Lo llaman democracia y no lo es

DAVID GISTAU-EL MUNDO

 
Sometamos a observación el modo en que distintos portavoces de Podemos se refirieron esta semana a la mayoría que el PP conserva en el Senado: «Último reducto». ¿Qué sugiere un último reducto? Masadá. El Álamo. El Palacio de la Moneda. El búnker de Berlín. La iglesia de Baler…

…El doble cerco de Alesia. El último reducto es aquel donde una fuerza destruida y sin esperanzas se encierra porque prefiere morir a rendirse. El uso de la expresión en un sistema democrático que hasta hace unos meses estaba caracterizado por la pacífica alternancia de jerarquías y mandatos emanados de las urnas es revelador. Pedro Sánchez se ha pasado toda la semana negociando un acuerdo de vocación autogolpista con un partido radical y providencialista que vive sumido en una fantasía bélica donde los adversarios son El Enemigo y dentro de la cual hasta la exhumación de Franco tiene valor alegórico porque invierte el «Cautivo y desarmado…» que ya había quedado impreso en la Historia.

El adjetivo «último» es especialmente inquietante. Hasta ahora, y desde que terminó la guerra –porque terminó–, nadie había tenido en España, después de una victoria, el propósito de que su adversario jamás regresara. Teníamos asumido que el partido de poder derrotado se iba a boxes, donde resolvía sus sucesiones internas, y tarde o temprano volvería a gobernar. Aquí no se aniquilaba civilmente a nadie. Ahora es distinto. Sánchez y los extremistas a los que se debe actúan como si estuvieran fundando una sociedad nueva dentro de la cual no habrá lugar para esa excrecencia sociológica que no ha superado sus dependencias sentimentales con Cuelgamuros. Y que aún incordia en el Senado con una capacidad de bloqueo concedida por los contrapesos del sistema que a estas alturas de la fantasía admite ser vista como una última balacera de los reaccionarios cuyo reducto ha de ser allanado. Lo pide el Pueblo. Lo pide la Gente Empoderada. Y si algo nos ha enseñado la España actual, la de la rebatiña, es que no hay ley ni institución con peso específico suficiente como para oponerse al cumplimiento de las fantasías emocionales de la Buena Gente cuando elige caudillos instrumentales de su infalibilidad.

Esto es así porque lo dice Sánchez– «Por fin hay en España un Gobierno representativo»– y aunque lo emanado de las urnas no lo corrobore. Que las urnas están para romperse porque la Gente no siempre sabe en realidad qué le conviene es otra antigua noción vuelta a poner en circulación después del 15-M y consagrada espectacularmente en este instante nacional, en que un Gobierno que no fue votado para serlo ejecuta una ambición fundacional donde los antiguos vecinos de alternancia son ahora enemigos tan siniestros, que el aplanamiento de su último reducto demanda la perversión de la norma constitucional. Esos pequeños síntomas de autogolpismo tropical justificados por la inmensa tarea histórica de quienes penetran en una cripta como cazavampiros: aquí se está luchando contra el fascismo. ¿Qué son unos cuantos incumplimientos, unas cuantas trampas, si lo que se defiende es la democracia verdadera contra los fascistas y su último reducto? Esa configuración del Senado, de lo poco en realidad que queda intacto tal y como emanó de las urnas, se vuelve, en boca de Echenique, «espuria», es decir, falsa, bastarda, corrompida, bellos adjetivos para una arenga antes de echar abajo las puertas más macizas. Esa configuración del Senado es el Enemigo del Pueblo, otra etiqueta tan pero tan siglo XX que vuelve a circular en la España de los nacionalismos y de los revolucionarios tropicales que, al no poder ganar elecciones, clavan estacas y fantasean con guerras y con enemigos.

Esto, como todo, nos va a pillar en el fútbol.

El senado y el pueblo

Como en época de los Graco, los tribunos de la plebe vuelven a reunirse en el Foro para desacreditar el Senado oligárquico. Claro que aquellos senadores eran distintos. Armados con mazas y comandados por un Escipión, salieron en tromba y asesinaron a golpes a uno de los Graco, Tiberio, que impugnaba su institución. Tampoco es eso, ¿eh? BERNARDO DÍAZ