Ramón González Férriz-El Confidencial

  • El resultado de las elecciones debería verse con un cierto optimismo: solo se gana un poco de tiempo y se chutan hacia adelante los problemas más difíciles de resolver

En una de esas declaraciones que es difícil saber si son una broma, la muestra de una mente narcisista o el truco retórico de un vendedor de coches de segunda mano, Donald Trump dijo la noche previa a las elecciones estadounidenses: “Si [los republicanos] ganan, todo el mérito sería mío. Si pierden, no hay que echarme la culpa a mí”.

La cuestión es que no está claro si los republicanos ganaron o perdieron. Lo que sí es seguro es que quedaron muy por debajo de sus propias expectativas: esperaban una “oleada roja” impulsada por la escasa popularidad del presidente Joe Biden, una inflación desatada y la sensación de hartazgo por el aumento de la criminalidad, la implicación en la guerra de Ucrania y la supuesta radicalización woke de los demócratas. Pero eso no sucedió. A la espera de que se confirme si el Senado queda en manos demócratas o republicanas, ¿qué significa para el resto del mundo y, en especial, para nosotros, los europeos?

Desde enero de 2020, los principales líderes de Europa se han debatido entre dos interpretaciones de la política estadounidense. La primera consistiría en que el trumpismo fue una excepción histórica a la que contribuyeron factores difícilmente repetibles: una polarización exacerbada por la presidencia de Barack Obama, un Partido Republicano desorientado que se dejó capturar por un outsider, la oleada populista que justo en 2016 alcanzó su punto álgido coincidiendo con la gran crisis de los refugiados en Europa y el evidente error demócrata de presentar a Hillary Clinton como su candidata. Sí, el Partido Republicano ha cambiado, ha dejado de ser un abanderado del atlantismo y el libre comercio, pero eso iba a suceder tarde o temprano. Sí, los problemas internos del país afectan a su reputación y su libertad de movimientos en el exterior. Pero, aunque seguirá habiendo problemas y malentendidos, e incluso rupturas en algunas cuestiones puntuales como los presupuestos de defensa, el comercio y el alineamiento contra China, Estados Unidos es nuestro principal aliado. Y le necesitamos: somos demasiado débiles para prescindir de su potencia, que todavía es enorme. Eso ha quedado más claro que nunca, si cabe, con la guerra de Ucrania: sin el dinero y las armas estadounidenses, el país habría caído en manos de Rusia, y por mucho que simulen escepticismo o dudas, en eso la mayoría de los republicanos en el Congreso han apoyado casi siempre a Biden. 

La otra versión era más sombría. Trump no fue más que una consecuencia de la degradación de la política y la convivencia en Estados Unidos. Es posible que la polarización dé pie a episodios sostenidos de violencia política y que el Partido Republicano juguetee con ella. No se puede confiar en la limpieza de las elecciones porque los estados republicanos las sabotearán si no ganan los suyos. Trump podría volver, pero, aun si no lo hiciera, el futuro de la derecha estadounidense es el nacionalismo, el aislacionismo y el choque con la UE. En realidad, sería aún peor con republicanos como Ron DeSantis, gobernador de Florida y posible contendiente republicano en las próximas presidenciales: se parece a Trump, pero, además, es sistemático, eficaz y poco dado a los desvaríos y errores del primero. La OTAN tiene los días contados y una parte relevante de los republicanos son aliados naturales de Putin, como demuestra la programación de la Fox: dejarán caer a Ucrania en cuanto tengan la oportunidad. Tal vez parezca un reto imposible, pero Europa debe prepararse para estar sola, armarse, decidir por sí misma en la rivalidad con China y dar por acabada, o muy debilitada, esa vieja coalición político-cultural renacida tras la Segunda Guerra Mundial que hemos llamado Occidente.

Las elecciones de anteayer no han resuelto ninguna de estas dudas. Por un lado, los republicanos crecen, recuperan la Cámara —y quizás el Senado— y muchos de los candidatos apoyados por Trump, que consideran que este ganó las elecciones y que la presidencia de Biden es ilegítima, han ganado. En algunos casos, además, algunos republicanos muy muy de derechas, como DeSantis o el gobernador de Texas, Greg Abbott, han arrasado. Por el otro, las elecciones de mitad de mandato suelen castigar al partido que tiene la presidencia, pero en este caso los demócratas obtienen los mejores resultados en 20 años en unas elecciones de este tipo y, si lograran mantener el Senado, seguirían controlando buena parte de la actividad legislativa. 

De modo que Europa seguirá sumida en las dudas y la ambivalencia con respecto a su principal aliado, y debatiéndose sobre si apuesta por trabajar para prolongar y fortalecer la relación especial con Estados Unidos o si va en serio con la llamada autonomía estratégica. A medio plazo, la opción más realista de la UE es un híbrido de las dos cosas: el trumpismo puede volver, de hecho, las tendencias aislacionistas de Estados Unidos seguirán gobierne quien gobierne y sería necio ignorarlo, pero no es verosímil pensar que Europa pueda competir de igual a igual con Estados Unidos y China en el nuevo orden multipolar. Por ello, desde aquí el resultado de las elecciones debería verse con un cierto optimismo: solo se gana un poco de tiempo —concretamente, dos años— y se chutan hacia adelante los problemas más difíciles de resolver. Pero en el contexto actual eso puede resultar aceptable. La otra opción, el éxito de la llamada “oleada roja”, que hubiera dado a los republicanos el completo control del Congreso y lanzado a Trump a la presidencia, habría hecho saltar todas las alarmas. No solo en la UE, sino también en buena parte de Asia, que quiere contener a China sin provocaciones temerarias, y de África, a la que el olvido por parte de Estados Unidos está arrojando en brazos de China. 

Si los resultados son mérito de Trump o culpa suya es algo que los republicanos ya están empezando a discutir con cierta acritud. Y yo creo que llegarán a la conclusión de que sí es su culpa. Por lo que respecta a nosotros, los europeos, el resultado es solo una prolongación de la incertidumbre. A veces, es mejor eso que la certidumbre de una catástrofe.