, tontos!», ha tratado el presidente Sánchez a toda la ciudadanía en aquella -infame- carta por la que le comunicaba su abatimiento, le confesaba su profundo enamoramiento, se preguntaba si su sufrimiento merecía la pena y le anunciaba cinco días de suspense y reflexión para decidir qué hacer con su vida. Sólo el más espabilado de los niños, el que no se había asustado, se atrevió a soltar un valiente «yo ya lo sabía, porque yo me había dado cuenta de cómo nos engañabas tantas veces cambiando de cubilete la bolita». Nosotros, en cambio, tontos o ingenuos, no podíamos imaginar que una persona con tal carga institucional sobre sus hombros fuera a ser tan frívolo y narcisista como para utilizar, no tres, sino cuatro cubiletes, como el amor a su mujer, la inquietud de su partido, la perplejidad de toda una población y hasta el prestigio del Rey, con el único objetivo de calibrar el nivel de su aceptación popular y conseguir un golpe de efecto que hiciera mejorar sus perspectivas de gobierno. ¡Deberíamos haber sabido, como el hijo espabilado de la familia, que todo lo que ha hecho nuestro líder era coherente con el carácter de trilero del particular Tricky Dicky en que se ha convertido o siempre ha sido!

Y, ahora, qué, es la pregunta. «Más de lo mismo, y con más fuerza», ha venido a decir. Pero ha añadido también, no sin cierta contradicción, que «esto no es un punto y seguido, sino un punto y aparte». Si es «más de lo mismo y con más fuerza», habrá que temer más polarización, más conversión del adversario en enemigo, más muros de separación entre ciudadanos y mayor identificación de la democracia con las propias posiciones. Si «no es un punto y seguido, sino aparte», habría que pensar en una pronta llamada al jefe de la oposición para comenzar, entre ambos, a afrontar y resolver ciertos problemas que trastornan las bases de un Estado de Derecho maltrecho y están creando en la ciudadanía un ambiente de crispación que, de continuar creciendo, podría amenazar también con trastocar las de la convivencia cívica.

Usted dirá, señor Sánchez, cuál es la alternativa. En cualquier caso, el mal está hecho y urge repararlo. Si, en el país, muchos hemos sentido bochorno, ahí afuera, en el extranjero, su infantil actitud de estos cinco días ha creado, en unos, atónito asombro y ha sido, para otros, causa de auténtico hazmerreír. Me viene a la mente, quién sabe por qué asociación de casos, Antonio Costa, amigo, por lo que se dice, suyo y rival, quizá, en sus comunes aspiraciones europeas, además, por supuesto, de exprimer ministro de Portugal, dignamente dimitido pese a ser falsas las acusacionnes de corrupción de alguno de sus asesores. Tan parecido, pues, a usted y, si de comparar se trata, ¡viva Portugal! digo.