RUBÉN AMÓN-EL CONFIDENCIAL
- El discurso navideño más importante desde la coronación, centrado en la pandemia, no aludirá a la conspiración republicana, pero tiene que referirse por fuerza al destierro paterno
El Rey se encuentra en el discurso navideño más delicado desde que accedió al trono en 2014 y tiene delante de sí un ejercicio de equilibrismo, de tal manera que su intervención ante los compatriotas en el umbral de la cena familiar podría dividirse en cuatro categorías: lo que tiene que decir, lo que no puede decir, lo que no puede ocultar y lo que le gustaría decir si no se lo impidieran las obligaciones institucionales.
I – Lo que tiene que decir
El rebrote del coronavirus en la recta final del año sorprende a los hogares en una situación de limitación normativa, cuando no en el duelo de los familiares ausentes. Por eso, el discurso debe gravitar en torno a la desgracia de la pandemia y a sus efectos devastadores, aunque el mensaje contendrá una ruta de esperanza. No ya por la aparición de la vacuna sanadora, sino porque Felipe VI aludirá al comportamiento ejemplar de los españoles, a su grado de comprensión, de solidaridad y de disciplina. Esperemos que no recurra al tópico de la resiliencia. Y que sea capaz de conmoverse, no como si estuviera representando un papel sino consciente del impacto de una tragedia que ha diezmado a los ancianos y que ha convertido a los sanitarios en héroes desamparados. A unos y otros debe referirse el monarca. Y lo hará con toda seguridad, del mismo modo que mencionará el hundimiento de la industria turística y la degradación del hábitat laboral y económico, en términos más o menos edulcorados. Es el contexto en el que procede hablar de las garantías comunitarias y del manguerazo de Bruselas, insistiendo en las ventajas inequívocas del europeísmo.
II – Lo que no puede decir
Felipe VI no puede permitirse un ejercicio de verdad respecto a la negligencia con que el Gobierno central y casi todas las terminales autonómicas han reaccionado a una pandemia cuyos números negros y rojos colocan España entre los peores Estados de Occidente. Se ha desplomado el mito de la mejor sanidad del mundo, aunque no es fácil que Felipe VI vaya a enseñarnos los escombros, plantee el fracaso del modelo nacional, ni aluda al inventario de los errores, empezando por la improvisación, la descoordinación, la pugna política, el desastre de las residencias, la precariedad integral de los sanitarios, la subestimación de la tragedia y hasta la euforia con que Sánchez dio por vencida la batalla contra el coronavirus. Felipe VI no puede contar la verdad porque hacerlo le convertiría a él mismo en un conspirador y en un antipatriota, pero la gestión de la pandemia ha sido un desastre.
Felipe VI no puede contar la verdad porque le convertiría en un conspirador y en un antipatriota, pero la gestión de la pandemia fue un desastre
III – Lo que no puede ocultar
El camino de ejemplaridad que ha emprendido Felipe VI le constriñe a mencionar esta noche de un modo u otro el destierro de su padre. Porque él mismo lo ha propiciado. Y porque la credibilidad de la institución exige un planteamiento adulto a unos espectadores adultos. El Rey emérito ha reconocido que no pagaba los impuestos, aunque la obscena regularización es, al mismo tiempo, la letra pequeña de una escandalera —comisiones, blanqueamiento, evasión— cuya hipotética responsabilidad penal se cobija o se sufraga en el privilegio de la inviolabilidad. Felipe VI no puede eludir la humareda. Ni puede recurrir a la elipsis de Igor en ‘El jovencito Frankenstein’: «¿Joroba, qué joroba?». Por responsabilidad y por coherencia con las decisiones que él mismo ha adoptado en beneficio de la salubridad de la monarquía.
IV – Lo que le gustaría decir
Tendría gracia que pudiera utilizarse un traductor simultáneo respecto a lo que Felipe VI quiere realmente decir o querría decir, acaso comenzando por la conspiración de que es objeto. Y por el trance humillante que implicaría firmar el indulto de los artífices del ‘procés’, tres o cuatro años después de haberlos ‘condenado’ él mismo en el discurso del 3 de octubre. El suero de la verdad serviría para exponer el desprecio de Sánchez hacia la jefatura del Estado y la disciplina con que el presidente somete la agenda del Rey, hasta el extremo de considerarlo una presencia tóxica en Cataluña. Nos diría Felipe VI que la guillotina de Iglesias y los aliados soberanistas —Otegi incluido— no aspira solo a la instauración de la III República, sino a la ambición del modelo plurinacional. Y añadiría que el sanchismo maltrata la separación de poderes. Y ‘denunciaría’ un Estado insalubre que se resiente de la propaganda, el cesarismo y la reconstrucción arbitraria de la memoria, obsesionada con el franquismo e indulgente con los recientes años de plomo.
Si pudiera, Felipe VI ‘denunciaría’ un Estado insalubre que sufre la propaganda, el cesarismo y la reconstrucción arbitraria de la memoria
Se trataría de un discurso incendiario, pero, de una manera u otra, Felipe VI tiene que presentarse como garante de la Constitución. Y como símbolo de la unidad y de la solidaridad territoriales.
No sería la única sorpresa. Otra, bien podría consistir en expulsar a los viejos cortesanos —y a los nuevos de Vox—, desquitarse de los falsos amigos y demostrar que la monarquía (parlamentaria) no es un artificio arcaico de la derechona, sino la casa común de los españoles cuya anfitriona terminará siendo la princesa Leonor.