Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
La mayor parte de los análisis realizados en estos días para juzgar la entrada de los saudíes en el capital de Telefónica se han fijado en el sigilo de la operación y en la nacionalidad del comprador. Es evidente que hacer una operación de este calado sin que ni el Gobierno ni el presidente de la compañía se enteren resulta sorprendente. Pero, ¿qué hacer al respecto? Si no te la cuentan los instigadores y no nos gustan las actividades de espionaje mercantil, no hay modo de enterarse. Otra cosa es que no sea habitual que este tipo de actuaciones lleguen al final sin desatar ningún tipo de rumores y no haya ningún ‘alma caritativa’ que se vaya del pico, se haga el enterado y cuente algo de lo poco que sabe. Lo que resulta interesante es debatir sobre si el esquema habitual de relaciones entre el Gobierno y las grandes empresas sea el más adecuado para monitorizar estas actuaciones. Aunque en este caso, si no lo sabían ni en la propia empresa…
En cuanto a la nacionalidad del comprador, poco hay que decir. Compran porque quieren y porque pueden. ¿Hemos empeorado la situación de los intereses patrios? No sé, porque tampoco sé quienes han sido los vendedores, así que no es posible comparar perfiles. Si extrapolamos lo sucedido en otras empresas con capital árabe, como es Iberdrola o IAG, no creo que su comportamiento haya sido más peligroso que los habituales fondos de inversión de gestión conocida, pero de propiedad innominada.
Creo que es mucho más interesante debatir sobre las razones que explican la ausencia de algún candidato nacional. 2.000 millones de euros son muchos millones, pero están al alcance de varios grupos españoles solos y no digamos agrupados. Para inversores como Amancio Ortega no sería una operación excesiva, por su cuantía, ni alocada por el sector en el que opera. Pero lo cierto es que no se dan las circunstancias más convenientes. Y no se trata de la situación económica del país, hay varios con peores datos que los nuestros y reciben inversiones continuas y cuantiosas. Creo que es más bien el ‘ambiente’ que no es propicio ni resulta atractivo. ¿Hablan bien los gobernantes de nuestros grandes empresarios? No, por lo general los denigran. ¿Es sensible a sus problemas? No, más bien se les acusa de generarlos. Los consideran como la vaca a exprimir y no como el caballo que tira del carro (creo que la cita es de Churchill). Y, claro, así no se crean las condiciones necesarias para que quien puede apueste por nuestro futuro colectivo. Prefiere apostar por el suyo individual. Usted, ¿qué hace?