- Sánchez encarna la doble corrupción, económica y democrática, y con ese traje solo puede ir a peor
A Mariano Rajoy lo echaron por ir de testigo a un juicio menor, de un caso viejo de corrupción municipal, y convirtiendo al PP en culpable por beneficiarse de los hechos, según tipo penal, el de «a título lucrativo», que descarta la participación y el conocimiento del delito.
Llovía sobre mojado, con tanto Bárcenas oliendo a millas y Albert Rivera ayudándole a Pedro Sánchez al dar por finiquitada la legislatura, en un error prolongado por su empeño en repetir las elecciones generales tiempo después; pero lo cierto es que El Icono aprovechó la coyuntura para presentar una moción de censura que abrió la larga etapa negra que aún padecemos.
Pero si aceptamos que aquella trampa tuvo por coartada la imperiosa necesidad de recuperar la higiene democrática y restituir la decencia destrozada por la sombra de la corrupción, lo tenemos que aceptar siempre, sin esperar a resoluciones judiciales que nunca las hubo contra el presidente popular desterrado.
Y el balance de Sánchez es desolador. Mantiene bajo sospecha a su Gobierno, a los ministros Montero, Illa, Marlaska y Torres; a la presidenta del Senado, a su propia esposa, a las comunidades autónomas que gobernaba el PSOE y por todo ello a sí mismo.
A todo esto, relativo a la corrupción económica clásica, aderezada con estampas extraídas de un guion inconcluso de Torrente; se le añade la corrupción de nuevo cuño sanchista, consistente en adulterar las reglas del luego con unos fines aún más perversos que los simplemente financieros, ya repugnantes.
Esa nueva malversación moral, que puede evolucionar también a penal, se resume bien en la catarata de organismos e instituciones que tienen a Sánchez en la mirilla, sin precedentes: la UCO de la Guardia Civil, las Fiscalías Anticorrupción española y europea, el Tribunal Supremo, la Audiencia Nacional, la Comisión y el Parlamento europeos o la Comisión de Venecia han puesto ya la lupa en algunas de las decisiones y bochornos más definitorios del sanchismo.
Ningún presidente del Gobierno ha provocado, en la historia reciente de España, un espectáculo tan endémico de sospechas económicas y de agresiones democráticas. Pero ninguno lo ha solventado nunca, tampoco, con el desprecio que Sánchez le tiene a la réplica.
Porque Sánchez no solo impulsa, consiente o esconde todos los abusos conocidos, por acción u omisión; sino que además ignora la respuesta del Estado de derecho y persigue a quienes, simplemente, ejercen los controles de calidad democrática más elementales.
Fugarse a Brasil o Chile mientras su guardia pretoriana aparece cada día en los papeles por mordidas y, a la vez, ultiman una ley de amnistía ofensiva en todos los sentidos; retrata definitivamente al personaje como lo que es: un sátrapa sin líneas rojas que solo puede sobrevivir si, además de acabar con la democracia, luego hace desaparecer el cadáver. Y que parezca un accidente.
Posdata. El domingo, 9 de marzo, decenas de asociaciones cívicas convocan manifestación en Madrid, junto a la Cibeles. Todas las ciudades de España tienen plaza, y o empiezan a llenarse de nuevo de protestas razonables o al prófugo de la democracia no lo frenará ya nadie. Lo peor está por venir.