- Los vientos de Abu Dabi no obtuvieron reflejo alguno en el mensaje del Rey, centrado en superar los odios y rencores que se jalean desde el Gobierno
El año pasado fueron los republicanos y los golpistas, valga la redundancia. Este año, la presión llegó de dentro. Los vientos que soplaban desde Abu Dabi, espesos y persistentes, habían calentado la previa del discurso de Nochebuena del Rey. Las terminales del Golfo echaban chispas. Las versiones, rumores, conjeturas, filtraciones, descargaban sobre la techumbre de la Zarzuela una lluvia estruendosa y pertinaz. Incluso el propio protagonista de la función, alejado de la escena desde hace año y medio, aprovechó la reaparición deportiva de Rafa Nadal para montar su propia rentrée, en una suerte de operación retorno a lo via hollywoodiense, que inundó portadas y acaparó espacios televisivos.
Poco éxito ha tenido hasta el momento. Ni regreso a casa ni mención especial en la carta pascual de don Felipe. En las navidades pasadas, las primeras de don Juan Carlos fuera de España, podemitas, sediciosos, ultras de estrellada, fachas de chapela, organizaron una estruendosa tormenta, un agotador bombardeo sobre la cabeza del Monarca, al que reclamaban poco menos que matara (políticamente) al padre, que lo repudiara explícitamente en su intervención de Nochebuena. Naturalmente, no hubo tal. El Rey tan sólo emitió un par de referencias sobre el particular: «Los principios morales y éticos que los ciudadanos reclaman de nuestras conductas nos obligan a todos sin excepciones». Para, a continuación, añadir: «Esos principios se sitúan por encima de cualquier tipo de consideraciones, incluso personales o familiares». Y punto. Hubo algún reproche en forma de regüeldo desabrido por parte del sector morado del Gobierno sin apenas efectos secundarios.
Las instituciones «debemos respetar y cumplir las leyes y ser un ejemplo de integridad pública y moral». No hace falta más. En la noche más grande del año, el Rey padre no es más que una minúscula nota a pie de página
Tampoco el viento del desierto ha logrado ahora su objetivo. Don Felipe apenas ha dibujado una mínima referencia la figura paterna, en línea con lo sentenciado el pasado año, pero en un tono cuatro puntos menor. Emérito con sordina. Las instituciones «debemos respetar y cumplir las leyes y ser un ejemplo de integridad pública y moral». No hace falta más. En la noche más grande del año, el Rey padre no es más que una minúscula nota a pie de página.
Donde no caben hurtarle ecos ni parabienes a don Juan Carlos, por supuesto, es en el elogio efectuado su hijo a las cuatro décadas de democracia, «periodo del gran cambio de nuestro país» en el que el expatriado de Abu Dabi, pese a que muchos ahora lo pretenden sepultar, algo tuvo que ver. Además de las obligadas menciones a las pandemias, erupciones volcánicas, escalada de precios, dramas económicos, penurias familiares y sufrimientos desgarrados de nuestra sociedad, el mensaje de la Corona se centró este año en la reivindicación del edificio de nuestra Constitución, atacado y hostigado desde todos los frentes, incluido desde las filas del propio Ejecutivo, en una ceremonia aberrante, sin precedentes en democracia.
Lo resumió cabalmente el Rey con cuatro certeras frases: Unidad frente a división, diálogo y no enfrentamiento, respeto frente al rencor y espíritu integrador frente a la exclusión
Fue una invocación y un homenaje a nuestra Primera Ley, «viga maestra de nuestro progreso, que ha defendido nuestra convivencia» por lo que merece «respeto, reconocimiento y lealtad». No miraba a nadie. Ni falta. Al tiempo, fue una exhortación contra el guerracivilismo que azota a nuestro país, desenterrado vilmente bajo el mandato de Rodríguez Zapatero, aventador de odios, jaleador de todo tipo de ánimos cainitas, encumbrador del frentepopulismo más más vil
Lo resumió cabalmente Su Majestad con cuatro sólidas frases, cuatro vigas maestras que simbolizan el espíritu de la Carta Magna: Unidad frente a división, diálogo y no enfrentamiento, respeto frente al rencor y espíritu integrador frente a la exclusión. La invocación al ‘entendimiento y a la colaboración’ es muletilla obligada, auténtico brindis al sol en esta velada de Nochebuena. Ahora mismo, se trata de un anhelo inalcanzable por la sencilla razón de que a quienes les corresponde abordar tal cometido no están por la labor. En su entrecejo tan sólo aparece el dibujo de la próxima urna. Por el Rey que no quede. Es su obligación. El 3 de octubre de 2017 mostró el camino a seguir. Y cada año por Navidad, en su conversación más personal y sincera con los españoles, subraya que la normalidad constitucional es posible y que la Corona está ahí para impulsarla y defenderla.
¿Y el Emérito? En febrero, ya si eso…