IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La vileza de Bildu siempre ha sido la misma. Quien debe pedir perdón es el que le ha regalado la legitimidad política

Está de moda pedir perdón (?) con la coletilla de «si alguna persona se ha sentido ofendida». El último en seguir esa costumbre ha sido Pello Otxandiano, candidato de Bildu que se disculpa ante las víctimas de una banda asesina pero no rectifica su negativa a calificarla de grupo terrorista. Así, la petición de perdón se convierte en una suerte de reproche de suspicacia a esa gente quisquillosa que se considera agraviada porque no entiende la voluntad de superación del conflicto, la necesidad de abrir una nueva etapa y demás quincalla retórica con que el partido de los legatarios etarras está a punto de ganar las elecciones vascas. No debe preocuparse Ochandiano: lo que ofende, no sólo a las víctimas sino a cualquier persona con mínima sensibilidad democrática, no son sus palabras.

Lo que ofende es que los suyos nos quieran tomar el pelo. Que sigan rindiendo homenajes a los pistoleros. Que se enorgullezcan de su origen y les falten el respeto a los más de 850 muertos y a sus deudos cuando achacan su asesinato a un «ciclo político» de mutuo sufrimiento. Que intenten construir un relato falso de la violencia como daño colateral, indeseado pero inevitable, de un problema irresuelto. Que su principal punto programático, aunque ahora se empeñen en mantenerlo secreto, sea la pronta puesta en libertad de ‘sus’ presos –el posesivo es de Otegi, él sabrá los detalles del contexto–. Y sobre todo, que se hayan convertido en socios del Gobierno sin haber abjurado, siquiera formalmente, de su historial siniestro.

Además de ofender, estas cosas irritan. No tanto por Bildu, cuya actitud siempre ha sido la misma, la que corresponde a su congénita incapacidad para albergar una micra de autocrítica y menos aún de sensibilidad compasiva, sino por quienes le han regalado la legitimidad política. O más bien se la han alquilado en un obsceno intercambio de favores y prerrogativas: investidura por blanqueo, poder por normalización, apoyo institucional por sello de calidad ‘progresista’. Y todavía indigna más el simulacro de escándalo con que el oficialismo sanchista pretende impostar durante unos pocos días una distancia moral ridícula, una indignación fingida ante la verdadera naturaleza de unos socios cuya desalmada catadura nunca ha dejado de estar a la vista.

Es Sánchez quien debería disculparse por haberse asociado con unos tipos indeseables a los que sus ministros llaman cobardes y negacionistas (¿de qué, si no niegan nada, al contrario, se ufanan de su pasado de sangre?). Y en consecuencia, romper con ellos si le quedara un ápice de honestidad o de coraje. Pero no encuentra tiempo el hombre, ocupado en sus altas responsabilidades, ni para suscribir el fugaz desmarque táctico de sus representantes. Ochandiano –nueve etarras en sus listas– ha sido hasta generoso al excusarse: maldita falta que le hace teniendo al presidente de su parte.