Josep Martí Blanch-El Confidencial

  • Entre las muchas consecuencias que van a tener las elecciones madrileñas, está también el impacto sobre el tablero político catalán y las aspiraciones independentistas

Que la Moncloa haya tirado desde hace días la toalla en el ring electoral de Madrid no sirve para anticipar los resultados, pero sí da muestras del estado de ánimo con el que cada uno se encamina hacia la jornada electoral. Y aunque el factor sorpresa siempre es un elemento a tener en cuenta ante cualquier jornada electoral, si estuviéramos en el Reino Unido y pudiesen cruzarse apuestas políticas, certificaríamos que en el submundo del juego y de la ludopatía se da por ciertos una gran victoria de los populares y un Gobierno de la derecha sin alternativa posible. Naturalmente, todo esto es especulación, así que no tiene ningún valor. Falta lo principal, que no es otra cosa que el escrutinio.

Entre las muchas consecuencias que van a tener las elecciones madrileñas —la principal de ellas, la lectura en clave de referéndum sobre el Gobierno de Pedro Sánchez—, está también el impacto sobre el tablero político catalán y las aspiraciones independentistas que, hasta la llegada de la pandemia, eran el problema sistémico más importante con el que debía lidiar Moncloa.

Para el soberanismo pragmático que encarna ERC, es muy importante que el PSOE no sufra un descalabro en la Comunidad de Madrid. El riesgo de que los socialistas entren en modo revisionista sobre su estrategia política a resultas de un abultado fracaso en nada puede favorecerles. Los republicanos de Oriol Junqueras necesitan que los tambores que siempre anticipan el escenario de precampaña de unas futuras elecciones generales se mantengan en silencio, que el papel de Unidas Podemos en el Gobierno español siga siendo lo más relevante posible y que gobernar en su compañía siga siendo una apuesta a largo plazo de los socialistas.

Si los resultados de las elecciones madrileñas son, por malos, de tal calibre que acaban poniendo nervioso al equipo de ajedrez monclovita —acostumbrado hasta ahora a que todo le salga bien—, se acabó cualquier atisbo de negociación, al menos que merezca ser calificada como tal, con el Gobierno catalán durante lo que quede de legislatura. Y eso quiere decir también la imposibilidad de mantener a ERC como socio en el Congreso y el final del entusiasmo de Gabriel Rufián para con «el Gobierno más progresista de la historia». 

La indolencia de Pedro Sánchez con el soberanismo lleva ya muchos meses cociéndose. A fin de cuentas, el grado de atención y prioridad a un asunto viene marcado por la gravedad y urgencia de este. La pandemia, la crisis económica y el nivel de degradación de las relaciones entre ERC y JxCAT, que dinamita el capital político que obtuvieron en las urnas llevando el independentismo a superar la barrera del 50% de los sufragios, han convertido la amenaza independentista en un problema que no exige ser tratado con la inmediatez que se le suponía hace tan solo un año.

Unos malos resultados del PSOE en Madrid solo acelerarían y harían más visible esta realidad, que podría acentuarse aún más si los socialistas también empiezan a enfriar su ya lastimado idilio con Unidas Podemos, que sí sigue siendo sensible y comparte parte del diagnóstico del soberanismo. Valga como ejemplo, sin ir más lejos, la coincidencia en calificar España como una democracia renqueante de baja calidad o la existencia de exiliados y presos políticos.

Este escenario pondría en una situación muy delicada a ERC y, por el contrario, reforzaría el diagnóstico de JxCAT, que se mantiene firme en la convicción de que la negociación con el Gobierno español —sea de derechas o de izquierdas— es una solemne pérdida de tiempo. Los de Puigdemont estarían encantados pudiéndolo acreditar cuanto antes mejor para poder reanudar una agenda de confrontación severa que, según ellos, es la única que el Gobierno de España está dispuesto a atender. 

Ahora bien, hay que anotar que el nivel de colapso del soberanismo en estos momentos es de tal magnitud que, incluso en un escenario en el que quedara acreditado que para el Gobierno español ya no hay nada sustancial de lo que hablar, al independentismo le sería imposible galvanizar las energías que llevaron a escenarios como el vivido en 2017.

Como toda moneda, esta también tiene dos caras. La más inverosímil en estos momentos obedecería al hecho que el Gobierno de Pedro Sánchez saliese reforzado de las elecciones de Madrid. En esa improbable situación, el soberanismo de ERC quizá no saldría ganador de unas elecciones en las que no participa, pero al menos sí evitaría la derrota que hemos explicado.

Se alejaría el escenario de unas elecciones generales anticipadas. Y con tiempo por delante antes de que los tambores de precampaña empiecen a hacerse oír, quizás habría el tiempo y la calma suficiente para que la inoperativa mesa de negociación —una cesión de Sánchez a ERC para comprometer el apoyo de estos a su investidura— se activase y empezase el baile para una futura resolución política del conflicto territorial con Cataluña. Si nos situamos nuevamente en Londres, no parece que esta apuesta mereciera demasiado crédito entre los apostantes. 

La Cataluña soberanista pendiente de los resultados de Madrid. Fíjense hasta qué punto tienen razón los que pregonan que la política se parece cada vez más al fútbol.