JOAQUIM COLL – EL PAIS – 25/05/16
· El uso de esa bandera quiebra el deber de neutralidad de las instituciones catalanas.
Se jugó el partido, ganó el mejor y, por fortuna, no hubo que lamentar incidentes violentos. Con razón se ha criticado la torpeza de la delegada gubernativa en Madrid, Concepción Dancausa, de intentar prohibir la bandera “estelada” en la final de la Copa del Rey. Una vez más se ha demostrado que la justicia en España no actúa de correa de transmisión del poder político. El juez Jesús Torres desautorizó una decisión arbitraria en base al pluralismo y al respeto a la discrepancia, a los derechos de los demás y a la libertad en general. Nuestro país no es esa cárcel que a los independentistas les gusta pintar, ni ese vertedero al que arrojan todas las cosas que no les gustan.
En cambio, lo que sí se ha puesto de manifiesto, una vez más, es la asimetría con la que actúan los soberanistas. Claman a favor de la libertad de expresión y la democracia para poder exhibir la “estelada” en todos los lugares y momentos, incluso en eventos deportivos que no deberían politizarse con símbolos partidistas ni menos aún con pitadas contra el himno o el jefe del Estado. Sin embargo, no expresan el menor sonrojo ni autocrítica ante la probada vulneración del principio de neutralidad de las instituciones catalanas.
Aunque el independentismo pasa por ser ideológicamente plural, y si alguna cosa tiene son articulistas, medios de comunicación e intelectuales, ha sido imposible encontrar por ahora ni una sola voz crítica ante los déficits de calidad democrática que esconde la presencia avasalladora de la “estelada” en incontables edificios y espacios públicos a lo largo y ancho de Cataluña desde que estalló la fiebre secesionista en 2012. Es la misma ceguera que, por cierto, afecta al Barça. Ninguna autocrítica de su directiva ante la deriva política, como bien apuntó el juez Eusebio Palacios en la resolución de otro recurso contra la prohibición de Dancausa, que el magistrado inadmitió, entre otras razones porque censuraba que la entidad infringiera sus propios estatutos y se apartase de la neutralidad al defender la “estelada”.
Para desgracia de las peñas culés de todo el mundo, el Barça ha sucumbido a la presión del separatismo. Si bajo el franquismo fue más que un club, la apropiación a la que se presta lo reduce hoy a ser bastante “menos”. El Barça defiende el derecho a la libertad de expresión de sus aficionados de llevar la “estelada”, pero sus servicios de seguridad han impedido en más de una ocasión la entrada de la bandera española en el Camp Nou. Otra curiosa asimetría del nacionalismo.
Los déficits de calidad democrática en Cataluña se extienden a otros ámbitos, como el carácter propagandístico de los medios públicos o la injerencia nacionalista en la escuela.
Mucho se ha hablado estos días del derecho de los independentistas a exhibir la “estelada”. Y del rechazo que subscribimos todos los demócratas ante cualquier arbitrariedad política. Pero nada se ha dicho de lo que la “estelada” esconde en Cataluña. Sorprende que nadie haya aludido a la reciente sentencia del Tribunal Supremo, adoptada por unanimidad, del pasado 28 de abril relativa a la presencia de “esteladas” en edificios y espacios de titularidad pública. No afecta directamente a los espectáculos deportivos, pero sí resuelve algunas dudas sobre el carácter partidista de la bandera que ondean los separatistas, del hecho antidemocrático de su uso por parte de las Administraciones, aunque haya sido acordado por mayoría en los plenos municipales, y del deber de neutralidad que afecta a todas las instituciones, que se extiende más allá del periodo electoral.
Sin embargo, ¿cuál es la calidad de la democracia en Cataluña cuando vemos exhibirse de forma permanente una bandera partidista en multitud de sitios como Ayuntamientos, rotondas, paseos, avenidas o parques de bomberos, marginando los símbolos oficiales? ¿A qué tristes circunstancias históricas nos recuerda en las que se ha confundido la bandera de un movimiento político con la del conjunto de la comunidad? ¿Tienen alguna credibilidad los políticos soberanistas cuando levantan la bandera de la libertad de expresión y la democracia, pero justifican y defienden la presencia oficializada de “esteladas”?
Pero no acaba ahí la cosa. Los déficits de calidad democrática en Cataluña se extienden a otros ámbitos, como el carácter propagandístico de los medios de comunicación públicos, la injerencia nacionalista en la escuela y una política lingüística que no busca tanto la promoción del catalán como la eliminación del bilingüismo. Defendamos siempre la libertad de llevar la bandera que cada uno quiera, pero no nos olvidemos de lo que la “estelada” esconde.
Joaquim Coll es historiador y vicepresidente de Societat Civil Catalana.